Dom 28.04.2002

EL MUNDO • SUBNOTA

Reacción y ultrarreacción en las derechas europeas

El ascenso de Le Pen en Francia no es igual al de Joerg Haider en Austria o al de Silvio Berlusconi en Italia, sino parte de un fenómeno más radical y duro.

› Por Eduardo Febbro

Italia, Alemania, Bélgica, Austria y ahora Francia, la extrema derecha encuentra en el seno de los países de la Unión Europea un eco capaz de desestabilizar la organización política y de empañar la imagen de países que se presentan como la cuna de los valores democráticos. Sin embargo, ninguna de esas ultraderechas alcanza los resultados y la influencia que consigue en Francia el Frente Nacional. De una manera o de otra, los movimientos políticos oriundos de la derecha populista que ponen en tela de juicio las elites gobernantes del viejo continente navegan con viento favorable desde hace unos 10 años. Pero esos partidos de derecha radical chocan rápidamente con los límites de las urnas. En Francia no. Que un candidato de extrema derecha haya pasado a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales es un hecho inédito a lo largo de más de 60 años de historia.
Jean-Yves Cammus, autor del ensayo Los extremismos en Europa, explica que el Frente Nacional francés es “un partido mixto, arraigado en la tradición de la extrema derecha pero que, muy oportunamente, supo modernizar su discurso y modelar su organización”. El análisis del experto francés sintetiza 20 años de evolución de la extrema derecha francesa y europea. Aunque el partido de Jean-Marie Le Pen sigue siendo la expresión “más extrema” de Europa, no tiene punto de comparación con su discurso y sus atuendos del pasado: han desaparecido las camperas negras, los servicios de orden provocadores, las cabezas rapadas y las provocaciones violentas. En su lugar aparecieron hombres con saco y corbata, que lucen un lenguaje y modales pulcros a través de los cuales destilan su ideología como si estuvieran tomando el té con un montón de señoras educadas.
El Frente Nacional en Francia, Vlaans Blok en Bélgica, la Alianza Nacional o la Liga del Norte en Italia, NPD y el DVU en Alemania, FPö en Austria, DF en Dinamarca, Pym Fortuyn en Holanda, el British National Party en Gran Bretaña o el CDS-PP en Portugal constituyen la telaraña de la extrema derecha europea. Sin embargo, estos partidos no responden todos a los mismos imperativos ni sacan los mismos porcentajes en las urnas. Algunos, como por ejemplo el CDS-PP en Portugal (8,7 por ciento en las elecciones del pasado mes de marzo), poseen dos caras: surgido del ala derecha de la democracia cristiana, el CDS-PP portugués promueve valores patrióticos y, al mismo tiempo, proclama políticas solidarias con los pobres. No obstante, para uno de los grandes especialistas del populismo europea, Yves Meny, “todos esos movimientos, más allá de sus diferencias, cuentan con un denominador común, con un centro ideológico que les es propio: se fundan en el nacionalismo étnico o el Estado, la ley, el orden y la xenofobia”.
Pese a ese “fondo común”, las divergencias son notorias. En Italia, los neofascistas del ex MSI (Movimiento Social Italiano), herederos proclamados del Duce, protagonizaron un espectacular aggiornamiento a partir de los años 90. Bajo la batuta de Gianfranco Fini, el MSI se convirtió en Allianza Nazionale (12 por ciento de los votos en las últimas legislativas) y su líder es hoy viceprimer ministro del gobierno de Silvio Berlusconi. Fini le ha lavado la cara a los demonios del pasado y ello le permite declarar ahora que AN “es una fuerza gubernamental responsable que no recurre a las tripas o al miedo de los electores. La xenofobia no lleva a ninguna parte” (diario La Repubblica, edición del lunes 23 de abril).
Los grupos políticos europeos que claman su filiación hitleriana o musoliniana son escasos. En Austria, el FPOe de Joerg Haider (Partido de la Libertad Austríaco) es, junto a Le Pen, casi el único que atraviesa la frontera de la reivindicación citando como ejemplo la política laboral delTercer Reich y haciendo declaraciones antisemitas a quien quiera escucharlo. Sin embargo, el FPOe no era un partido de extrema derecha sino un movimiento conservador de los más clásicos. Haider se apoderó del FPOe y con el argumento del pangermanismo, el populismo y la xenofobia hizo del viejo partido de derecha clásica una grupo de ultraderecha que, en las legislativas de 1999, alcanzó el 27 por ciento de los votos. Primera fuerza política del país, miembro de la coalición gubernamental a partir de 2000, el FPOe perdió parte de su electorado. En la misma línea radical se sitúa la italiana Liga del Norte (4 por ciento en las legislativas del 2001). A pesar de tener hoy cuatro ministros en el gobierno de Berlusconi, la Liga de Umberto Bossi ha dejado de tener la capacidad desestabilizadora que poseía antes, en particular a raíz de las posiciones contra los inmigrados asumidas por Bossi. El racismo es igualmente la poción mágica del Partido danés del Pueblo, el DF (12 por ciento de los votos) dirigido por Pia Kjärsgraad, apoyo esencial del gobierno liberal conservador de Dinamarca: sus propuestas consisten en la disminución de la ayuda al Tercer Mundo, el refuerzo de las políticas contra la inmigración y el “descompromiso” del Estado. En esa línea se inscribe el Partido del Progreso en Noruega: su caballito de batalla es siempre el rechazo de los extranjeros y el peso del Estado.
De París a Copenhague, de Roma a Lisboa, las llamadas derechas populistas se inscriben en un movimiento de rechazo global a las elites políticas tradicionales –corruptas–. En ese sentido, Jean-Yves Camus destaca que existe como un corte entre “una derecha llamada burguesa, tradicional, y una derecha que se reivindica más cerca del pueblo, de las preocupaciones de la gente”. No obstante, para Yves Meny, esos partidos se “han colado” en el agujero que dejó la desaparición de ciertas expresiones políticas conservadoras. El autor de Por el pueblo, para el pueblo acota que “el hundimiento de las democracias cristianas dejó un espacio abierto para la aparición de nuevas fuerzas de derecha. Su particularidad consiste en que no se alían con la derecha clásica sino que la impugnan. La derecha populista representa el nacimiento de nuevos movimientos y de nuevas elites que surgen sobre las ruinas de una clase política agotada y sin crédito”.
Marc Mazar, miembro del Centro de Estudios Internacionales, destaca que esas nuevas derechas, “a imagen y semejanza de la de Silvio Berlusconi salen con una fuerte afirmación de lo nacional en el seno de una Europa Unida, se refieren constantemente a la familia y la religión, martillan la necesidad de incrementar la seguridad y de echar a quien, para ellas, la provoca, es decir, los inmigrados”. Austria (FPOe), Dinamarca (DF), Italia (Liga del Norte), Portugal (CDS-PP), en cada uno de esos países las derechas “clásicas” gobiernan con el indispensable apoyo de las derechas radicales. También hay casos folklóricos o limitados. En Alemania, ni el NPD el DVU han llegado a sobrepasar el 5 por ciento de los votos en el ámbito nacional. Su audiencia más notable se encuentra en algunos landers de la ex RDA. En Gran Bretaña, el alcance del British National Party es muy limitado. Su líder, Mick Treacy, instaló su cuartel general en Oldham, al norte oeste de Inglaterra. Teatro de graves incidentes raciales el año pasado, el BNP realizó en Oldham el mejor resultado de su historia, con un 13,6 por ciento de los votos. Pero su horizonte no pasa de un resultado local, a años luz de Le Pen en Francia, Haider en Austria o Bossi en Italia. Jean-Yves Cammus pone de relieve una de las características mayores de las extremas derechas europeas: “Estas ultraderechas populistas exponen un discurso ultraliberal, denuncian los excesos del Estado generoso, prometen acciones sociales más concretas cuyo eje es la preferencia nacional”, es decir, “reservar los recursos del Estado para los ciudadanos del país y no para los extranjeros”.

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