EL MUNDO • SUBNOTA
› Por R. T.
En nuestra recorrida por el extremo sudeste de Corea del Norte, cerca de la frontera con el Sur, los signos de la conspicua presencia del Partido de los Trabajadores de Corea del Norte se hacen evidentes por las oficinas diseminadas en los pueblos y aldeas de la zona, con la infaltable foto en su frente del difunto líder Kim Il Sung. Sin excepción, los norcoreanos portan un prendedor con la imagen del líder fundador. Los miembros partidarios más activos se hacen notorios en el contacto con los visitantes. La población civil tiene prohibido el diálogo con nosotros, y viceversa. Sólo se nos acercan y nos interrogan los entrenados para “repeler la influencia extranjera”. La concepción de lo foráneo como una amenaza forma parte de la base constitutiva del partido y del país.
Después de la guerra del ’53, Corea del Norte estructuró su gobierno y aplicó su ideología a través del partido único, cuya filosofía ideada por Kim se denomina Juche. La misma significa literalmente “autosuficiencia cuerpo principal” y está basada en la combinación de la confianza en las fuerzas propias, tanto en el nacionalismo como en el control centralizado de la economía. El factor clave para la supervivencia del régimen es la explotación de la profunda cultura tradicional, señala Charles Armstrong, profesor de Estudios Coreanos de la Universidad de Columbia. Para Armstrong, Juche es un pensamiento orgánico, en el que la sociedad es entendida como el cuerpo y el líder es la cabeza, actuando como una sola entidad. El partido se sostiene y se reafirma en cada norcoreano. Si hay algún signo de disenso o influencia exterior, pequeños comandos recorren los pueblos para llevar a cabo ejecuciones públicas.
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