Mar 07.11.2006

EL MUNDO • SUBNOTA  › OPINION

La campaña de Bush fracasó y dejó un mal precedente

› Por Luis Bruschtein

Los medios internacionales, algunos con enfoques de derecha y otros no tanto, que antes criticaban a Daniel Ortega por sus posiciones de izquierda, ahora han asumido un tono irónico para criticar su discurso por demasiado lavado. Y además insisten en las denuncias por corrupción y abuso sexual sin olvidar por supuesto su amistad con Fidel Castro y Hugo Chávez. Y al mismo tiempo consignan (una de cal y dos de arena) que los gobiernos de Estados Unidos –el de Reagan antes y el de Bush ahora– han hecho hasta lo imposible en su contra. Puesto así, se entiende que Estados Unidos les ha hecho un gran favor a la humanidad y a los nicaragüenses.

Siguiendo ese enfoque, que también han tomado algunos medios y periodistas progresistas, el pueblo nicaragüense se equivocó y tendría que haber votado a la derecha. Todos se hubieran lamentado de que el ganador de derecha no iba a producir cambios ni democráticos ni distributivos pero se hubieran alegrado por la derrota de Ortega. La derecha siempre es mejor que un populista. Como ganó Ortega, no hay nada que festejar, ni siquiera que le ganó a la derecha, porque hubieran querido que ganara la derecha. Pero el pueblo nicaragüense salió a festejar porque ganó Ortega y porque le ganó a la derecha. O sea, el discurso de los medios es un discurso gorila y pro norteamericano: dicen que “esta vez Ortega, como Hitler, ganó por las urnas y no por la fuerza”.

Seguramente Ortega no es un santo, pero tampoco un demonio como lo pintan. Y más seguramente aún, la derecha y el gobierno de Bush no lo combaten por sus facetas negativas, sino por las positivas. Por el contrario, éstas son las que apoyan quienes lo votaron. Los procesos políticos están relacionados con los procesos históricos, sociales y culturales de cada pueblo, no salen de un repollo ni de un laboratorio y como resultado de esos procesos Ortega recibió un nuevo respaldo de su pueblo.

Uno diría que un país como Nicaragua, que arribó tardíamente a la democracia tras la larga dictadura de la dinastía Somoza y tras una larga lucha guerrillera e insurreccional, tendría una política tosca, enviciada y poco transparente. En parte es así y en parte no. Es más complejo que eso. Porque el Frente Sandinista de Liberación Nacional fue la organización guerrillera más democrática de las que existieron hasta los ’70. Cuando tomó el poder aceptó las reglas de juego democráticas, no instaló la dictadura del proletariado, no hubo excesos represivos, más bien lo contrario, todos los militares somocistas fueron liberados rápidamente y los partidos de oposición y la prensa tuvieron libertad para actuar en elecciones democráticas.

Reagan no tenía argumentos para combatirlos. Entonces lo hicieron desde la clandestinidad y durante diez años alimentaron una guerra miserable financiando a los Contras, en su mayoría ex militares somocistas. Fue una guerra artificial donde murieron cerca de 50 mil nicaragüenses, más que en la lucha contra Somoza. Reagan sabía que no podía ganar militarmente porque los sandinistas tenían el apoyo de la población. Pero obligó al gobierno del FSLN a desviar la mayor parte de sus recursos a un aparato militar que llegó a ser el más grande de América latina. El desgaste fue efectivo, la gente estaba cansada de la guerra y en 1990, aunque muchos seguían siendo sandinistas, votaron por Violeta Chamorro, porque era la única forma de conformar a los norteamericanos.

Los fondos para la Contra provenían de la venta de droga colombiana y de armas. Y la estructura clandestina que manejaba ese tráfico estaba a cargo del coronel Oliver North, que revistaba en el Consejo de Seguridad norteamericano. Pero detrás de North estaban los neoconservadores Dick Cheney, David Addington, John Negroponte y John Bolton. Cheney es ahora vicepresidente, Addington su jefe de gabinete, Negroponte es jefe de los servicios secretos y Bolton, embajador en la ONU. North fue condenado por vender armas a Irán para financiar a la contra, pero Bush padre lo perdonó y ahora es columnista internacional en medios de comunicación.

El elenco de Bush en pleno hizo campaña contra Ortega; el embajador en Nicaragua convocó a su embajada a los dos partidos de derecha para exigirles que se unieran, llevaron a Mario Vargas Llosa para que diera charlas y hasta el mismo North se exhibió pidiendo el voto para la derecha, pero más como un ominoso recordatorio de lo que podía hacer Washington si ganaba Ortega. Su presencia fue la amenaza de otra guerra. Ha sido la intromisión más descarada en los asuntos internos de otro país que ha cometido el gobierno de Bush en América latina. Digan lo que digan de Ortega, contra todo eso se impuso el voto democrático de los nicaragüenses.

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