Vie 21.03.2008

EL PAíS  › ESCENARIO

Alberto Fernández de Kirchner

› Por Mario Wainfeld

No hace tanto tiempo, cosa de ocho meses atrás, Alberto Fernández explicaba con aire convencido y argumentos rotundos que la futura presidenta debía cambiar todo o casi todo su gabinete. El desgaste, la fatiga de los propios funcionarios eran algunas de sus razones. El jefe de Gabinete no se excluía de la moción general. Cuando se le replicaba que los Kirchner lo veían como una pieza clave, contestaba que nadie es imprescindible. “Hace cuatro años decían que mi cargo me quedaba grande –refirió a Página/12 que lo contó en su momento– ahora se supone que soy irreemplazable.” Las dos cosas, postulaba, eran exageradas.

El criterio era sugestivo y llamaba la atención por provenir de un “Cristino” de la primera hora. Alberto Fernández tiene desde hace muchos años una relación política muy cercana con la Presidenta, previa a la que mantuvo con Néstor Kirchner. Baqueanos de ese espinel evocan que sólo riñeron fuerte una vez en más de una década: fue cuando “Alberto” decidió aliarse a Domingo Cavallo en las elecciones a jefe de Gobierno de la Capital. Discutieron, no se pusieron de acuerdo, Fernández hizo primar su voluntad jugando de local en su territorio. Pero esa rencilla se pierde en la bruma de los tiempos.

La confianza política vigente es grande: para varios fue sorpresa cuánta continuidad hubo en el gabinete de Cristina Fernández, pero la perduración del jefe de Ministros pagaba dos pesos con diez centavos.

A tres meses del nuevo mandato, el jefe de Gabinete es el mismo. Pero la esfera de sus incumbencias se ha ampliado y, aunque él porfíe lo contrario, da la impresión que su peso interno también.

La salida simultánea de los titulares de la Aduana y la AFIP suscitó una nueva señal en ese sentido. Un nuevo Fernández (Carlos, aliado y subordinado de Alberto) salió a la cancha en reemplazo de Alberto Abad. Una interna oficial es una suerte de TEG, existen estrategias de largo plazo (a veces explícitas, otras ocultas) y tácticas obvias: sumar personas de confianza en cargos relevantes es una de ellas, de manual.

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Los meses en que “Alberto” instaba su propio relevo le fueron duros en ciertas variantes de la competencia interna. En varias provincias prohijó a candidatos que compitieron con otros, avalados por algunos compañeros de Gobierno, especialmente Julio De Vido. En promedio, la otra figura fuerte del gabinete, lo tuvo de hijo. Juan Schiaretti le ganó (con artes dudosas pero le ganó) a Luis Juez en Córdoba. Celso Jaque primó sobre César Biffi (pollo de Julio Cobos) en Mendoza.

Y en Capital, feudo de Alberto Fernández, el Frente para la Victoria fue vencido por Macri. Acá no hubo estrictamente competencia pero sí un perdedor más neto.

Los albertistas anotan como victoria propia la del “Chango” Juan Manuel Urtubey en Salta. Igual, el score es adverso.

Cansado (según su propio relato) y algo golpeado, Alberto Fernández comenzó a recuperar aire desde el primer día de gobierno. Existen razones, digámosle operativas, para que eso ocurra. La primera, a ojos de este cronista, es la menor visibilidad relativa de la Presidenta respecto de Néstor Kirchner. Este garantizaba presencia política permanente. Su estilo confrontativo y su rutina de generar agenda mediática en actos masivos o en el celebérrimo atril del Salón Blanco, lo convirtieron en la principal espada mediática del oficialismo. El presidente salía al ruedo, acusaba y absolvía, “abría frentes”, se exponía, imantaba la atención pública.

Su sucesora dosifica más su exposición. Tuvo intervenciones lucidas (asunción del mando, apertura de sesiones del Congreso) e incluso una presentación internacional elegante y eficaz (la Cumbre del Grupo Río en Santo Domingo). La calidad, empero, no suple el despliegue diario de Kirchner. En las escaramuzas cotidianas (inexorables en una democracia de masas en campaña permanente) la Presidenta delega, hasta ahora.

De ahí que ocurre lo que antaño podía parecer quimérico: Alberto Fernández aumentó su presencia mediática.

Comedidos de Palacio dicen que también creció su actividad cotidiana en las tareas de gestión porque “Cristina delega más que Néstor”. Con el tiempo se medirá mejor esa diferencia y sus consecuencias futuras.

Algunos ministros, los que tienen mayor millaje recorrido, añaden que “los nuevos” necesitan un lapso de adaptación, andan a menor velocidad y que esa carencia (supuestamente temporaria) es también paliada por el jefe de Gabinete en el día a día.

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Muy mirado y muy visible el jefe de Gabinete conoce (no puede no conocer) los límites de su poder. Sin poder político propio, sin potencial territorial, sin mucha intención de voto, el fuerte de Fernández es ser funcional a la Presidenta, única titular del Ejecutivo y a Néstor Kirchner, único jefe del Frente para la Victoria. “Alberto” es un protagonista político de primer nivel porque es (y en tanto siga siendo) “Fernández de Kirchner”.

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