EL MUNDO • SUBNOTA
Hija de un militar que murió en prisión torturado por la dictadura, ella misma ex prisionera de Pinochet y con cuatro años de exilio, madre soltera y militante socialista, el triunfo de Bachelet es el síntoma de un nuevo ciclo.
Fuerte convicción y continuidad ideológica son las dos condiciones que llevaron a Michelle Bachelet a hacer siempre lo que creyó correcto, según señaló el Diario Siete que se publica en Santiago de Chile. Y lo hizo a pesar de que muchas veces la sociedad civil no lo considerara de tal modo.
Ser divorciada, tener hijos fuera de la institución matrimonial, ser socialista, mantener contactos fuertes incluso con la izquierda dura o profesar públicamente el agnosticismo no son aspectos que puedan ser tolerados fácilmente por una sociedad conservadora y muy católica como es la chilena de la posdictadura.
Bachelet, médica pediatra y cirujana de 54 años, madre de tres jóvenes (la última, Sofía, sin matrimonio de por medio), hizo historia ayer. Y prometió “gobernar para los ciudadanos”, ayudar a disminuir la brecha de desigualdad social que existe en Chile.
Entre las primeras palabras de la presidenta tuvieron especial resonancia las que se refirieron a su padre, el general de la Fuerza Aérea Alberto Bachelet, de quien heredó su amor “por Chile y por todos los chilenos, sin distinciones”. “El estaría sin dudas muy orgulloso en este momento”, dijo en el discurso que dio afuera del hotel Plaza San Francisco. El general no pudo estar, porque en 1974 falleció en la cárcel que el dictador Augusto Pinochet reservaba para militares y dirigentes de la Unidad Popular. Tras las torturas, quienes cuidaban la prisión decidieron ignorar el infarto cardíaco que sufría: lo dejaron morir.
La sensación en Chile es que esta elección de una mujer socialista marca definitivamente el fin de la misma era que se cobró la vida de la persona cuya foto en blanco y negro la acompaña dondequiera que vaya: su padre.
“Siento que el tema del deber ser es uno de los valores más fuertes que guían mi vida: no pongo primero lo que me gustaría sino lo que hay que hacer”, explicó a la prensa una vez subrayando las equivalencias de carácter con su padre. Como alto oficial de la Fuerza Aérea Alberto Bachelet se mantuvo leal hasta el último momento con el presidente Salvador Allende, pese a que su superior, el jefe de las fuerzas armadas, Gustavo Leigh, fue uno de los principales gestores del golpe de Estado.
“He consagrado mi vida a revertir el odio del que fui víctima y convertirlo en comprensión, en tolerancia y en amor”, explicó ayer la candidata ganadora. La líder socialista, además de los episodios que involucraron a su padre, presenció desde el Hospital Clínico de la Universidad de Chile, en 1973, el ataque a La Moneda, pero en lugar de escapar optó por quedarse para atender a los heridos. Luego, ella misma fue detenida y trasladada a una cárcel secreta de la dictadura junto a su madre, Angela Jeria.
Estuvo en el exilio cinco años, repartidos entre Australia y la ex República Democrática de Alemania. Al regresar, mantuvo una línea de continuidad ideológica: trabajó con los hijos de las víctimas de la dictadura mientras se involucraba cada vez más con el Partido Socialista.
Su carrera política propiamente dicha comenzó en 1999, cuando Ricardo Lagos la designó en la comisión técnica de Defensa. Desde ese momento comenzó a subir posiciones. Con Lagos como presidente, se convirtió en la primera mujer ministra de Salud y luego, en 2002, en la primera mujer ministra de Defensa donde debió tejer una difícil relación con los cuadros de las fuerzas armadas, muchos de los cuales simpatizaban con Pinochet.
En 2002, una encuesta reveló que Bachelet figuraba entre los políticos con mejor imagen pública. Ella misma admitió que el terreno político en el que ingresaba era un “campo minado”, pero no se amedrentó: en septiembre de 2002 los líderes del Partido Socialista definieron que sería la candidata en las siguientes presidenciales.
La antropóloga chilena Sonia Montecino, en una entrevista concedida al Diario Siete de Chile, explica que el triunfo de Bachelet inicia una nueva etapa en la política, ya que “todas las desvalorizaciones femeninas empiezan a cambiar y comienza a ser prestigioso ser mujer”. “Michelle Bachelet representa en una de sus identidades a la madre. Y es, además, una madre chilena, sin marido, sin pareja, sin masculino, que pone en evidencia el dominio que las madres chilenas tuvimos: esta cosa férrea de la madre con la familia, que socializa, que le da un sentido al mundo y que, en términos reales, es la protectora”, explica Montecino.
Aunque ahora esté “sin masculino”, como dice Montecino, los amores y desamores de Bachelet son parte fundamental de su vida. Estuvo casada con el arquitecto socialista Jorge Dávalos, con quien tuvo los dos hijos más grandes, pero se divorció. Luego tendría una hija, sin que mediara el matrimonio, con el doctor Aníbal Henríquez, con quien trabó conocimiento en un grupo de lucha contra el sida.
Existen en su vida otros dos amores importantes de los que habla poco, aunque todos sus opositores pretendieron atacarla por ese flanco. Uno fue con un dirigente socialista que traicionó sus ideales cuando fue capturado por la DINA y comenzó a colaborar secretamente con ellos. El otro fue el que compartió con el vocero del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, Alex Vojsovich.
“Todas las transformaciones que puede provocar una presidenta de por sí son relevantes, pero la pregunta es cómo se va a negociar para que una política de género adquiera aceptación. Una presidenta que posea conciencia de género tendrá que lidiar con las dificultades que ello supone, y eso entrañaría una gran mutación cultural”, advierte Montecino. Ese será, seguramente, uno de los tantos desafíos que tendrá que enfrentar Bachelet cuando asuma formalmente la presidencia, junto al compromiso que asumió durante su campaña de disminuir la brecha entre ricos y pobres.
Informe: Nicolás Olszevicki.
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