EL MUNDO • SUBNOTA
El presidente catalán Artur Mas pasó de un nacionalismo moderado a batallar por la independencia de Cataluña y defender lo que considera el derecho de su pueblo a decidir sobre su relación con el resto de España. Partidario de una mayor autonomía de su región dentro del país, el auge del independentismo catalán y el inmovilismo de Madrid empujaron a este economista de 58 años al frente de un proceso soberanista al que se opone férreamente el ejecutivo español de Mariano Rajoy. Investido presidente en 2010, año en que el Tribunal Constitucional español privó a Cataluña del status de nación incluido en su Estatuto de Autonomía de 2006, pocos esperaban entonces que este hombre elegante y cultivado virara el rumbo de la región hacia la independencia.
Pero en septiembre de 2012, tras el rotundo no de Rajoy a mejorar la autonomía fiscal de esta rica región muy golpeada por la crisis, Mas se sumó a la ola independentista que había quedado patente unos días antes con una multitudinaria manifestación en Barcelona. “Entendí que había un pueblo movilizado por primera vez de manera clara y potente en la línea de querer hacer realidad el derecho a decidir y de ser un nuevo Estado de Europa”, confiesa en un libro de entrevistas con la filósofa Teresa Pous. Mas convocó entonces elecciones anticipadas prometiendo la convocatoria de un referéndum, algo insólito en su coalición CiU, ligada al nacionalismo moderado de la burguesía catalana. Ganó los comicios, pero sin mayoría absoluta y tuvo que aliarse con los independentistas de izquierda de ERC, segunda fuerza de la región. “Su independentismo no proviene de su entorno familiar y él no lo esconde. Pero en su día a día como político, su capacidad analítica le hizo palpar que sin un Estado, Cataluña se hacía cada vez más pequeña”, asegura Pous.
Criticado en sus inicios por los severos recortes que aplicó en el gasto público, este hombre de rotunda mandíbula, mirada determinada y pelo lacio perfectamente peinado se convirtió en el líder de la independencia, aunque rara vez pronuncie esa palabra. Buen orador y maestro de las metáforas, prefiere expresiones como “transición nacional” o “un nuevo Estado en Europa”. Hasta diciembre de 2013 no confesó públicamente que votaría por la separación.
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