EL MUNDO • SUBNOTA › OPINION
› Por Robert Fisk *
Desde Srifa, sur del Líbano
Hicieron un desierto y lo llamaron paz. Srifa, o lo que solía ser el pueblo de Srifa, es un lugar de casas aplastadas, paredes destruidas, escombros, gatos hambrientos y cadáveres atrapados. Pero también es un lugar de victoria para Hezbolá, cuyos combatientes caminaban ayer en medio de la destrucción con aire de héroes conquistadores. De manera que, ¿a quién hay que culpar por este desierto? ¿A la milicia chiíta que provocó esta guerra o a la fuerza aérea israelí y al ejército que arrasaron el sur del Líbano y mataron a tanta de su gente?
No había duda sobre lo que pensaba el mukhtar (alcalde) del pueblo. Mientras tres hombres de Hezbolá –uno herido en el brazo, el otro llevando dos cargadores de municiones y una radio– pasaron en medio de la pila de pedazos de pavimento, Hussein Kamel el Din les gritó: “¡Hola héroes!”. Luego se volvió hacia mí: “¿Sabe por qué están enojados? Porque Dios no les dio la oportunidad de morirse”. Hay que estar aquí con Hezbolá en medio de esta destrucción aterradora –al sur del río Litani, en el territorio del que una vez Israel prometió expulsarlos– para darse cuenta de la naturaleza de la guerra del mes pasado y su enorme significado político para Medio Oriente. El poderoso ejército de Israel ya se retiró del pueblo vecino de Ghandoutiya después de perder a 40 hombres en sólo 36 horas de lucha. Ni siquiera logró penetrar en la destruida ciudad de Khiam, donde Hezbolá estaba celebrando ayer por la tarde. En Srifa estuve con hombres de Hezbolá mirando los caminos vacíos al sur y podía ver todo el camino hasta Israel y el asentamiento de Mizgav Am del otro lado de la frontera. Esta no es la manera en que la guerra debía haber terminado para Israel.
Lejos de humillar a Irán y a Siria –que era el plan de Israel y Estados Unidos–, estos dos Estados supuestamente parias no han sido tocados y la reputación de Hezbolá quedó personalizada en su líder dentro del mundo árabe. La “oportunidad” que el presidente George W. Bush y su secretaria de Estado, Condoleezza Rice, vieron aparentemente en la guerra contra el Líbano, resultó ser una ocasión para que sus enemigos demostraran la debilidad del ejército de Israel.
Anoche, casi no se veían vehículos blindados dentro del Líbano –sólo se podía ver un solitario tanque afuera de Bint Hbeil– y los israelíes se habían retirado también de la “segura” ciudad cristiana de Marjayoun. Ahora resulta claro que el fuerte ejército israelí de 30.000 hombres, que se decía que se dirigía al norte hacia el río Litani, nunca existió. En verdad, es improbable que ayer hubiera más de mil soldados israelíes en sur del Líbano, aunque se involucraron en dos enfrentamientos armados durante la mañana, horas después de que el cese de fuego de la ONU entrara en vigor.
En la ruta de la costa desde Beirut, mientras tanto, venía un éxodo masivo de decenas de miles de familias chiítas, la ropa de cama apilada en los techos de sus autos, muchos de ellos haciendo flamear banderas de Hezbolá y retratos de Sayed Hassan Nasralá, el líder de Hezbolá, en sus parabrisas. En los embotellamientos masivos alrededor de los puentes destrozados y los cráteres que ensucian el paisaje, Hezbolá estaba entregando banderas de “victoria” verdes y amarillas, junto con las noticias oficiales instando a los padres a que no permitiesen que los niños jugaran con las miles de bombas sin detonar que ahora están tiradas en medio del paisaje. Por lo menos un niño libanés murió ayer por una bomba sin detonar y otros quince estaban heridos.
¿Pero a qué regresa esta gente? Haj Ali Dakroub, un gerente de construcción de 42 años de edad, perdió parte de su hogar en el bombardeo de Israel de 1996 a Srifa. Ahora toda su casa está aplastada. “¿Qué hay aquí para que Israel destruyera todo esto?”, preguntó. “No negamos que la resistencia estaba en Srifa. Estaba aquí antes y estará aquí en el futuro. Pero en esta casa sólo vive mi familia. ¿Por qué la tiene que bombardear Israel?”
Vi lo que parecía ser la carcaza de un misil que colgaba del balcón de una casa muy dañada frente a los escombros de la casa de Ali Dakroub. Y un grupo de milicianos de Hezbolá, uno de ellos con una pistola en su cintura, caminó al lado nuestro despreocupadamente y desapareció en un huerto. ¿Era aquí donde guardaban sus cohetes? Dakroub insistió: “Voy a reconstruir mi hogar con mis dos hijos. Israel puede venir dentro de diez años y destruirlo todo una vez más y yo lo reconstruiré todo una vez más. Esta fue una victoria de Hezbolá. Los israelíes pudieron derrotar a todos los países árabes en seis días en 1967, pero no pudieron derrotar la resistencia en un mes. Estos hombres de la resistencia salen de la tierra y devuelven el fuego. Todavía están aquí”.
“Salen de la tierra” es una expresión que escuché varias veces en estas últimas cuatro semanas y estoy empezando a sospechar que muchos de los miles de guerrilleros se refugiaban en cuevas y sótanos y túneles, sólo emergiendo para disparar sus misiles o para usar sus cohetes infrarrojos sobre el ejército israelí una vez que este cometió el error de enviar tropas terrestres dentro del Líbano.
Y ¿hay alguien que crea que Hezbolá aceptará desarmarse a una nueva fuerza internacional de la ONU y las tropas libanesas –si es que llegan–? Hubo un momento simbólico ayer cuando los soldados libaneses ya establecidos en el sur del Líbano se unieron a los hombres de Hezbolá en Srifa para limpiar los escombros de una casa en la que se cree que están enterrados los cuerpos de toda una familia. La Cruz Roja libanesa y personal de la defensa civil –representantes de la sociedad civil que se supone que quiera recuperar su poder frente a Hezbolá– se unieron en la búsqueda. El mukhtar, que claramente miraba a los militantes de Hezbolá como héroes, es también un representante del gobierno. A la entrada de este pueblo destrozado todavía hay un cartel de Nasralá y del presidente iraní Ali Khamenei.
Lejos de llevar a Hezbolá hacia el norte cruzando el Litani, Israel los ha afianzado en sus pueblos libaneses como nunca antes.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère
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