EL MUNDO • SUBNOTA
› Por Santiago O’Donnell
Mmmm. La propuesta tiene su encanto. Después de un década infame en la que los presidentes de Ecuador se sucedieron sin solución de continuidad, al compás de un Congreso tan poderoso como mezquino, pero sin respaldo popular, el sistema estalla. De sus cenizas surge un ex misionero salesiano que promete tirar la casa por la ventana y empezar de nuevo. Promete cerrar el Congreso, reescribir la Constitución y acabar con la partidocracia que hundió a su país. El pueblo lo vota. Los congresistas se rebelan, pero un juez adicto los hace echar. Las masas se movilizan en apoyo del nuevo líder y cercan el Congreso. Asumen congresistas nuevos que apoyan al líder y el Congreso vuelve a sesionar. Hoy, cinco meses después de la asunción del nuevo gobierno, los ecuatorianos deberán votar en un plebiscito para decidir si llaman a elecciones de estatuyentes para escribir la nueva Constitución. Un paso más, una elección más para legitimar al líder que detesta la partidocracia y que gobierna sin partido. Después vendrán la campaña de la estatuyente, las movilizaciones para defender la reforma, otra campaña, otro plebiscito, otra legitimación. Los objetivos están claros: inclusión, distribución, integración, retomar el control de los recursos naturales. Los instrumentos ya vendrán.
En estos tiempos de coaliciones cívicas, de partidos únicos, de socialismos del siglo XXI, la apuesta de Rafael Correa, su fuga hacia adelante, parece romántica y audaz. Pero no deja de preocupar a gente bienpensante como el sociólogo Simón Pachano, de Flacso-Ecuador.
“Yo creo que no es una buena solución. Soy muy pesimista. Primero hay que ver si gana Correa. Si eso sucede se abriría una campaña electoral muy confrontacional. Se trata de un gobierno con muchas exclusiones. La destitución de los diputados fue casi un golpe de Estado. Ahora se viene una campaña muy dura para formar una asamblea seguramente tan fragmentada como siempre fue el Congreso, sin mayorías claras, con muy poca legitimidad, que no va a ser reconocida como representativa, que va a estar sometida a muchas presiones, manifestaciones populares, etcétera. Yo creo que el producto va a ser un mal producto”, alerta Pachano, al teléfono desde Quito.
Pachano va más allá y argumenta en favor del voto por el No. “Yo creo que la solución podría encontrarse si no gana el Sí. Ahí se abre la posibilidad de un procedimiento diferente, obligadamente más consensual.” Pero si nadie quiere a la clase política, ¿por qué pactar con ella? “Es cierto que el Congreso está muy desprestigiado, que los partidos políticos están muy desprestigiados, pero son actores políticos. Existen. Son seres reales que hay que contar, no se los puede dejar afuera. Son impresentables, a la mayoría no les permitiría entrar a mi casa, pero son los políticos que tenemos”, contesta Pachano.
El otro tema que desvela a Pachano es la falta de propuestas para la reforma constitucional. “No hay claridad con respecto a qué quiere hacer el gobierno. Se habla de una democracia más participativa, más directa, pero no se sabe. El gobierno no ha planteado ninguna iniciativa de reforma, ninguna, y la oposición tampoco. No sabemos qué se va a debatir en la asamblea. Es como en el colegio, cuando falta el profesor y te encargan una redacción de tema libre.”
Se viene la tormenta, advierte Pachano. “Hay temas conflictivos. El gobierno va a plantear una mayor intervención estatal en la economía que los empresarios van a resistir. La reforma política también va a ser muy resistida. El gobierno va a querer abolir los partidos políticos porque Correa no cree en ellos. Desde que llegó al gobierno no ha hecho ningún intento de formar uno. Prefiere un sistema muy flexible con votos personalizados y reemplazar la idea misma del partido como expresión política por organizaciones que se forman para ganar elecciones.”
Pelearse no es malo si se elige bien al enemigo. Al igual que a Correa, a Kirchner también lo han criticado por sus embestidas contra los poderes fácticos, por su populismo, por su falta de compromiso con ciertos rituales republicanos. De Chávez, ni hablar. Sus gobiernos podrán gustar o no, pero nadie puede negar que gobiernan. ¿Por qué no podrá Correa?
“La diferencia es que ustedes tienen un partido político, uno y medio a lo sumo, y Kirchner lo ha usado para gobernar. Acá tenemos varios partidos, y esos partidos le van a hacer una oposición fuerte a Correa. Si no los contiene con un programa de consensos, tarde o temprano se va a convertir en un presidente débil. En Venezuela, Chávez pudo hacer lo que hizo porque los partidos tradicionales se habían autodestruido, pero acá es un error pensar que los partidos han dejado de existir. Son aparatos, redes clientelares que hacen política y ganan elecciones. Están golpeados, pero tuvieron una renovación importante en la últimas elecciones legislativas, donde se impusieron dos partidos nuevos (el liberal Prian, de Alvaro Noboa y el nacionalista Movimiento Sociedad Patriótica, de Lucio Gutiérrez).”
No será fácil gobernar sin partido propio y con oposición. Pero tampoco conviene subestimar a un gobierno que, partiendo de cero representantes, se hizo de una cómoda mayoría en el Congreso de la noche a la mañana cuando asumieron, gracias a un fallo judicial hecho a medida, 57 diputados suplentes de la oposición que rápidamente cambiaron de vereda.
El ministro de Gobierno de Correa, Gustavo Larrea, uno de los principales promotores de la movida, transmite confianza y optimismo por teléfono. Dice que el domingo los ecuatorianos tienen la oportunidad de salir de una profunda crisis ética y política. “Es la oportunidad de escribir una Constitución que no sea letra muerta, sino que permita la participación de cada familia para construir una casa para todos”, se entusiasma.
El ministro reconoce que la agenda de la Asamblea no está definida, pero dice que esto es así porque la idea de Correa es que el nuevo pacto social surja de las bases y no de las cúpulas. “No hay textos ni va a haber. Si anunciáramos un plan dirían que tenemos una agenda secreta. Lo que buscamos es un debate franco y directo. Hay objetivos, no textos. Los textos surgirán de la Asamblea.”
A Larrea le gustaría que la nueva constitución sirviera para remover a los representantes gremiales y las asociaciones empresariales de los organismos del Estado, para limitar el poder del futuro Congreso y para aumentar la participación estatal en el manejo de los recurso naturales. También se imagina una reforma política. No quiere terminar con los partidos políticos, dice, sino modernizarlos. Opina que los partidos deberían ser financiados por el Estado. “Es para que todos estén en un mismo pie de igualdad y no como hoy, que un empresario bananero como Noboa tiene contratadas en sus empresas a las principales figuras de su partido”, aclara.
No hace falta ser adivino para predecir que esos cambios serán muy resistidos por la corporación política y los empresarios del establishment dolarizado. ¿No tiene miedo el ministro de que la Asamblea termine empantanada como la boliviana?
“Respetamos el proceso boliviano, pero son dos realidades muy distintas. Acá creemos que la gran mayoría de la población está dispuesta a acompañar un proyecto de centroizquierda”, pronostica con optimismo.
Contener esa corriente de apoyo sin la mediación de un partido político propio, y sin caer en actitudes autoritarias o personalistas no será un desafío menor. “No hay partido, pero formamos un movimiento ciudadano de 540 mil personas que firmamos un compromiso de transformar a Ecuador”, dice el ministro. Aclara, por si hiciera falta, que Ecuador no sigue ningún modelo foráneo, sino que busca una solución ecuatoriana.
¿Sirve o no sirve el camino elegido? ¿Podrá o no podrá Correa? La propuesta tiene el encanto de esos finales hollywoodenses donde el héroe, con la soga al cuello, esboza un plan de escape imposible y escucha las infaltables palabras de su compinche: “Tu idea es tan, pero tan disparatada que podría funcionar”.
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