Jue 06.03.2014

EL MUNDO • SUBNOTA  › OPINIóN

Etnopolítica

› Por Norberto R. Méndez *

La progresiva reacción de Crimea y buena parte del sur y este de Ucrania en contra de la “revolución” de la plaza Maidán revelan aspectos étnico-linguísticos, culturales e históricos que son utilizados como formas de legitimación de proyectos políticos opuestos.

Es cierto que los que derrocaron a Yanukovich lo hicieron principalmente porque el ex presidente se había convertido en un mandatario corrupto que pretendía colocar al país en contra de una política pro-europea según la versión de los insurrectos, pero ahora están aflorando las contradicciones de un país dividido desde largo tiempo atrás.

Si se observan los resultados de las elecciones presidenciales de 2010 puede notarse claramente que los votos de los distritos orientales y meridionales le dieron el triunfo decisivo a Viktor Yanukovich. No casualmente en estas regiones se asienta la mayoría de la población ucraniana de habla rusa y los rusos propiamente dichos. En el oeste y el centro-norte predominan los hablantes de ucraniano. Pero la división no es tan tajante: en la zona norte, gran parte de los ucranianos hablan tanto ruso como ucraniano y en la propia capital Kyiv (denominación ucraniana de la ciudad que los rusos llaman Kiev) el ruso es la lengua del habla cotidiana.

La confesión religiosa también es un factor a tener en cuenta: la mayoría de los creyentes adhieren a la Iglesia Ucraniana Ortodoxa del Patriarcado de Kiev, pero la actual crisis política ha ahondado la disputa con el Patriarcado de Moscú, que pretende la obediencia de todos los fieles ortodoxos ucranianos. Asimismo, la Iglesia Greco-Católica, si bien es minoritaria en el conjunto del país, es mayoritaria en el extremo occidental, centro espiritual del movimiento nacionalista anti-ruso del siglo XIX. El triunfo de Yanukovich en 2010 no sólo se debió al voto concentrado en el sur y este, sino paradójicamente a que en la región occidental limítrofe con Hungría y Eslovaquia reside una pequeña minoría húngara que le dio en el ballotage más del 90 por ciento de los votos al candidato del Partido de las Regiones. La propaganda radical de Yulia Timoshenko ahuyentó a quienes temían la imposición de un nacionalismo étnico exclusivista que restringiera sus derechos nacionales.

Realmente, estas divisiones sólo son activadas cuando los proyectos en pugna no conforman las expectativas de los votantes. Yanukovich no sólo triunfó por la solidaridad étnica, sino por su campaña de tono conciliador, pro-europeo, pero al mismo tiempo promoviendo buenas relaciones con Rusia. La Timoshenko (declarada admiradora de Evita) perdió la renovación de su mandato porque la corrupción demostrada durante su gobierno dejó al descubierto la falsedad de la llamada Revolución Naranja liderada por Yushchenko. El sueño de una Ucrania europeísta con un capitalismo exitoso resultó un fiasco. No puede soslayarse que Yanukovich no podría haber ganado sin que muchos ciudadanos se pasaran literalmente de bando, “saltando” por encima de la divisoria este-oeste. Esto corrobora la tesis de que las lealtades identitarias no son automáticas, sino que dan mejor o menor consistencia a un voto cuando están en juego las cuestiones principales: economía y seguridad.

Hoy estamos en presencia de una situación similar: la división este-oeste es nuevamente importante, porque los golpistas pretenden la eliminación del ruso como lengua co-oficial junto al ucraniano, por querer imponer un tratado con la Unión Europea que dejaría de lado el acuerdo de Yanukovich con Rusia, que le proveía de gas barato. Los jubilados y los jóvenes desocupados del este y sur (donde están concentradas las minas de carbón y la gran industria de Ucrania) temen que las reformas que la UE pone como condición de apoyo al nuevo gobierno impliquen la implementación de políticas de puro cuño neoliberal, un fuerte ajuste a la ya desastrosa situación de la economía ucraniana.

En los primeros días de la “revolución” no se produjeron manifestaciones en contra de los levantamientos de plaza Maidán en el sur y este, porque Yanokuvich es indefendible, por su política represiva y su favoritismo hacia empresarios expoliadores. Pero la violencia de los manifestantes pro-nazis volvieron a activar el clivaje este-oeste, ya que los pobladores rusos y ruso-parlantes identifican al nazismo como sinónimo de la limpieza étnica que practicaron los invasores alemanes de 1941. Entre los viejos descendientes de los partisanos todavía está presente que la Segunda Guerra Mundial fue la gran guerra patriótica que libró el Ejército Rojo, cuando lo soviético era sinónimo de ruso. La convivencia entre los habitantes de las distintas regiones del país fueron rotas por el delirio de los ultras de Maidán.

La militancia pro-europea de los rebeldes ve a Europa como la representante de la civilización occidental y su correlato económico, el capitalismo. A esta Europa quieren llevar a Ucrania. Pero esta creencia se asienta en un mito emparentado con un complejo de inferioridad muy arraigado entre los países ex socialistas: para ellos Europa oriental no es Europa, sino una especie de rémora de una cultura oriental despreciada. En verdad, esta opinión puede rastrearse en la propia Revolución Rusa, ya que tanto Lenin como Stalin fueron tributarios de la concepción marxista que incluía al país dentro del atraso del modo de producción asiático.

En estos momentos, la intervención de Rusia en Crimea (cuya población es mayoritariamente rusa e históricamente ajena a la construcción del nacionalismo ucraniano) animó a los ucranianos rusófonos y a la población rusa a irrumpir en defensa propia contra los nuevos gobernantes de Kiev. Se reconstituye así la percepción de Rusia como protectora de los pueblos eslavos hermanos. En el fondo, sin embargo, la intervención de la Federación Rusa tiene motivos geopolíticos concretos, ya que no puede tolerar la intromisión de Washington en su patio trasero. “Perder” a Ucrania significaría cerrar el círculo de la hegemonía norteamericana que rodea a la ex URSS con su escudo misilístico. Tanto rusos como norteamericanos están jugando la carta de las diferencias identitarias como continuación de la Guerra Fría por otros medios.

* Analista internacional. Profesor UBA.

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