EL PAíS › OPINION
Una luz en el helicóptero y un nuevo escenario táctico. Lo que perdieron las corporaciones “del campo”. Estupor de sus aliados con mando territorial. Los límites del avance político del gobierno nacional. Un juego de suma negativa. Números rurales que no cierran, deudas sectoriales, estatales y del kirchnerismo. Encuestas y opinión pública.
› Por Mario Wainfeld
Cuentan en Palacio que Néstor Kirchner lo terminó de decidir en el helicóptero, rumbo al estadio de Almagro: él no hablaría, sí la Presidenta. Cristina Fernández no había elaborado su discurso y se vio apremiada para pronunciarlo por un haz de hechos. Dos estaban previstos: el acto debía terminar antes de que oscureciera para evitar una desconcentración riesgosa, los discursos debían anticiparse a la dispar competencia radial y televisiva que les auguraba el partido en la Bombonera. Uno fue ulterior y autoinfligido: la pelea entre barrabravas-militantes. Kirchner cedió el micrófono, la mandataria no estuvo a la altura de su mejor oratoria pero en contados minutos ambos lograron el objetivo primario de la comunicación política: el mensaje se entendió, el escenario viró a su favor. La distensión emitida conjugó –lo dicen los sondeos previos y ulteriores en pendant con la visión impresionista del cronista– con el ansia social dominante.
Los dirigentes agropecuarios, sorprendidos como casi toda la audiencia, volearon mal la pelota que les apareció de improviso. Habían avanzado en la semana, merced a las reuniones con los gobernadores de Córdoba y de Santa Fe. Hacer gala de espíritu negociador era un recurso sensato, disponible. De paso, engalanaban las mediaciones de Juan Schiaretti y Hermes Binner. Tras horas de calurosa discusión interna, prevalecieron los halcones rurales encabezados por Mario Llambías y Eduardo Buzzi. Luciano Miguens, aun con la pierna golpeada por manifestantes violentos y torpes, fungió de paloma. El temor a los “autoconvocados”, las “bases” (hay que ver qué milagros obra la movilización sobre el vocabulario, aun de la gente bien) quizá fue determinante. También tuvo su parte la fascinación escénica, la embriaguez de ver casi un tractor por persona en la Plaza de Santa Fe. El apoyo deletéreo de la derecha autóctona que sigue sin tomar cuerpo en un partido político también les habrá dado ínfulas, acentuando la humana tendencia al error.
La obstinación en la acción directa, que los integrantes de la Mesa de Enlace no lideran y acaso ni conducen, le costó casi en directo un distanciamiento con aliados que se habían allegado. Juan Schiaretti lo hizo público pues su afán, amén de irse diferenciando del kirchnerismo, es garantizar gobernabilidad.
Hermes Binner se desilusionó con la conferencia de prensa. En su torno refieren que le transmitió esa desazón a Buzzi y que le hizo saber que ni él ni el partido provincial de gobierno tomarán parte en el acto en Rosario. La decisión del gobernador sería sumarse a la celebración oficial del 25 de mayo, mostrando distancia. Si cerrara así su performance demostraría un nivel de sensatez y de equilibrio que ha sido infrecuente durante este otoño.
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Cuentas pendientes. La Mesa de Enlace recrimina incumplimientos del Gobierno, que los hubo. No repara tanto en la viga en el ojo propio que incluye muchas cuentas que no cierran. La Oncaa registra 98.000 agentes agropecuarios, la AFIP computa 50.000, poco más de la mitad. Los reintegros exigidos por la Federación Agraria (FA) no se reclaman ahora, quizá porque los beneficiarios eventuales están en negro. La “desaparición” de cuatro millones de toneladas de trigo, revelada ayer en tapa por Página/12, es una prueba patente de irregularidades. A menos que se la atribuya a manes de David Copperfield o que la Mesa de Enlace, muy habituada a la aquiescencia mediática, ensaye una respuesta superadora.
Fuera de broma, la marca de la informalidad atraviesa todo el sector y damnifica al fisco y a los trabajadores agrarios, grandes ausentes en esta discusión macro. La evasión no es exclusiva (aunque sí primaria) responsabilidad de los particulares, también refleja falencias del Estado. Y no sólo del Estado en general, concierne a los gobiernos kirchneristas, que ya llevan cinco años. Tamaña rémora no se puede resolver en un santiamén y sería contraproducente plantearlo así, pero emprolijar de la cuestión agraria exige ponerse al día y en blanco, ese color tan caro a las clases dominantes en otras esferas.
En el debate sobre los embarques de carnes las dos campanas suenan disímiles. Los productores rezongan que el Gobierno los autoriza con cuentagotas, un modo avieso de borrar con el codo lo firmado. Los funcionarios nacionales replican que ya se han despachado 20.000 toneladas y que a partir de mañana se agregarán cientos de órdenes que agregarán 10.000 más.
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Los de afuera. Como fuera, el oficialismo debería dar cuenta de estar honrando los compromisos que ya asumió, suministrar datos verificables y accesibles. A menudo, en una cinchada, los funcionarios recaen en un vicio que es el de creer que lo institucional es materia disponible. Lo ya pactado debería cumplirse para darles carnadura a las palabras balsámicas de la Presidenta.
Cumple señalar para escépticos o apocalípticos de toda laya que, aun en medio de una puja signada por los alineamientos binarios y la manipulación mediática, el peso de la opinión pública se hizo notar. Los cacerolazos contra Cristina Fernández sólo resonaron con cierta estridencia tras su intervención más desafortunada. Hubo tentativas de otros, cadenas de correos electrónicos, convocatorias por la tele pero no tuvieron el mismo efecto.
En espejo, cuando la voz de la Presidenta buscó la calma y “tendió la mesa”, el clima se alivió.
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Futuro imperfecto. Alberto Fernández propuso hace un par de semanas un puente de plata para modificar la escala de las retenciones móviles, el punto alfa de la refriega, que ha dejado de ser su centro desde hace rato. Apeló al eufemismo de “analizar las condiciones de funcionamiento de los mercados a término”. La sutileza fue desbaratada por la verborragia de Buzzi (taimada, sincera, sobredeterminada por el pressing de Alfredo De Angeli o incontinente, según quien la interprete). En el ínterin, el precio a futuro de la soja sigue exorbitante pero a la baja respecto de principios de marzo.
El Gobierno, todos lo saben, tiene disposición a cambiar la escala. La renuncia de Martín Lousteau ofrendó un chivo emisario en el altar de esa prenda de cambio. Ante un porvenir predecible, en términos de pura racionalidad instrumental, la cuestión no parece imposible de zanjar. Claro que las conductas cartesianas no han sido las más usuales, hasta hoy.
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Suma negativa. El Gobierno mejoró su posición relativa y “el campo” la empeoró. La tentación de ir por más, propia de toda competencia, podría ser un espejismo para los que anduvieron mejor esta semana. Ocurre que el juego en cuestión no es de suma cero. Es una pulseada política, no una eliminación en una copa de fútbol donde alguno gana lo que otro entrega. El capital simbólico disponible es variable, no un pozo fijo. La palabra de las corporaciones se devaluó, eso no acrecentará mecánicamente el prestigio del Gobierno ante terceros, muchos concluirán que todos macanean o buscan su exclusivo beneficio, una lectura clásica del imaginario nacional.
En dos meses el Gobierno y la propia imagen presidencial han sufrido un bajón irrecuperable en este rectángulo de juego. Suponer que crecerán a costa del “campo” es un espejismo peligroso. La crisis ha revelado carencias varias del oficialismo: falta de cohesión interna, carencia de cuadros intermedios dúctiles, ausencia de comunicación con intendentes y gobernadores. Y una pobre lectura del nuevo mapa político, ulterior a las elecciones y a la asunción de Cristina. Una poliarquía más marcada, un rol diferente de los gobernadores, una paleta de identidades políticas desafiante con tres partidos nuevos en gobiernos provinciales. Esa complejidad sería subestimada y por ende mal gerenciada si se la tradujera sólo en función al alineamiento automático, máxime de cara a una Casa Rosada que tiene menor primacía.
La recuperación de la iniciativa debería demostrarse en otras áreas de la realidad y no en este monotema excitado y cargoso.
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Vaivenes. Néstor Kirchner dio un paso atrás, Cristina Fernández expresó lo que debía decirse, la pareja presidencial avanzó dos casilleros actuando de consuno. El cronista no cree mucho en la existencia del doble comando ni en las versiones sobre disidencias en el vértice superior del Gobierno. Pero sí observa disfunciones marcadas en el esquema, novedoso en la historia democrática.
Las encuestas corroboran esa intuición, reflejando un fenómeno llamativo: la caída de imagen de la Presidenta es mucho mayor que la que sufre Kirchner, quien amenguó pocos puntos. El dato, cifra más o menos, es compartido por casi todos los consultores, su interpretación queda abierta a la polémica. Lo certero es que no hay vasos comunicantes entre el peso simbólico de uno y otro, que obviamente es un objetivo compartido. Hasta ahora la acumulación política de Kirchner fuera de la Casa Rosada no acompasó con la de Cristina en Balcarce 50.
El elenco de gobierno está muy signado por la continuidad, retocada con ministros de mínima presencia pública, inferior a la de sus antecesores. El acierto de esa opción puede ser discutido, a los ojos del autor de esta nota le restó brillo y personalidad a los primeros tiempos de la Presidenta.
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La salvación por las obras. Kirchner tuvo un reflejo similar a los que mostró en otras instancias difíciles: tomó nota del clima de opinión, desconcertó a propios y extraños. Esa iluminación fue desmerecida por la torpeza en la organización del acto que prohijó las peleas entre militantes de la Uocra y de camioneros. Puede sonar a exagerado pero es un karma del kirchnerismo, la sintonía fina le falla con asiduidad. En este caso, dio la impresión de que fue mala la delegación de la mise en scène de una convocatoria sencilla.
Ocurre igual en cuestiones más densas, aun en aquellas en las que el Gobierno tiene un alto compromiso. La Corte se depuró y mejoró, las leyes de la impunidad se derogaron, llegaron los juicios a los represores buscados con ahínco. Su organización, la protección de testigos, la contrainteligencia a los represores procesados son muy deficientes. Hablamos de acciones que interesan sobremanera al Gobierno, no hay mala voluntad sino impericia. Pero la acción estatal no se mide por la nobleza de las intenciones sino por la calidad de los resultados.
En el entuerto con los productores agropecuarios hay una subsecretaría que se prometió hace años y no se implementó. Ahora mismo está en el limbo, esa contingencia puede atribuirse a la indefinición de la discusión global. La carencia anterior, por la información disponible, se debió a la incompetencia y falta de facultades de la Secretaría de Agricultura, agravada por el embudo que se arma en Jefatura de Gabinete o en Secretaría Legal y Técnica. Claro que la ineficacia no es excusa ni contempla los derechos de los interesados.
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La riqueza de las naciones. Hugo Biolcati, vicepresidente de la Sociedad Rural en tránsito a la presidencia, es propietario de uno de los rodeos ganaderos más grandes del Mercosur, acaso el mayor. Las vacas pastan en generosas hectáreas de Carlos Casares, tierras no especialmente baratas. Una colega de otro medio escrito lo definió como “un hombre de buen pasar”. Si alguien que tiene un patrimonio millonario en dólares y un flujo acorde no es rico, duele imaginar quién podría serlo. No es del caso personalizar las polémicas pero sí interrogarse acerca de quién será un hombre rico en la Argentina. El intríngulis viene a cuento cuando está de moda hacerse cruces por la redistribución de la riqueza que supone alterar proporciones, no sólo aumentar la torta metafórica.
Con mejor olfato y pertinencia, el secretario general de la Central de Trabajadores Argentinos, Hugo Yasky, en un acto de reclamo por la personería injustamente denegada por el Gobierno, consignó que la ansiada redistribución será imposible sin una firme intervención estatal. La cartilla de las corporaciones, por definición, no resuelve el dilema.
Las entidades del campo hablan en nombre de un universo acotado, para colmo de baja tasa de afiliación con porcentajes que afrentarían a la CGT, que atraviesa un mal momento en ese sentido. Sus invocaciones al bien común son, en el mejor de los casos, irrepresentativas y voluntaristas. Hablan en pro de sus intereses, tienen derecho a hacerlo, pero llegan hasta ahí. Suponer que un aumento de ingresos a los chacareros o los grandes propietarios derivará en mejoras al conjunto de la población es una ecuación simplista, interesada.
Otras corporaciones les han realizado un llamado de atención, en una solicitada en la que las instan a negociar. Se refleja un creciente aislamiento sectorial, en el que el “campo” se metió solito. Y se sinceran las coordenadas de apoyos o enfrentamientos con el Gobierno que no debería fascinarse demasiado con las corporaciones afines, no menos rapaces ni más meritorias que las del campo.
Ese escepticismo sobre los componentes de la burguesía nacional no obsta a registrar que la nuestra es una sociedad capitalista, fundada en el móvil de lucro y no en la solidaridad. Al Gobierno, si ésa es su postura ideológica, le cabe atemperar el salvajismo de las fuerzas del mercado y procurar que todos los argentinos accedan a los recursos materiales necesarios para el ejercicio de la ciudadanía plena, pero no impedir la acumulación de capital y la rentabilidad.
Conseguir que el Estado ensille al potro del mercado es un embrollo en el que las autoridades políticas “apenas” tienen de su lado a los argentinos de a pie. Su deber cotidiano es interactuar desde su rol de autoridad con los factores de la producción, determinando un rumbo en tanto se les concede diálogo y se discurren sus demandas que no por sectoriales dejan automáticamente de ser válidas.
Demasiadas obviedades, podrá enfadarse el lector. Puede que sean útiles en un contexto de demasías, simplismos y elusiones.
El uso de la violencia física en los piquetes, en el pseudo escrache al diputado Agustín Rossi, en los aprietes a intendentes, en los ataques a Miguens o al stand de Clarín en el predio currado por la Sociedad Rural al Estado es un síntoma preocupante que debería interpelar a quienes lideran a los respectivos actores. Pocas voces los han cuestionado en conjunto, se ve que en el ágora hay agredidos VIP y de los otros.
Adviene una semana fragorosa, hasta que caiga el sol del 25 de mayo. La movilización a Rosario es una herramienta democrática, como lo fue forzar el diálogo con autoridades comunales o provinciales. No así el piquete augural, la medida de fuerza más brutal y lesiva de los últimos 25 años, que el Gobierno trató con mano de seda conforme su sana convicción. Los piqueteros campestres no abandonaron su metodología por consideración a otros ciudadanos sino porque las encuestas les daban fatal. Su verba ulterior se ufana de no hacer lo que hizo como nadie: jamás los movimientos de desocupados ni los trabajadores con empleo fueron tan impiadosos con el prójimo.
La violencia estuvo en la génesis de este conflicto, que debe cerrarse con las herramientas democráticas. Les conviene a las corporaciones que han ganado terreno, con reivindicaciones añosas, otras nuevas y con canonjías chocantes, como la licuación de deudas con el Banco Nación. El Gobierno también anda precisando cambiar de pantalla.
En un contexto de crecimiento (aún mal repartido) y de creación de oportunidades, la necesidad social es la ampliación de la sustentabilidad económica y democrática. Las corporaciones jamás han sido sagaces para apuntalar aquélla ni han vivido interesadas en ésta. El protagonismo exacerbado de estos días las pone de cara a un deber colectivo que les queda grande, tal vez se pongan a la altura porque sus intereses van en el mismo rumbo.
Al Gobierno, el único que representa al pueblo y responde ante él en las urnas, le concierne mantener la templanza que recuperó en una canchita del conurbano. Tomar nota de la voz de la calle, admitir sus limitaciones, repensar sus tácticas y sus elencos, retomar la iniciativa, encaminándose a otros horizontes y mejorando la agenda pública, que no sólo de soja vive el hombre.
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