Mar 16.12.2003

EL MUNDO • SUBNOTA

El arresto del depuesto líder no frena los golpes antiocupación

Por Miguel González *
Desde Bagdad

Un día después de que se anunciara la captura de Saddam, la resistencia volvió a golpear en Bagdad. Varios hubieran esperado que el arresto del ex líder iraquí pusiera un freno a la insurgencia contra los soldados estadounidenses y blancos iraquíes. Como objetivo, eligió otra vez a la policía iraquí, más vulnerable a los ataques que las tropas invasoras. Dos coches bomba contra sendas comisarías de dos barrios de la capital causaron nueve muertos y al menos 30 heridos.
A las 7.55 de la mañana, el agente Ali Jasm Abeed se encontraba de guardia en la esquina de la comisaría principal de Husseiniya, un suburbio con casi medio millón de habitantes al noroeste de Bagdad. Un Toyota Land Cruiser, pintado de naranja como los taxis de la capital, vino hacia él a toda velocidad. Su único ocupante era un joven con cazadora y barba. Ali le dio el alto pero, en vez de frenar, aceleró. “Le disparé con mi Kalashnikov y pude ver cómo el conductor caía sobre el volante, pero el coche siguió avanzando, ya sin control, y fue a estrellarse contra el Toyota blanco del comisario, aparcado frente al cuartel”, explicó.
En ese momento, estaban presentes un centenar de policías, de los 160 que integran la plantilla. Media docena vigilaba delante del edificio y los demás estaban en el interior, pasando revista. El teniente acababa de bajarse de su Honda rojo y se disponía a entrar en comisaría. La explosión arrojó a Ali contra el suelo, pero no le produjo ninguna lesión.
Dos horas después, el coche del teniente seguía atravesado en medio de la calle con la chapa agujereada y los asientos destrozados. El Toyota del comisario se había convertido en un montón de chatarra. Del taxi no quedaba nada, sólo un cráter de tres metros de diámetro y uno de profundidad en el asfalto, y una pieza del motor que fue lanzada por la onda expansiva dentro de la comisaría. Los expertos calculan que el vehículo llevaba entre 10 y 15 kilos de TNT. La familia de Ali escuchó un fuerte estallido desde su casa, a siete kilómetros de distancia.
Cuando consiguió ponerse en pie, vio a sus nueve compañeros muertos: el teniente y ocho agentes, de entre 26 y 30 años. Uno de ellos se había casado recientemente y era padre de una niña de pocos meses. Todos habían nacido en el barrio. Los 15 heridos, algunos de ellos graves, fueron trasladados al hospital Iman Hussein y al de Baba en los coches particulares de varios vecinos. Del suicida, sólo se pudo recuperar un pie y parte de la cara. “Esa gente no es de aquí, son fanáticos wanabíes que se creen que haciendo esto van directos al paraíso”, explicaba Ali.
El edificio policial, de dos plantas, había sido remozado hace sólo un mes. Todo el mobiliario era nuevo y se habían instalado equipos de aire acondicionado. El atentado lo dejó inservible. Las puertas y los marcos de las ventanas habían desaparecido. El muro que le servía de parapeto se había derrumbado. Los techos de yeso y los tabiques de ladrillo estaban tirados por el suelo. Los agentes supervivientes se paseaban, sin saber qué hacer, entre los cascotes y los curiosos.
Más fortuna tuvieron sus compañeros de Al Amiriya, otro barrio al oeste de la capital. A las 8.30 de la mañana, poco más de media hora después del primer atentado, dos coches intentaron forzar la entrada de la comisaría. Los policías abrieron fuego y uno de los vehículos se dio a la fuga, pero el segundo explotó, causando heridas a cuatro agentes. El primer coche, que se encontró más tarde, también estaba cargado de explosivo.
Estos dos ataques no fueron los únicos sufridos ayer por la policía iraquí en Bagdad. Ya por la tarde, dos comisarías del barrio sunnita de Adamiya, al norte de la capital, fueron atacadas “con armas automáticas y lanzagranadas desde los tejados próximos”, según explicó el oficial Haidar Zuheir, quien aseguró que los agresores eran partidarios de Saddam.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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