Dom 22.09.2002

EL PAíS  › THOMAS CATAN, CORRESPONSAL DEL “FT”

“La corrupción es el peor problema que pueden tener”

Escribió una nota sobre los reclamos de los banqueros al Gobierno y un pedido de coima para matar una ley en el Senado, y se encontró en el ojo de la tormenta, defendiendo el derecho constitucional de proteger sus fuentes. Quién es el periodista inglés que los senadores argentinos detestan.

› Por Sergio Kiernan

No es la primera vez que Thomas Catán se enfrenta a funcionarios enojados, ni a banqueros fuera de quicio. De hecho, cuando reportaba desde Nueva York conoció la furia de los lobbies por su cobertura de las maniobras de lavado de dinero de algunos bancos suizos y de sus socios americanos. Ya entonces, lo tomó como parte del trabajo: sus editores en el Financial Times resistieron, las notas salieron, todo terminó siendo cierto. Desde que publicó sus notas en su diario inglés especializado en finanzas y economía, relatando que banqueros extranjeros de primera línea se quejaron ante el embajador norteamericano y el británico por un pedido de coima del Senado argentino para matar una ley, Catán tiene un fuerte déjà vu puntuado por dos novedades: lo fascina que el Senado hablara de llevarlo a declarar “por la fuerza pública”, y lo consterna seriamente que un juez argentino quiera estudiar sus llamadas para descubrir quiénes fueron sus fuentes.
Catán nació en Inglaterra, de madre galesa y padre mexicano. Se crió trashumante y bilingüe, un poco en México, un poco en Estados Unidos, algo en Gran Bretaña. Tanta mudanza le trajo una fina percepción de la política y sobre todo de la corrupción sudamericana, por lo que Buenos Aires simplemente le ofreció un caso particular de una regla bien conocida. Aunque es joven, ya tiene un par de certezas veteranas: “La corrupción es el peor problema que pueden tener, algo que mucha gente todavía no entiende. Me hacen gracia los expertos que recomiendan tal o cual receta, el dólar flotante o fijo, el mercado abierto o cerrado. Si hay corrupción se puede intentar el capitalismo, el socialismo, la magia o el comunismo, y nada funciona”.
“Es la piedra fundacional del problema aquí y en otros países de América Latina que no se pueda confiar en la justicia. Miren lo que pasó en Estados Unidos en la última elección. El país no tuvo presidente electo por más de un mes, y no pasó nada: todo el mundo cobró el sueldo, fue a trabajar, hubo muchas discusiones y al final los jueces decidieron quién era presidente. Imaginemos una situación así en México o Argentina, sería explosivo, con el ejército metiéndose, todo el mundo asustado. Eso pasa porque no se cree en las instituciones, ya que se sabe que no son limpias y honestas.”
Catán visitó Argentina por primera vez en 1994 y volvió como corresponsal a mediados del 2000, justo para la crisis por las coimas en el Senado en tiempos de Fernando de la Rúa. “Esa sí que fue una oportunidad perdida”, dice. “Los argentinos habían votado a alguien que no les ofrecía una solución rápida al problema de la inflación o de la economía, sino a una alianza que ofrecía una chance de mejorar la forma del gobierno del país..., qué oportunidad perdida, tenían todos los elementos a favor, al vicepresidente jugado en ese proceso, senadores que prácticamente admitían que habían cobrado, testigos. Pero la Justicia ni se movió, y todos los protagonistas que quisieron avanzar en el tema quedaron afuera de la política.”
El periodista ve una seria contradicción en esto: el que terminó expulsado del sistema fue Carlos “Chacho” Alvarez. “Cuando el que corre el riesgo es el que denuncia la coima, tienen un serio problema”, se explica. “Si yo quiero coimear a un policía alemán, corro el riesgo real de terminar preso por tratar de corromperlo. Como sé eso, ni intento. Aquí debería existir ese miedo, aquí el coimero debería tener miedo de pedir porque puede terminar preso. Lo que hay que hacer es pasar de un sistema donde si denuncio termino afuera de la política a uno en que soy expulsado si pido una coima. La única manera de lograr eso es con algunos casos de muy alto perfil, que sirvan de ejemplo y referencia.”
Curiosamente, Catán hace estas reflexiones a raíz de una historia que ni siquiera tenía originalmente que ver con corrupciones. Su tema era la inquietud que tenían –y tienen– los banqueros extranjeros con ciertos proyectos de ley. El 16 de agosto, hubo una reunión entre altos gerentesde la banca extranjera y los embajadores británico y norteamericano, en la que “la coima fue uno solo de los temas que se hablaron”. Las fuentes le contaron a Catán los temas principales, y el delito apareció “al final, de pasada”. El periodista completó un nota sobre lo que todos le describían como asunto principal: la legislación argentina que podía aprobarse en el futuro cercano. Fue recién cuando encaró un segundo artículo que “decidí obtener más detalles y contar también lo de la coima”. Catán contactó a todo el mundo que pudo y obtuvo confirmaciones, “más de una fuente, como es de práctica en el Financial Times y, a esta altura, en casi todo el mundo”.
“Cuando una fuente cuenta algo, no podemos simplemente publicarlo, pero tampoco lo tiramos a la basura. Lo que hacemos es buscar confirmaciones, detalles, que más de uno coincida. Es lo que hice y por eso la versión se transformó en una acusación muy seria”, explica. Por las mismas razones, no publicó nada sobre la pregunta que sigue naturalmente a sus notas: ¿Qué hicieron los embajadores con la denuncia recibida? “Sé que James Walsh se reunió con Carlos Ruckauf y que le mencionó la preocupación por las leyes que afectan a los bancos. Pero no me consta que le mencionara lo de la coima.”
–¿Qué le pareció su primer encuentro con el sistema legal argentino?
–Que un juez llame a declarar a un periodista es bastante poco común. Ciertamente, sería muy raro en Gran Bretaña. Me dicen que para los colegas argentinos es relativamente común terminar hablando frente a un juez. A mí me parece que en un país en el que la Justicia no funciona como debería, los periodistas terminan con un rol que no les corresponde. La prensa acaba siendo una suerte de sistema penal paralelo, algo que no ocurriría si no fuera por el descrédito del sistema. Por eso, en los diarios locales se dijo que el Financial Times “denuncia” un pedido de coima. Mi diario nunca hizo una denuncia, mi diario publicó una investigación, las denuncias las hacen los abogados. Hay una confusión de roles, como en eso de que el Senado me llame a declarar. No tengo nada que declarar, lo que sé ya lo publiqué porque eso es lo que hacemos los periodistas.
Catán piensa que la Justicia debería alguna vez ponerse a la par del periodismo. “Tantas denuncias sobre corrupción deberán alguna vez tener una respuesta desde el Estado. No puede ser que todo termina en un escándalo en los medios y nada más”, explica. Y después ilustra: “Cuando llegué a Argentina me llamaron la atención esos programas donde la gente llama y cuenta cosas. Había una enorme cantidad de llamadas avisando del robo de automóviles, ‘chapa tal, color tal’. En un país normal, la gente llama a la policía, en éste llama a los medios. No puede ser”.
Sin embargo, hay algo que Catán considera amenazadoramente serio: el esfuerzo de un juez argentino por identificar sus fuentes. “Me llama la Justicia a declarar y voy sin problema porque es mi deber bajo la ley argentina y porque me parece bien que el asunto tenga una salida judicial. Pero tengo el deber de proteger la identidad de mis fuentes, algo que la Constitución argentina me reconoce. Esto es muy sabio, ya que permite que alguien que ve algo ilegal pueda contarlo sin temer represalias. Cuando estoy ante el juez Claudio Bonadío le aclaro que estoy dispuesto a contarle todo pero que no voy a revelar mis fuentes por mi deber profesional de confidencialidad, como el de un abogado o un médico. Me dicen ‘cómo no, no hay problema’. Y me empiezan a preguntar cómo hago mi trabajo, si hago entrevistas, si son en persona o por teléfono. Le contesto que sí, que hago entrevistas, que algunas son en persona, otras son por teléfono.”
“Y entonces me preguntan ‘cuáles son sus números, el de la oficina, el particular, el celular.’ Se los doy, porque estoy obligado, y les pregunto si van a intervenirlos. Me dicen ‘no, no, de ninguna manera; hipotéticamente, podríamos llegar a pedir el listado de todas sus llamadas.’ Mis abogados y yo consideramos eso algo muy grave, una manera de sortear la protección constitucional de las fuentes periodísticas.Además, no viene al caso, es investigar al testigo y no al acusado. Y es una grosera violación de mi privacidad: ¿Quién va a llamarme ahora? ¿Quién va querer quedar registrado en una lista? Esto me corta todas mis fuentes, es punir al mensajero y efectivamente evita que yo pueda aportar alguna información más.”
–¿Y qué le parece su encuentro con el Poder Legislativo nacional?
–Mire, yo escribí lo que sé que es verdad. Si hay alguien a quien no le guste, no me molesta, francamente. Lo que publiqué no fue nada del otro mundo, fue una nota bastante convencional. Soy periodista, obtengo un dato, puedo corroborarlo, lo publico. Es mi trabajo, es lo que hacemos los periodistas. Me extraña lo de ciertos senadores: yo no mencioné a ninguno, no sé quién fue, no vi el video.
–¿Qué dijeron sus editores en Londres ante tanto ruido?
–Quedaron bastante sorprendidos. Apoyan mi derecho a preservar mis fuentes y entienden que no podemos ceder en esto porque nos afectaría en nuestra credibilidad en el mundo entero. Es esencial para nosotros y por eso estos actos fueron repudiados por la asociación Periodistas y por la de corresponsales extranjeros. Y por eso pedimos una orden para que Bonadío desista de chequear mis llamadas.

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