EL MUNDO • SUBNOTA › OPINION
› Por Claudio Uriarte
Pese a sus invocaciones a Simón Bolívar, Evo Morales se ha constituido en el verdadero Libertador de Bolivia. Porque la libertó no sólo de España sino de la oligarquía blanca que mantuvo al 80 por ciento de su mayoría indígena en condiciones de exclusión y semiesclavitud, reconociéndoles sus derechos electorales recién en la década del ’60 y privándola después de su derecho al cultivo de coca, su principal fuente de recursos. Anteayer, en la ceremonia cívico-religiosa de Tiahuanacu, Morales lució menos como un presidente electo que como un emperador que estaba siendo entronizado. La alegría indígena después de 500 años de opresión blanca y oligárquica se transpiraba a través de las pantallas de televisión. Pero detrás de esa alegría se podía sentir una decepción anticipada: “el Evo” no podrá cumplir con todas las promesas que formuló.
Los indígenas que siguieron a Evo hasta las ruinas de Tiahuanacu, y que ayer contemplaron emocionados su discurso de toma de posesión de mando ante el Parlamento, sentían que llegaban al poder. Pero no lo hacían del todo. Una cara morena, una “chompa” (o pulóver andino), como la que Evo usó en sus visitas internacionales más protocolarias, y sus denuncias estridentes contra el imperialismo, no garantizan un mejor nivel de vida. Garantizan, eso sí, un mayor nivel de representatividad social, y una mejor democracia. Pero subsiste el hecho de que Bolivia es uno de los países más pobres del Hemisferio Occidental, y que la retórica antiimperialista de Hugo Chávez en Venezuela funciona allí básicamente porque Caracas vive de sus exportaciones de crudo a Estados Unidos. En Bolivia, en cambio, la construcción de un gasoducto que exportaría gas a Estados Unidos a través de un puerto chileno fue uno de los motores de la rebelión popular que ayudó a propulsar a Evo Morales a la presidencia. Oponerse al Imperio, por lo general, tiene un precio.
Pero, precisamente por eso, el discurso de posesión de mando de Morales ayer tuvo un tono internacional singularmente bonapartista, al alcanzar su mano tanto a Estados Unidos como a Cuba, tanto a la Argentina como a Brasil, tanto a Perú como a Chile, sin olvidar –por supuesto– a Venezuela, su principal sponsor en el subcontinente. “El Evo” tendrá que gobernar en un mundo de realidades y no de fantasías. Esa es, tal vez, la principal incertidumbre del pueblo que se movilizó por él, que lo votó en forma masiva, y que ahora deberá aguantar –o no– las desilusiones que vendrán. Pero Napoleón III ya tuvo esos problemas.
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