Lun 11.08.2008

EL PAíS  › LA RELACIóN ENTRE LA ARGENTINA, BRASIL Y VENEZUELA

Té para tres

Pese al buen momento que atraviesan los vínculos trilaterales, los proyectos anunciados por CFK, Lula y Chávez enfrentarán dificultades. La reanudación de las negociaciones del Mercosur con la Unión Europea y la creación de un Consejo de Defensa Sudamericano.

› Por José Natanson

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un poco de miel

no basta.

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El juego de la Sudamérica no andina, la que mira al Atlántico y es relativamente más próspera, es un juego de tres. Uruguay y Paraguay son demasiado chicos y Chile es un país casi isleño con un superyó demasiado grande que hoy se inclina en otra dirección. Quedan, entonces, Brasil, la Argentina y Venezuela, cuyos presidentes coincidieron la semana pasada en Buenos Aires para una fotografiada reunión. El encuentro fue amistoso porque –pese al fracaso de Doha y las especulaciones de los comentaristas livianos– la relación trilateral pasa por un buen momento, lo que no significa que los proyectos anunciados no sean impracticables, irrelevantes o delirios sin ton ni son. Por eso conviene analizarlos uno por uno.

Veamos.

Fracaso en Ginebra

La reunión entre Cristina Kirchner y Luiz Inácio Lula da Silva, aunque agendada desde hacía tiempo, cayó justo después de que se conociera el cambio de posición de Brasil en las negociaciones de la OMC. Aunque sorprendió al dejar de lado su alianza con otros países en desarrollo y suscribir la propuesta de Estados Unidos y Europa, el giro de Brasil, y la consiguiente distancia con la Argentina, es perfectamente comprensible, y se explica por la voluntad del gigante de aprovechar la alta competitividad de su sector agrícola-ganadero y de su industria, que deriva tanto de la aplicación sostenida de políticas activas como del acierto en el manejo del tipo de cambio (comenzando por la oportuna devaluación del real en 1999).

Pero la Ronda de Doha fracasó una vez más y, considerando las elecciones en Estados Unidos y los cambios políticos en India, lo más probable es que no avance más en el corto plazo. En un artículo publicado en la Revista del Centro de Economía Internacional, Diana Tussie y Néstor Stancanelli describieron de este modo la esencia del conflicto: “Las diferencias se vinculan con el nivel de ambición a que se aspira en las negociaciones sobre agricultura, productos no agrícolas, servicios y propiedad intelectual. Mientras el primer grupo de países (desarrollados) presiona por una fuerte liberalización en las últimas tres áreas, gran parte de los integrantes del segundo pretende que se modifiquen las tradicionales políticas de protección y distorsión del comercio y producción agrícolas que aplican los países desarrollados, a la vez que desea preservar cierta flexibilidad en el manejo de las políticas industriales y de servicios, de forma de favorecer la expansión de esos sectores”.

Aunque las diferencias entre la Argentina y Brasil fueron muy comentadas, en realidad afectan sólo en parte al Mercosur. La Ronda de Doha fracasó, básicamente, por el rechazo de China e India. Pero incluso si el acuerdo se hubiera cerrado, el impacto hubiera sido sólo parcial para la Argentina, pues se preveía una cláusula de excepción que hubiera permitido excluir de los recortes en los aranceles a una parte de las importaciones nacionales. En otras palabras, limitar la apertura. Esto, desde luego, no excluye el efecto negativo derivado de la pérdida de una porción del mercado brasileño –éste sí abierto– para las exportaciones argentinas. Pero Doha fracasó y las cosas están más o menos en el mismo lugar que antes.

Hacia adelante

Como Cristina y Lula no son negociadores internacionales sino presidentes, es lógico que los efectos reales de la disputa les importen menos que sus consecuencias políticas. Seguramente por eso optaron por superar el mal paso al estilo Scioli: en positivo y hacia adelante. En el encuentro en Buenos Aires, el Gobierno argentino mencionó la reanudación de las negociaciones con la Unión Europea para un acuerdo con el Mercosur, una iniciativa sensata, pero que se viene impulsando desde hace unos doce años sin éxito. Los motivos son muchos: las disparidades arancelarias (el arancel europeo, de alrededor de 7 por ciento, es mucho más bajo), las enormes ventajas comparativas del Mercosur en la producción de alimentos, justamente el área en la que Europa es más proteccionista; y, desde un punto de vista más general, las dificultades para articular comercialmente un bloque de países del Tercer Mundo con otro del primero, algo que por otra parte no se ha logrado hasta ahora en ningún lugar del mundo. En un artículo publicado en la revista Nueva Sociedad, Roberto Bouzas añade un motivo más: “El Mercosur es una unión aduanera virtual que carece de un mecanismo bien desarrollado para negociar con terceras partes”.

Brasil, por su parte, puso sobre la mesa su proyecto de crear un Consejo de Defensa Sudamericano que se ocupe del intercambio de información militar, la realización de ejercicios conjuntos y la participación en operaciones de paz. Pero estas cosas ya se están haciendo desde hace años, al menos entre los países con posibilidades de llevarlas adelante. En realidad, desde que la Argentina y Brasil pusieron fin a la competencia geopolítica y desnuclearizaron su relación bilateral, el principal problema de defensa de Sudamérica se trasladó a Colombia, cuyo conflicto armado desborda sus fronteras. Tras mucho dudarlo, Alvaro Uribe aceptó sumarse a la iniciativa brasileña, aunque poniendo límites a su alcance y aclarando que cualquier decisión deberá ser consensuada (es decir, aprobada por él). En estos términos, el Consejo de Defensa Sudamericano no le aporta ni le quita nada al Mercosur, que al menos en este campo no tiene mayores problemas, y su explicación parece residir más bien en la voluntad de Brasil de ampliar las ventas de su creciente industria armamentista y dar un paso más en sus ambiciones de ocupar una banca permanente en el Consejo de Seguridad de ONU, en el improbable caso de que se reforme.

Bienvenidos al tren

Pero si la propuesta de apurar un acuerdo con la Unión Europea luce impracticable y la de crear un Consejo de Defensa es irrelevante, las que mencionó Hugo Chávez cuando se sumó al encuentro, se acercan más a la categoría de sueño o delirio (cada uno dirá). Siempre ambicioso, Chávez insistió en el Gasoducto del Sur. Para no entrar en discusiones acerca de la viabilidad de construir un caño de 8 mil kilómetros de extensión que cruce todo el Amazonas a un costo de unos 20 mil millones de dólares en un plazo que José Gabrielli, nada menos que el presidente de Petrobras, calculó en unos 25 años, tal vez alcance con decir que el gobierno de Lula ha abandonado la idea. Desde los últimos descubrimientos de petróleo en la cuenca de Santos, su estrategia energética consiste en aguantar unos años hasta que los nuevos pozos ultramarinos comiencen a dar sus frutos para, ya elevado a un status saudita, reducir progresivamente su dependencia de Venezuela y, sobre todo, de la siempre inestable Bolivia.

Chávez improvisó dos anuncios más. El Ferrocarril del Sur, que uniría Caracas con Buenos Aires a través de una vía de 5098 kilómetros que debería cruzar todo el Amazonas, medio Altiplano y una parte de la Cordillera con puentes sobre, al menos, el Orinoco, el Amazonas y el Paraná. Y la última, antes de subirse al avión: una Aerolínea de Sur que integre las compañías de bandera de la Argentina, Brasil y Venezuela, una idea que suena oportuna en plena discusión por la estatización de Aerolíneas Argentinas, pero que no luce demasiado atractiva, pues el problema del tráfico aéreo no se centra en los circuitos internacionales, mucho más rentables e integrados, sino en el cabotaje.

Perspectivas del Mercosur

Conviene andar con cuidado. Que las propuestas lanzadas en Buenos Aires sean difíciles de concretar no implica que el Mercosur esté muerto ni que la relación entre los países se haya enfriado. El vínculo entre Lula y Chávez, sobre el que tanto se especuló, pasa por un buen momento. No porque ellos se quieran o se dejen de querer –cosas que importan en política, pero menos de lo que se piensa– sino porque Venezuela, un país que carece de una industria decente, importa el 70 por ciento de los alimentos que consume y nada en petrodólares, es un mercado importante para los productos brasileños, sobre todo desde que Chávez decidió romper con la Comunidad Andina y atenuar su dependencia económica de Colombia. Pero, además, Venezuela es fundamental para la salida de las exportaciones brasileñas a los mercados atlánticos, lo que explica por ejemplo que el Bndes brasileño haya financiado la construcción de un segundo puente sobre el río Orinoco, la obra de infraestructura más importante realizada en Sudamérica en los últimos años, para facilitar las exportaciones desde Manaos a Europa, saliendo en cuatro horas al Caribe en lugar de los doce días que demoraba antes la salida por el Amazonas.

Algo parecido ocurre con el vínculo entre Brasil y la Argentina, en una fase especialmente buena ya desde el gobierno de Eduardo Duhalde, algo que –una vez más– no tiene que ver tanto con el feeling interpresidencial como con las condiciones económicas: Brasil superó a España como el principal inversor en la Argentina y hoy sus empresas controlan algunas compañías clave y otras bien emblemáticas, como sabe cualquier buen bebedor de cerveza. La devaluación del peso y la progresiva apreciación del real fueron acallando las últimas quejas de los empresarios argentinos y hoy el intercambio económico es fluido. Y lo mismo con Venezuela, a la que la Argentina le vende cada vez más productos industriales y alimentos procesados.

Por momentos, la sensación es que la integración funcional avanza más velozmente que la institucional, de la que tanto se habla. El Mercosur acumula asignaturas pendientes: una armonización aduanera que cierre los agujeros que perforan el arancel externo común, la resolución de las asimetrías que tanto irritan a Uruguay y Paraguay, y la construcción de instancias comunitarias con atribuciones reales. No son temas menores sino cuestiones centrales que exigen una negociación continua y sofisticada, con una gran carga técnica, pero que tal vez haya que encarar antes de comenzar a explorar nuevos proyectos, por más atractivos que luzcan.

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