Mar 12.07.2005

EL MUNDO • SUBNOTA  › YA HAY 52 MUERTOS. EXTRAOFICIALMENTE
EL CALCULO LLEGA A LOS 80

El difícil arte de volver a la calma

Una falsa alarma en pleno centro, con evacuación incluida, enrareció la atmósfera de un Londres que busca dejar atrás el pánico.

› Por Marcelo Justo

Londres intenta recuperar la normalidad y no es fácil. El aire desafiante y estoico con que la población concurrió ayer a sus lugares de trabajo se diluye en instantes en la zona vallada de la Plaza Tavistock, en los alrededores de las hoy trágicas estaciones de Kings Cross, Edgware Road o Liverpool Street. Todo viso de rutina y predictibilidad desaparece en un segundo con la repentina evacuación de Whitehall, la avenida de los ministerios que va del Parlamento a Trafalgar Square, efectuada al mediodía por una falsa alarma. O con la voz de Marie Fatayi-Williams, quien viajó de Nigeria para saber si su hijo Anthony se encontraba entre las víctimas fatales de los atentados. “Ruego que pueda volverlo a ver. Mi corazón está destrozado. ¿Cuántas madres tienen hoy el corazón destrozado como yo? Ni la causa de Dios ni la de Alá se benefician con este horror”, dijo Marie Fatayi-Williams cerca de Tavistock Square, la plaza céntrica donde explotó el bus número 30.
En Kings Cross una mujer rubia de unos 25 años con un bebé en brazos y un niño de unos cinco años a cuestas estalló de pronto en un llanto desesperado, convencida de que no iba a volver a ver a su hermana. Otra pareja mostraba la foto de un muchacho a periodistas y transeúntes con la esperanza de que alguien lo hubiera visto después del fatídico jueves siete de julio. Esas fotos estaban en todos lados. En las paredes de la estación, en las siempre pintorescas cabinas telefónicas rojas, en las paradas de autobuses. Fotos de gente muy joven, sonriendo, mirando a la cámara con aire festivo, con la seguridad y confianza del que tiene la vida por delante. En un patio vallado al costado de Kings Cross, alrededor de un árbol, decenas de ofrendas florales y mensajes rendían homenaje a las víctimas de los atentados. En ese mismo lugar, en esa estación donde comienza el viaje mágico de Harry Potter, unos 30 metros bajo tierra, las unidades de rescate continuaban buscando restos humanos y el milagro de algún sobreviviente.
Por el momento las autoridades sólo han dado a conocer la identidad de dos de las 52 muertes confirmadas. Son Susan Levy (ver aparte), especialista en computación de 53 años, y Gladys Wundowa, empleada de limpieza de origen africano. La policía anticipa en algunos casos días o semanas de espera porque deben realizar una penosa reconstrucción de fragmentos corporales o hallar la identidad mediante análisis de ADN de los restos. Extraoficialmente, las autoridades admiten que las cifras de muertos alcanzará con seguridad las 70 u 80 personas. Los 31 desaparecidos identificados hasta el momento son una clara muestra del amplio arco multicultural de Londres: junto a unos 20 anglosajones hay centroeuropeos, turcos, musulmanes británicos, un tunecino, dos africanos, una india, una italiana. El intendente de la ciudad, Ken Livingstone, destacó esta mezcla de culturas como uno de los rasgos salientes de la identidad moderna de Londres. “En nuestra ciudad se hablan 300 lenguas y hay representantes de todas las naciones del mundo. Es un microcosmos de todo lo maravilloso del espíritu humano. Es la ciudad más internacional del planeta, es la ciudad donde cada uno puede vivir su vida como le plazca, siempre que no interfiera con el derecho del resto a esa misma libertad”, dijo Livingstone.
El intendente intentó ayer dar un ejemplo de resistencia y se subió al subte, como hace todos los días, en la hora pico. No fue el único. Según las autoridades el desplazamiento de pasajeros en el subte se acercó a la media de un día de semana. Era el primer lunes desde los atentados y habíaque demostrar que el estoico espíritu que los londinenses exhibieron en la Segunda Guerra Mundial seguía vivo. En amplias zonas la ciudad recuperó una apariencia de normalidad. Pero los atentados se filtraron con facilidad en esa máscara de rutina. Los altavoces de trenes y subtes repetían con frecuencia mensajes de advertencia. “No deje paquetes sueltos. Cualquier paquete sin dueño a la vista será removido en el acto y sin aviso previo”, reiteraban. En su traducción, el mensaje puede resultar formal y acartonado. El significado no lo era. Entre los pasajeros reinaba una mirada desconfiada y aprehensiva: cualquier persona con una mochila en la espalda, cualquiera con un bolso, podía ser un peligro mortal. Es evidente que a pesar del coraje, ese pánico contenido, esa siniestra posibilidad de otro atentado seguirá acechando a los habitantes de esta ciudad internacional por bastante tiempo.

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