EL PAíS › OPINION
› Por Mempo Giardinelli
Hay un durísimo minicuento de la narradora chilena Pía Barros, titulado “Golpes”, que ha recorrido el mundo y dice así:
“Mamá, dijo el niño, ¿qué es un golpe?
Algo que duele muchísimo y deja amoratado el lugar donde te dio.
El niño fue hasta la puerta de la casa.
Todo el país que le cupo en la mirada tenía un tinte violáceo.”
En vísperas de algo así parece que estamos. La Democracia está en peligro porque hay un golpe en marcha, y negarlo es igualmente peligroso.
Esta misma semana escribí en este diario que el conflicto actual está esmerilando la democracia. Y es lo que está pasando. El país parece copado por irresponsables que claman que “se vayan los K” pero no dicen para qué venga quién. Ni para hacer qué. Ni cómo se irían.
Ayer una estudiante de 22 años me escribió: “Debería arreglarse todo constitucionalmente: yo no quiero más gobiernos que terminen antes de tiempo, ni helicópteros, eso me da mucho miedo, estoy segura de que así no se avanza, no se soluciona nada”. Y otra me dijo: “Estoy cansada de recibir mails horribles que llaman a una rebelión tarada. Harta de que me inviten a cacerolazos a los que van 50 o 100 ricachones enfurecidos, a mí todo eso me da miedo y no quiero vivir con miedo”.
Ya no es sólo el sector rural –completamente sobrepasado por la irresponsabilidad de sus cuatro dirigencias–; éste es un golpe forzado por la ultraderecha y la ultraizquierda vernáculas, a fuerza de mentira periodística, de fogonear el miedo con mails incendiarios y de programas de telebasura que han posicionado un hartazgo que no es más que hartazgo de la mala onda mediática pero astutamente disimulado. Han enfurecido a una parte de la sociedad. Han hecho todo lo que antaño precedía a los golpes militares.
Lo confesó a los gritos la semana pasada el desaforado señor De Angeli: “Estamos en guerra”, dijo. Otros dirigentes aquí en Sáenz Peña corearon: “Esto es una revolución”. Pero ayer, justo cuando parecía serenarse cierto clima en las rutas, el Gobierno no tuvo mejor idea que meter preso al nuevo “héroe” de Gualeguaychú. Hasta ahora el país venía asistiendo a una especie de tensa calma en que las llamadas “partes en conflicto” jugaban su esgrima de reclamos, acusaciones, amenazas y leche derramada, pero ayer se sumó este ingrediente que podría ser letal. Es urgente abortar el golpe y bastaría con hablarle claro al país, sin soberbia y sin miedo. Pero además habría que cambiar un par de ministros; con despedir al señor Jaime, que ha colapsado todos los transportes del país, y con poner en lugar del señor De Urquiza al diputado Cantero, que por lo que se ha visto y escuchado parece una persona serena y conocedora del agro.
Y más aún: éste es el momento de lanzar una gran convocatoria nacional para debatir a agenda abierta una política agropecuaria para los próximos 50 años. Este el de admitir que el tren bala es una estupidez y poner en marcha, ahora mismo, un Programa Nacional de Recuperación Ferroviaria. Este el de abrir los cielos a las aerolíneas del mundo, que vendrán si se les dan garantías mínimas de operatividad y rentabilidad. Este el de mandar al Congreso un proyecto de ley sobre el Derecho a la Información.
Todo esto se puede hacer. Es urgente hacerlo. Aún se está a tiempo, porque la sociedad no está soliviantada. No es cierto que lo esté, es otra mentira. Las grandes mayorías de nuestro pueblo, o sea el pobrerío de la Argentina que mira esto con ojos de indiferencia, o con aguda desconfianza, no quiere ningún golpe. Vayan a los barrios pobres y pregunten. Métanse en las entrañas de los suburbios y verán que la “problemática del campo” está a años luz de las grandes mayorías. Hablen y pregunten a los desheredados de la tierra, que hoy en la Argentina son por lo menos diez millones, y a ver si les preocupan las retenciones móviles. Y tampoco se crea nadie que están del lado del Gobierno, que quede claro, porque el Gobierno para ellos no es más que un reclamo de urgentes respuestas que nunca llegan.
Esa y no otra es la verdadera Argentina profunda. Que no quiere golpe. Ni cacerolea. Ni siquiera tiene cable para ver los tendenciosos teleprogramas de Buenos Aires, expertos en azuzar la histeria de los que votaron a Erman, a Menem, a De la Rúa y a Macri, y ahora están enloquecidos con “esa loca”, “esos dos montoneros”, “esos Komunistas” y demás fórmulas que siempre sabe proponer cierto numeroso imbeciliario capitalino.
El golpe se para terminando con este clima perverso y violento, porque ninguna sociedad puede vivir piqueteramente. Deben terminarse TODOS los cortes de ruta, y eso es responsabilidad de los que cortan.
Pero el Gobierno debe salir de su parálisis, proponer al Congreso una asamblea legislativa para fortalecer la Democracia y convocar y conducir un debate nacional serio. Sólo así se va a parar el golpe, porque aun cuando ahora se supere esta instancia, los trogloditas van a volver. Hay que exigirle al Gobierno coherencia y resolución de sus contradicciones internas para tomar las medidas conducentes hacia la superación del golpe y de la crisis. Con imaginación y con la ley en la mano. Con el Congreso activo y la Justicia funcionando.
Eso manda la Constitución, ese insuperable instrumento para parar golpes.
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