EL PAíS › PANORAMA POLíTICO
› Por J. M. Pasquini Durán
Después de 21 días de lockout desabastecedor, cuando alguna claridad comenzaba a iluminar las relaciones del Gobierno con las cuatro entidades agropecuarias, el viento norte completó una jugarreta grotesca: cubrió Entre Ríos, Santa Fe y Buenos Aires de espeso humo con olor a quemado que ciega los ojos, el tránsito y la vida cotidiana de millones de pobladores urbanos, de cualquier sexo y edad. En islas del Delta, sesenta o setenta mil hectáreas ardían como antorchas porque, según dicen, el fuego destruye los pajonales para que el pasto pueda crecer como alimento del ganado que será trasladado allí para que la soja, ese grano de la codicia, cubra sus pasturas habituales. De modo tan incómodo, la naturaleza estableció las relaciones indispensables que pocos humanos toman en cuenta. No sólo la tasa de rentabilidad ni las leyes de la oferta y la demanda del mercado –únicos argumentos que se escuchan en los discursos “del campo”– deberían ser tomadas en cuenta a la hora de fijar políticas de Estado. También cuentan, deberían contar, las relaciones de los intereses camperos con sus consecuencias en el medio ambiente y las ciudades. Por lo pronto, este humo que irrita ojos, gargantas y bronquios, también agrava el malhumor social, con un destinatario casi exclusivo, el Gobierno.
¿Quién o cómo recompensarán a las poblaciones y economías urbanas por los daños sufridos a causa del primitivo método para limpiar las propiedades de, según dicen, un centenar de propietarios que hacen la propia sin importarles un belín las consecuencias de sus encendidos actos? Aún no se escuchó en voz alta a ningún dirigente, de arriba, del medio o de abajo, pedir disculpas por las dañinas repercusiones de los actos cometidos por un puñado de esos hombres que “son fuentes de vida” y “hacedores de Patria”, si uno hace caso de algunos desbordes orales con reminiscencias de escuela primaria que suelen escucharse cada vez que el poder mediático les arma tribuna a los “del campo”. ¿Algún día se sabrá quiénes fueron los piromaníacos rurales? Sería de un urbanismo necio negar la importancia de la producción agropecuaria en la economía nacional, más ahora cuando los precios de los commodities están en alza (ya lo había pronosticado el General, podrían decir los peronistas, que son más en las ciudades que en el campo), gracias sobre todo a las costumbres de China y de India (“chinindia” llaman los italianos a esos poderosos compradores). De ahí hay una enorme distancia a considerar “hijos de Fierro” a cuanto terrateniente, grupo de inversión, arrendador o propietarios de camionetas de doble tracción e interiores de 4x4 transitan por caminos de tierra. En los tiempos de chips y robóticas, de celulares y computadoras portátiles, de ADN y biogenética, sería escaso el futuro del país restringido a proteger el “oro de sus granos” y los cueros de las vaquitas, en vez de aprovechar todos esos recursos para desarrollar las modernidades industriales y las que llegan con la revolución científico-técnica, de aplicación tanto en el campo como en la industria. De más está decir que la modernidad no consiste en sustituir a los terratenientes añosos por los Benetton, Turner y otros de la misma prosapia, sino de cambiar las reglas campesinas, todas las reglas incluida la de propiedad, para que sean más, produzcan mejor y mucho, tengan lo que se merecen y vivan de su trabajo, hablando de la mayoría de las familias rurales.
De las armonías y equidades tendría que ocuparse el Estado en sus tres niveles de manera permanente, con las variaciones que le permite la diversidad de gobiernos a plazo fijo, según la norma constitucional, elegidos por el voto popular. Esto también puede ser teoría escolar, por supuesto, si los gobernantes de turno no aciertan a combinar teoría y práctica. El elenco que encabeza la presidenta Cristina cumple fatigosas jornadas diarias y exhibe resultados macroeconómicos felices, como los que anunció ayer el ministro Lousteau sobre cuentas de superávits en el primer trimestre, pero en la calle, al menos en el ámbito metropolitano, sigue diseminándose la sensación de que los funcionarios, o muchos de ellos, se ocupan más de las apariencias que de lo sustancial cuando se trata de atender las cuestiones que atormentan la vida cotidiana de los ciudadanos que viven de su trabajo. A modo de mera referencia: ¿A quién puede disgustarle que el país tenga un tramo de territorio recorrido por un tren bala que atravesará, como su nombre lo indica, entre vacas asombradas y campos en flor? Ahora bien: ¿Cuándo serán mejores los servicios suburbanos del ferrocarril, qué planes hay para reestablecer una red nacional equivalente a la que supo tener el país en buena parte del siglo pasado? ¿Qué diría una consulta popular sobre preferencias? Quizá Hugo Moyano resolvería, y sería comprensible, que todas las cargas se movilicen en camiones, pero eso no es modernidad si es que los países desarrollados pueden considerarse modernos. A lo mejor el humo ciega caminos, entre ellos los que llevan al futuro y habrá más de una razón para que el Gobierno le dé prioridad al capital francés que instalará el “bala”, que debe ser de plata, por cierto, de acuerdo con la deuda que habrá que levantar en años venideros. Quién sabe, facilitar este negocio puede ganar la voluntad francesa para facilitarle a la Argentina una ventajosa negociación de la deuda con el Club de París, y lo que gasta por un lado lo ahorra por el otro. Gobernar en estos días es más complejo que ganar una simultánea de ajedrez.
Funcionarios de importancia (otros menos importantes lo mismo porque repiten a los de arriba) aseguran que hay una deliberada propaganda de la derecha política y económica, hostil al Gobierno, destinada a desa-creditar la gestión oficial exaltando los errores y minimizando los aciertos, para lo que cuentan con el apoyo editorial de influyentes poderes mediáticos. Un vocero de la Sociedad Rural atribuyó la contaminación ambiental a la intención gubernamental de “embarrar la cancha”. Si hay humo en tus ojos, culpa del Gobierno será, aplicando aquel viejo dicho italiano: “Si piove, governo ladro, si no piove, gobierno ladro” (“si llueve, gobierno ladrón, si no llueve, governo ladrón”). Algo de esa conspiración calumniosa sucederá –¿por qué no?–, pero lo cierto es que ese tipo de información (apariencia en lugar de sustancia) hace la tarea de la gota que horada la piedra, sin que el Gobierno atine a contrapesarla con sus propios recursos publicitarios.
Sobran los dedos de una mano para contar a los voceros autorizados y con alguna autoridad para hablar de los asuntos de gobierno, por lo que antes y después de cada encuentro de negociadores gubernamentales con los oficios campestres (vaqueros, lecheros, arroceros, sojeros, trigueros, etc.), hay unos ocho hombres de campo dispuestos a satisfacer la ansiedad de la prensa y ninguno del Gobierno. El ministro Lousteau apareció ayer para informar sobre superávits, pero se negó a contestar sobre todo, pese a que lo que se está discutiendo del negocio agropecuario atañe de manera directa a su cartera. En cambio, el que negocia mano a mano es el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, que se lleva pésimo, dicen, con el ministro y con muchos otros, aunque rara vez aparece en público para que la gente común pueda apreciar las dos características que le atribuyen: modales muy bruscos y lealtad blindada a Néstor Kirchner. Lo de lealtad a toda costa es un valor que emociona a los Kirchner, aseguran quienes se ufanan de conocerlos, por encima de toda apariencia.
Los pleitos entre el Gobierno y sus opositores deberían ser la materia prima de la dialéctica entre partidos políticos, pero ésa es una mercadería restringida o faltante en Argentina. La mayor parte tiene humo en los ojos desde hace rato. Incluso el PJ, que ayer presentó dos listas para la interna, es todavía una virtualidad pese a tener la mayor capacidad de sobrevivencia entre los partidos populares, ya que su capacidad de movilización, de agitación y de propaganda es casi tan pobre como las de los otros, a no ser que intendentes y punteros muevan a sus leales en ómnibus alquilados. Hasta las pintadas ahora se pagan a empresas especializadas. Los ciudadanos que se mueven con independencia y tienen la voluntad de participar son una minoría, cuya presencia en cualquier mitin es festejada como una victoria por los organizadores. En Italia, los conservadores acaban de ganar las elecciones por siete puntos porcentuales y los analistas coinciden en que lo que le faltó al centroizquierda fue la voluntad de sus bases, fastidiadas por los errores en el Gobierno y desanimadas por una maciza propaganda de la derecha. Y eso que a ningún ruralista se le ocurrió quemar pastizales.
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