Mié 10.12.2014

EL MUNDO • SUBNOTA  › OPINIóN

Torturas oficiales

› Por Atilio A. Boron

La publicación del informe del Comité de Inteligencia del Senado de Estados Unidos dado a conocer ayer describe con minuciosidad las diferentes “técnicas de interrogación” utilizadas por la CIA para extraer información relevante en la lucha contra el terrorismo. Lo que se hizo público es apenas un resumen, de unas 500 páginas, de un estudio que contiene más de 6000 y cuya primera y rápida lectura produce una sensación de horror, indignación y repugnancia como pocas veces experimentó quien escribe estas líneas. Los adjetivos para calificar ese lúgubre inventario de horrores y atrocidades no alcanzan a transmitir la patológica inhumanidad de lo que allí se cuenta, sólo comparable con las violaciones a los derechos humanos perpetradas en la Argentina por la dictadura cívico-militar. El informe es susceptible de múltiples lecturas, que seguramente animarán un significativo debate. Por lo pronto, produce un daño irreparable a la pretensión estadounidense de erigirse como campeón de los derechos humanos, siendo que una agencia del gobierno, con línea directa a la presidencia, perpetró estas atrocidades a lo largo de varios años con el aval de los ocupantes de la Casa Blanca. Muy especialmente, de George W. Bush, que vetó en marzo del 2008 una ley del Congreso que prohibía la aplicación de la técnica del “submarino” (waterboarding en inglés) y que su predilecto secretario de Defensa, Donald Runsfeld, en diciembre del 2002 autorizó explícitamente una serie de “técnicas de interrogación” que sólo en virtud de un perverso eufemismo pueden no ser calificadas como torturas. Obviamente, si ya antes Estados Unidos carecía de autoridad moral para juzgar a terceros países por presuntas violaciones a los derechos humanos, después de la publicación de este informe lo que debería hacer Barack Obama es pedir perdón a la comunidad internacional y asegurarse de que esas prácticas no sólo no volverán a ser utilizadas por la CIA o las fuerzas regulares del Pentágono, sino tampoco por el número creciente de mercenarios enrolados para defender los intereses del imperio. Una última palabra sobre la complicidad de la prensa: todos sabían que se torturaba, pero los grandes medios –no los pasquines de la cadena de Rupert Murdoch– conspiraron para no llamar a la cosa por su nombre. Para The Washington Post, The New York Times y la Agencia Reuters eran métodos de interrogación “brutales” o “duros”; para la cadena televisiva CBS, “técnicas extremas de interrogación”, y para Candy Crowley, de la CNN, eran “torturas, según quien las describa”. Para el canal de noticias Msnbc (fusión de Microsoft con la NBC) eran, según Mika Brzezinski, hija del estratega imperial Zbigniew Brzezinski, “tácticas de interrogación utilizadas por la CIA”. ¿Es ese el papel de la prensa en una democracia?

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