EL MUNDO • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Marcelo Justo
A principios de los ’70, en la actualización doctrinaria que pregonaba entonces, Perón esbozaba una secuencia histórica para la humanidad: de la tribu al feudo, de ahí a la nación y la organización supranacional. A su manera, se sumaba a los que apostaban al progreso ineluctable de la historia. Era el espíritu de la época. Las dos guerras mundiales del siglo XX y el Holocausto habían sentado las bases para las Naciones Unidas y para esa formación embrionaria de la Unión Europea que se gestó en los ’50 hasta conformarse con el Tratado de Roma de 1957.
La idea europea no era utópica sino más bien práctica y, aparentemente, irrebatible: el interés común, la integración serían los pilares contra una nueva conflagración. Nadie destruye la propia casa. En teoría. Con ese principio, el proyecto trasnacional europeo creció de las seis naciones originales a las 28 de hoy en día. La integración debía llevar a un nivelamiento de los más rezagados con los que más tenían: la solidaridad era el pegamento. El crecimiento de España, Portugal y Grecia entre los ’80 y los ’90 parecía una prueba irrefutable de una fórmula acertada: poblaciones más prósperas, nuevos mercados, mayor bienestar colectivo. A principios de los ’90, cuando América latina salía de la década perdida para pasar a la neoliberal (Guatemala a Guatepeor), Europa exhibía una solidez y empuje incontenibles.
Nada de eso queda a la luz del deprimente espectáculo de la última semana y la larga crisis de la Eurozona. Alemania, que por su experiencia histórica debería saber qué hay en juego, está destruyendo los pilares mismos de la paciente construcción europea. Con el Tratado de Versalles de la Primera Guerra Mundial a sus espaldas –humillante acuerdo que estuvo detrás de la crisis económica, la hiperinflación y el nazismo– y la generosa reestructuración de su deuda de guerra de 1953 como antítesis –decisiva tanto en la construcción europea como en el milagro alemán– uno supondría que es la nación mejor parada para entender lo que está sucediendo en Grecia y la necesidad de políticas esclarecidas. Pero no. Y no es sólo la gobernante coalición conservadora-social demócrata: la silenciosa mayoría de su opinión pública y el vociferante belicismo de sus medios parecen no haber aprendido nada. Hoy la Unión Europea y su Eurozona se asemejan a personas encerradas en un ascensor que baja a velocidad vertiginosa hacia el subsuelo de la historia.
No se trata de hacer germano-fobia. La cosa es mucho más grave. En Israel sucede lo mismo con los palestinos. Si a alguien se le reclama comprensión y lucidez frente a una situación así es a los israelíes. La experiencia del Holocausto, los diversos guetos que tuvo que experimentar el pueblo judío a lo largo de su historia deberían ser bases permanentes para una perspectiva sólida y clara sobre el racismo, la discriminación y el patoterismo del más débil. Nada de eso. Y no es cuestión de representar a los palestinos como víctimas o negar la ceguera de Hamas y su peligroso integrismo. Pero se espera un aprendizaje en carne propia de la historia que llegue de manera indeleble a la clase política, los medios y la población. Se podría esperar algo más, quizá imposible. Que el Poder mismo comprenda y sea magnánimo en vez de un destilador de paranoia e insaciable necesidad de control y dominio. No ha sucedido.
Todo lo cual deja un espectáculo de condición humana no muy alentador. En Hanna y sus hermanas, Woody Allen pone en boca de uno de sus personajes, el misántropo Max Von Sydow, uno de los comentarios más ácidos que se puedan escuchar sobre el horror del Holocausto. “Cuando la gente se pregunta cómo pudo ocurrir el Holocausto se hace la pregunta equivocada. La pregunta debería ser, siendo lo que somos los humanos, ¿cómo no sucedió muchas más veces? Ese es el gran interrogante.”
La actual crisis europea da para el escepticismo. Y, sin embargo, cabría volver a la pregunta que se hace Von Sydow. Genocidios ha habido a lo largo de la historia, pero queda un moderado consuelo que el misántropo de la película de Woody Allen no puede ver a pesar de que está explícito en sus propias palabras. El hecho de que no haya sucedido más veces y que nos horrorizamos cuando lo vemos en películas indica que hay otras fuerzas en juego, que Tanatos no reina incuestionado en el valle de lágrimas. El peligro es olvidarse que se trata de un proceso, algo que puede comenzar con la más sutil discriminación e indiferencia y se deteriora hasta que es demasiado tarde para dar marcha atrás.
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