No fue una buena noticia para el mundo el triunfo de Bush. Fue una pésima noticia. No sorprende que al haber profundizado su legitimidad política quiera seguir en forma cada vez más insistente con su lamentable política exterior. Su política imperialista genocida que tuvo como tristes ejemplos a Afganistán e Irak es repudiable, si bien es esperable que dichas amenazas a otros países se mantengan. En el marco de una legitimidad y con un discurso de esa naturaleza, un EE.UU. con ajustes económicos, déficit comercial y fiscal, es probable que el continente americano sufra una estrategia de expansionismo, de descarga de inversiones en la región para nivelar costos locales. Este discurso de ayer de Bush sólo confirma que habrá un refuerzo de una estrategia pro ALCA en la región y es un llamado de atención para nuestras democracias que deberán combatir este avance a través de un refuerzo de la integración regional, un impulso del Mercosur, y un aumento de la densidad comercial entre los socios. No hay que sucumbir a la tentación de firmar tratados bilaterales con EE.UU., como el que nosotros denunciamos que venció el año pasado, y que si no se hace algo se reactiva automáticamente. Ese acuerdo, como otros cinco más que son herencia de la década menemista, imponía el trato de nación favorecida a las empresas norteamericanas, por sobre las nacionales. Las amenazas del discurso de Bush no son retórica; ya hemos visto en la experiencia que este tipo es un mono con navaja y que la usa. La única manera de frenarlo es seguir oponiéndole resistencia, y que sus errores en el plano internacional sigan costándole legitimidad y hagan mella en las conciencias de los ciudadanos norteamericanos. Ya lo demostró la comunidad internacional con la crisis en España, el pueblo italiano no queriendo que siga Berlusconi, el desgaste político de Blair, y la emergencia en América latina de exponentes políticos populares como Lula en Brasil, Chávez en Venezuela, Kirchner en nuestro país y Tabaré en Uruguay.

* Economista de la CTA.