EL MUNDO • SUBNOTA › OPINION
› Por Gabriel Puricelli *
Los resultados del supertuesday no trajeron novedades concluyentes a los procesos de selección de candidatos en ninguno de los dos principales partidos estadounidenses. A falta de definición temprana (o súbita, como la querían los medios masivos), se perfiló, sí, definitivamente, la dialéctica entre demócratas y republicanos de cara a la elección presidencial de noviembre, que se empieza a desplegar con independencia de quienes vayan a ser los candidatos.
El partido de Thomas Jefferson y JFK confirmó la capacidad de movilización que empezó demostrando en Iowa, donde arrancó triplicando la asistencia a las asambleas ciudadanas (caucus), poniendo en marcha una dinámica en principio virtuosa que puede hacer crecer la asistencia a las urnas en las elecciones generales.
Por el lado republicano (cuesta pensar que es el partido de Lincoln y Eisenhower), así como parece que sus rivales se aprestan a arrasar con la apatía, su electorado no sólo aparece muy dividido, sino que quien se perfila como líder de la carrera hacia la nominación es visto como un candidato de otro partido por la derecha fundamentalista, que ha sido un potente motor de movilización en los años del mariscal de Irak. Complica aún más las cosas el hecho de que sus primarias se siguen disputando entre una multitud de tres, lo que impide que se salde con nitidez, ya sea en favor de un conservador laico como John McCain ya sea en favor del ultraconservadurismo que representan, en su variante sobreactuada, Mitt Romney, y en su variante true believer, el pastor Mike Huckabee. Si a ello se suma que no pueden siquiera pronunciar el nombre del correligionario que está en la Casa Blanca, la cuesta hacia noviembre se hace bien empinada.
Hillary Clinton y Barack Obama (por ahora, en ese orden) les están proponiendo a propios y ajenos la competencia más excitante desde aquel duelo de 1960 entre John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson, que Papá Joe decidió en favor de su hijo con ayuda de los goodfellas de Chicago. La meticulosidad de Hillary en la explicitación de cada una de las políticas públicas que se propone aplicar y la invocación a la esperanza y la superación del partidismo de Obama dejan poco espacio a un relato superador de la experiencia neoconservadora que ha desfigurado a los Estados Unidos del New Deal de Roosevelt o de la Great Society de Johnson. Con un final abierto por delante, no está de más decir que frente a los agoreros del fin de la democracia como instancia de participación en los países avanzados, estamos viendo en dos países del G-7 procesos de movilización que deberían despertar nuestra atención: los millones de italianos que dieron nacimiento al Partido Democrático de Walter Veltroni y los millones de demócratas estadounidenses que no pueden esperar a desalojar a Bush son otras tantas desmentidas al escepticismo y la apatía.
* Cocoordinador, Programa de Política Internacional, Laboratorio de Políticas Públicas.
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