Lun 10.11.2014

EL MUNDO • SUBNOTA  › LA ESPERANZA DE CREAR UN MODELO NUEVO

El mundo deshizo las promesas

El conflicto en Ucrania está en un camino sin salida, las revoluciones árabes salieron mal, las intervenciones en Irak y Libia tuvieron consecuencias desastrosas y el capitalismo no se recuperó de las graves crisis. Europa no hizo emerger una democracia renovada.

› Por Eduardo Febbro

Desde París

La caída del Muro de Berlín es un relato histórico con varias dimensiones. El derrumbe del llamado “Muro de la vergüenza” desembocó en el fin del sistema comunista, facilitó la reunificación de Alemania, extendió el número de países que forman parte de la Unión Europea, propagó la democracia liberal en el Viejo Continente y sepultó la socialdemocracia. Estos rasgos esenciales del impacto que tuvo la desaparición del Muro que separaba el Este del Oeste desde 1961 no escapan a las memorias antagónicas. Según el lugar del “post Muro” donde uno se encuentre la lectura es divergente. Hay “narrativas opuestas. Nuestros relatos de los últimos 25 años son totalmente antagonistas”, reconoció durante un coloquio celebrado en Washington el responsable del centro de análisis de la Cancillería francesa, Justin Vaïsse, citado por el vespertino francés Le Monde. El balance, en el campo occidental, está ensombrecido por las contingencias negativas de la realidad. El mundo contemporáneo deshizo las promesas y las esperanzas sembradas por el desmoronamiento del Muro. Le Monde escribe, por ejemplo, que “los occidentales están a la defensiva. El conflicto en Ucrania está en un camino sin salida, las revoluciones árabes salieron mal, las intervenciones en Irak y Libia tuvieron consecuencias desastrosas y el capitalismo no se recuperó totalmente de las graves crisis de finales del año 2000”.

Incluso dentro de Alemania las disparidades entre el oeste y el este están lejos de haber desaparecido. En una página web especial elaborada por el semanario alemán Die Zeit, la publicación pone de relieve, a través de una serie de gráficos muy claros, la desigualdad persistente. Su diagnóstico es inapelable: “En la euforia de la caída del Muro de Berlín, Alemania quiso borrar rápidamente las cicatrices de las divisiones de la Guerra Fría. Pero la herencia de la RDA (ex Alemania del Este) permanece visible en las estadísticas”. Las herencias controvertidas no atañen únicamente a Alemania. La Europa y el mundo actual son descendientes de los escombros del Muro de Berlín. Una de las líneas editoriales que más sobresalen en la prensa europea es precisamente la deuda de “un nuevo mundo” que quedó pendiente. El mundo cambió a partir de aquel 9 de noviembre de 1989, pero la ambivalencia sobre su impacto permanece viva. La deuda de otra configuración mundial es una herida abierta cuyos reclamos se escuchan en América latina, Africa, Asia, Medio Oriente y la misma Europa. Aquella transformación histórica de hace un cuarto de siglo que liberó a millones de personas de Europa del Este de la dictadura de las botas rojas derivó en un nuevo orden mundial asfixiante y deshumanizado donde una sola potencia, Estados Unidos, maneja el modelo. Esa es la línea de fractura en la lectura que hacen los europeos occidentales y los orientales. ¿Quién ganó? ¿La democracia o sólo el prototipo neoliberal?

Desde luego, Washington considera que ganó la Guerra Fría y que, con eso y la expansión del patrón de democracia liberal, es más que suficiente. Pero en Rusia, por ejemplo, el análisis no es el mismo. Moscú mantiene su reproche histórico que consiste en culpar a Occidente de haberse “aprovechado” de la caída del Muro para hegemonizar su modelo y, sobre todo, de no haber cumplido con las promesas hechas a los países que se liberaron del delirio comunista. Ambas critican convergen en la refutación del contexto presente. El presidente ruso Vladimir Putin no cesa de reclamar “un nuevo orden mundial que permita la paz y la estabilidad”, mientras que Occidente le reprocha a él ser el factor que lo impide. Aficionado irreverente a culpar al otro y ocultar sus pecados mortales, el Oeste hace caso omiso de los estragos que provocó, con o sin Muro de Berlín, en buena parte del planeta. Cada uno aporta su visión de la historia, y también del presente. Esa mirada disidente surgió en medio de las celebraciones por los 25 años de la caída del Muro de Berlín. Quien reavivó la controversia no fue Vladimir Putin sino el actor central de esta enorme historia: Mijail Gorbachov, el último dirigente de la Unión Soviética, el hombre que dio el empujón clave al derrumbe del Muro. Camino a la capital alemana, Gorbachov no sólo defendió a Putin, sino también advirtió que “el mundo está al borde de una nueva Guerra Fría”. El ex dirigente soviético y Premio Nobel de la Paz apuntó sus dardos contra este Occidente hipócrita. “Tratan de llevarnos a una nueva Guerra Fría. Vemos también que hay nuevos muros. En Ucrania están cavando un pozo. Estoy convencido de que Ucrania es un pretexto utilizado por Estados Unidos para ingerirse. El peligro sigue presente. Hoy, los occidentales quieren comenzar otra nueva carrera armamentista.” Mijail Gorbachov se negó luego a hacer de Putin el demonio de la era post Muro de Berlín. “Estoy absolutamente convencido de que Putin defiende mejor que nadie los intereses de Rusia. Por supuesto, su política puede ser criticada, pero yo no lo voy a hacer y no quiero que nadie lo haga.”

En realidad, 25 años después, lo que llena los debates y las tensiones es la reactivación de la Guerra Fría y la consiguiente confrontación con Moscú a propósito de Ucrania. Y el símbolo que sobrevuela las celebraciones es el de un gran desperdicio, el del estrepitoso fracaso de Europa para hacer emerger una democracia renovada, para inventar un nuevo modelo de sociedad. Pero en lugar del entusiasmo y la imaginación política se impuso el miedo, el retorno del populismo europeo (la ultraderecha), la oprobiosa rendición de la socialdemocracia, la reactualización de la idea de frontera como salvación. El mundo del Muro de Berlín era el mundo oriundo de la barbarie de las dos guerras mundiales (1914-1918, 1939-1945) y de dos totalitarismos. El que surgió después fue una incalculable esperanza. Hoy, es un amargo desencanto para más de una generación de europeos que confió sin reservas en que la democracia se iba a reinventar. Pero la nueva democracia no es ciudadana o participativa sino financiera y, además, de alcance universal. El humanismo europeo es apenas una vieja canción de cuna. El derrumbe del Muro abrió dos territorios: uno, de libertad para quienes vivían en las dictaduras rojas. El otro, de libertad global sin adversario para un sistema liberal depredador de la naturaleza y de la condición humana.

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