Mar 23.09.2008

EL PAíS  › OPINIóN

Paciencia estratégica

› Por León Rozitchner *

Un nuevo concepto acuñado por las fuerzas armadas de los EE.UU. y utilizado por su enviado político-militar a la Argentina, Tom Shannon, se denomina: “paciencia estratégica”. ¿Qué significa esto? ¿Que a la paciencia se la llama ahora “política” y cuando se les acaba la paciencia se la llama “intervencionismo armado” y guerra? O tiempo o sangre: a eso volvemos. La paciencia es entonces un lapso intermedio en el que sólo se tolera –y eso sería la política– que la ciudadanía inocente crea que la democracia funciona con su legalidad jurídica, y como si en ella se tuviera derecho a modificar la realidad social por medios pacíficos. Quieren que nos demos cuenta: si se sobrepasan las cosas se agravan. El árbitro armado saca la tarjeta roja y manda a parar el juego por medio de las armas de fuego. ¿La paciencia está por acabarse y por eso nos mandan la IV Flota?

También han tenido una larga paciencia los pueblos aborígenes en Latinoamérica, que son al parecer aquellos donde la resistencia mantenida durante casi cinco siglos también se ha acabado. Era a su manera una paciencia estratégica, que nunca se había perdido. Esto no coincide con lo que, utilizando las categorías de la izquierda tradicional, se ha llamado la lucha de clases del “proletariado”. Son rebeliones y luchas políticas campesinas de las cuales el nuevo Estado se nutre, que se apoyan en una cultura colectiva diferente a la atomización social que produce la industria racionalizada sobre fondo de un cuerpo maquinal humano como el que describe Descartes. Nuestros obreros, en su mayoría, cuyos ascendientes llegaron de Europa –italianos, españoles– vinieron en cambio ya cristianizados, convertidos en sujetos “abstractos”, como Marx decía de los ciudadanos burgueses separados y aislados, descomunitarizados por imperio de la figura de Cristo con la cual cada uno se identificaba. El peronismo les prestó a sus descamisados una pseudo “comunidad organizada”, política y también religiosa. No hubo reforma agraria aunque se nos industrializara: a la oligarquía se le hizo el campo orégano sin perder ni una hectárea. La comunidad indígena aborigen, en cambio, mantiene otro modelo: conservan a la Madretierra, a la Pachamama, como fundamento de los lazos sociales, ligados desde la sangre y el cuerpo al cuerpo materno de la Naturaleza, sobre cuyo regazo húmedo siempre vivo todos se acogen. Muy diferente al modelo del cuerpo de la Virgen María sin pasiones sensuales: llena de pasiones tristes, sólo espirituales y celestiales, nunca terrenales.

Si algo tiene de notable lo que está sucediendo en Latinoamérica es que los cambios y las transformaciones políticas que se están produciendo provienen de los pueblos aborígenes que fueron esclavizados por los europeos con la cruz y la espada. La izquierda, dispersa, mientras aspira a que los nuestros también se unifiquen, los mira, envidiosa. No son allí tampoco los partidos políticos populistas de izquierda –como el PT brasileño o el PJ peronista– los que han hecho punta y sostienen esta verdadera resistencia colectiva allí donde las otras se han apagado. En ellos, paganos, el reclamo surge desde la tierra común que reclaman y no desde el maquinismo abstracto, donde se ha perdido la cercanía con la tierra de la que sin embargo la industria se crea, y con ello se olvida el sentido material de la creatividad humana. Bienvenido el pedido de la industrialización para desarrollarnos. Pero si viene acompañado de una recuperación de la tierra de la que los argentinos fuimos despojados, como se hizo visible que nos es ajena en el reclamo de nuestros “dueños de la tierra” patria como propiedad privada. La tierra entre nosotros también fue cuantificada, cristianizada, y por eso aparecía la imagen religiosa entronizada en el relicario de la Mesa de Enlace, como amonedada fue la Madretierra al cuantificarla y entrar en el circuito de la tierra convertida en fondos financieros. Cada uno de los argentinos pobres, la mayoría digo, vivimos en el aire: hemos perdido la relación con la tierra como cuerpo común que nos sostenga unidos. Cuando fueron convocados a morir por un pedazo de la tierra patria en las Malvinas, jóvenes patriotas argentinos que sobrevivieron volvieron a una tierra patria privada que los condenó al suicidio o a la mendicidad: no tenían ni un cacho de tierra humana que los acogiera, las cuentas no daban. Aprendamos de los aborígenes: ellos nunca vendieron a su madre. Por eso, cuando la paciencia se les acaba no es igual a la paciencia que pierden las fuerzas armadas norteamericanas. Tienen el tiempo terrenal de la Naturaleza, no el tiempo inhumano que les marca la Bolsa. El infinito cualitativo de la Tierramadre donde viven sus sueños los hombres tiene un tiempo distinto del Paraíso cuantitativo y amonedado, online, instantáneo, que es el tiempo “real” pero vaciado de vida del capital financiero.

Por eso, nuestros “noticieros” se despiertan de día con la Bolsa, no la vida, y cierran de noche su ojo viscoso con el Credo.

* Filósofo.

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