EL MUNDO
• SUBNOTA › POR CLAUDIO URIARTE
Anatomía de un suicidio
Lo que ocurrió ayer en Venezuela es el fin de un extraño ciclo político donde muy poco fue, en verdad, lo que pareció. De creerse a los opositores de Hugo Chávez, el ex teniente coronel de paracaidistas habría sido culpable de someter a su país a una tiranía roja, de suprimir las libertades, reprimir a la libre empresa, politizar al ejército, censurar a la prensa, denostar a la Iglesia y oprimir a los trabajadores. En realidad, lo único que hizo fue pelearse puntualmente con cada uno de esos sectores, hasta que su base social se le licuó: las masas que ayer bajaron sobre Caracas, y que dejaron sobre las calles un tributo de entre 10 y 30 cadáveres, no pueden provenir todas de las clases altas, o Chávez no se encontraría en el final de juego en el que se estaba anoche. De hecho, lo que terminó con Chávez fue una combinación de fuerte estilo confrontacional con una absoluta inercia gubernamental. En otras palabras, nunca hizo nada.
Chávez arrancó con tasas de aprobación del 80 por ciento después que la democracia venezolana hubiera sido destruida desde adentro por la corruptela bipartidista socialdemócrata-socialcristiana de los años dorados de la Venezuela saudita. Quizá para contrarrestar tan malas prácticas, Chávez le regaló a la nación un festival de votaciones sucesivas: después de ser resonantemente elegido, había que votar para Asamblea Constituyente; después de votar para Asamblea Constituyente, había que hacer un referéndum sobre la nueva Constitución; después de votar sobre la nueva Constitución, había que refrendar electoralmente a Chávez como presidente según los atributos que le confería esa misma Constitución, y así sucesivamente por más de un año. Por momentos, dio la impresión de que la única idea de gobierno que tenía Chávez consistía en llamar a elecciones. Y así era, en efecto: aunque le tocó un período de altos precios petroleros, nunca se preocupó por diversificar su economía o reducir su dependencia del precio del crudo; y aunque su tasa de aprobación era altísima, la despilfarró en polarizaciones donde el polo opuesto crecía cada vez más.
El punto de inflexión real vino en enero, cuando la economía empezó a derrumbarse entre los bajos precios del petróleo y las corridas bancarias. Si no bastaban las crecientes manifestaciones opositoras, las encuestas mostraban a Chávez caído a tasas de aprobación del 30 por ciento o menos. La movilización de ayer y la represión que siguió probablemente hayan decidido el fin del experimento. En todo caso, Chávez habrá dejado la escena como la abordó: en medio de un baño de sangre.
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