Mié 10.07.2002

EL MUNDO • SUBNOTA  › DESDE EL 11 DE SEPTIEMBRE HASTA EL CASO ENRON

Dos mujeres contra el sistema

Por Isabel Piquer
Desde Nueva York

En menos de cuatro meses, dos mujeres han sido las protagonistas involuntarias de los escándalos que más han perjudicado a la Casa Blanca. Sherron Watkins, la vicepresidenta de Enron que denunció las irregularidades contables del gigante energético, y Coleen Rowley, la agente del FBI que destapó los errores burocráticos de la agencia antes del 11-S, aparentemente no tienen nada en común pero ambas se saltaron las reglas, no dudaron en criticar a sus superiores y acabaron declarando ante el Congreso estadounidense, y esta vez no había sexo de por medio.
Mal enfundada en su traje gris y oculta tras un enorme par de gafas, a Rowley se la ha llegado a comparar con Marge Gunderson, la policía de la película Fargo. En el film, Marge, en los últimos meses de su embarazo, resuelve un horrible crimen en el desierto estepario de Dakota del Norte, sin perder la compostura ni su acento del Medio Oeste. A Sherron Watkins, cuando compareció ante el Congreso a mediados de febrero, se le notaba su paso por Nueva York y su porte de alta ejecutiva, pero su presencia desentonaba con la misma crudeza en un escándalo de poder y dinero, es decir, esencialmente masculino. Aunque proceden de universos muy distintos, los comentarios de sus respectivos colegas de trabajo son sorprendentemente parecidos. “Es el tipo de persona que hace lo adecuado aunque nadie esté mirando”, aseguraba uno de los compañeros de Rowley a la revista Time. “Nunca ha tenido miedo de decir la verdad aunque sea desagradable”, decía un ejecutivo de Enron sobre Watkins.
Las dos se han ganado una reputación de entereza profesional, absoluta honestidad, excesiva franqueza y sobre todo dureza, esa cualidad tan valorada, para hombres y mujeres, en el mundo laboral estadounidense. Coleen Rowley tiene 47 años y lleva 21 trabajando para el FBI, toda su carrera. Madre de cuatro hijos, hasta ahora vivía una vida anónima en un barrio anodino de Minneapolis. Estuvo varios días sin dormir hasta escribir la carta de 13 páginas que la llevó hasta el Capitolio. Redactó un primer borrador a las tres de la mañana y una semana después, el 21 de mayo, mandó un texto a su jefe, Robert Mueller y a dos senadores miembros del Comité de Inteligencia donde criticaba la apatía burocrática de la agencia ante pistas que anticipaban el 11 de septiembre. Mientras estudiaba en la Universidad de Austin, Sherron Watkins, 42 años, ayudaba en la tienda de comestibles de sus padres. En 1982 empezó en la auditoría Arthur Andersen (también implicada en el escándalo) y hace ocho años entró en Enron, donde fue ascendiendo hasta una de las vicepresidencias y uno de los barrios más adinerados de Houston, donde reside con su esposo, otro alto ejecutivo, y su hija de dos años. “Muy nerviosa” por lo que estaba pasando, escribió siete folios al presidente de Enron, Kenneth Lay, denunciando las irregularidades contables de la empresa, meses antes de que estallara el escándalo. Ninguna buscó la fama. “No quiero publicidad -dijo Rowley antes de su comparecencia–, invalidaría completamente lo que intento decir.” Menos aún Watkins. Su informe confidencial nunca hubiera salido de Enron de no ser por el colapso de la compañía.
Las dos se arriesgan a quedarse en la calle. Rowley, a dos años y medio del retiro, espera poder acogerse a una cláusula legal que protege a los que denuncian los fallos del sistema. Watkins sigue en Enron pero ha dejado la vicepresidencia. Ha recibido varias ofertas para escribir un libro y es la nueva estrella del circuito de conferencias universitarias.

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