EL PAíS › OPINIóN
› Por Mempo Giardinelli
Miguel Angel Piccato –periodista, radical y cordobés– murió el 9 de noviembre del ’82, en la sala de terapia intensiva del Hospital Español de México, en el barrio de Polanco.
Fue uno de los tipos más queribles que he conocido. Era mi amigo y yo estuve allí esa larga madrugada, azorado ante la injusticia que toda muerte joven provoca. La de él se sumaba a la cuenta de los dictadores.
Por eso ahora que celebramos este primer cuarto de siglo en democracia, cabe recordarlo como a un icono: porque el Gordo Piccato fue un símbolo para los exiliados en México, donde su trayectoria y su estilo desbordaron su condición de radical, partido al que adhería con toda lealtad pero también con mordaz autocrítica.
En el libro México: el exilio que hemos vivido, que escribimos a dúo con Jorge Bernetti, lo recordamos así: “Secretario de redacción y editorialista de La Voz del Interior de Córdoba, fue en ese periódico donde este hombre, férreamente adherido a su ciudad y a su provincia, escribió algunas de las páginas más memorables de este oficio”. Su coterráneo y colega Antonio Marimón lo despidió en el diario unomásuno, de México (14 de noviembre de 1982) diciendo que aquella Córdoba “fue la ciudad de Jorge Bonino y del Cordobazo; de la CGT de Atilio López, Agustín Tosco y René Salamanca, y de las clases en la universidad de Jitrik y Oscar del Barco; de La Voz del Interior y de Pasado y Presente, de las masas estudiantiles que ocupaban el barrio Clínicas y de las grandes fábricas de automotores que amanecían tomadas por sus trabajadores y convertidas en polvorines; del movimiento sindical clasista o del tumultuoso gobierno de Obregón Cano (...) y de las tradiciones del sabattinismo y la Reforma del ’18 reescritas por la voluntad crítica, participativa y democrática de sus sectores más dinámicos”.
Fundador de la célebre revista Jerónimo, el quincenario que junto con Hortensia proyectó a la prensa cordobesa hacia la capital y todo el país, Piccato fue el responsable de prensa de la campaña electoral del radical Víctor Martínez cuando en marzo del ’73 disputó la gobernación de esa provincia con Ricardo Obregón Cano (que paradójicamente fue después uno de los buenos amigos del Gordo en el exilio). Piccato acuñó entonces una consigna de campaña –“Víctor, el único...”– que le deparó luego más de una cargada. Empujado por la represión, en el ’76 se instaló en México, trabajó en los diarios El Día y unomásuno y fue subdirector del quincenario Razones a la vez que editaba La República, órgano de prensa radical en el exilio, que escribía y publicaba él solo, con el apoyo político-financiero de Hipólito Solari Yrigoyen, desde París.
Piccato fue prácticamente el único radical en el exilio mexicano, al menos nuestro único radical a la hora de formar mesas multipartidarias. Por eso mismo, con proverbial gracia cordobesa y desplegando su legendaria sonrisa, él decía que podía haber un solo radical, sí, “pero con órgano de prensa propio”. Y en el cual, con ejemplar amplitud editorial, escribían peronistas, socialistas, comunistas e intelectuales de toda la izquierda. Animado conversador, de fina ironía e infatigable humor, consumado lector de la mejor literatura y polemista temible, Piccato fue también el organizador de memorables cenas semanales a las que convocaba a decenas de compañeros y compañeras del exilio para intercambiar informaciones y discutir con pasión y humor acerca de la realidad política de la Argentina lejana y también del exilio. La guerra de Malvinas fue ocasión de una honda decepción. En palabras de Bernetti: “Opuesto a todo el desarrollo del operativo, el Gordo vio, paradójicamente, alejarse esa Argentina que a partir de la derrota acortaba sus plazos hacia la democracia. Quizá le pesaba que aquel país, aquella Córdoba, no serían nunca iguales a la de la fugaz edad de oro que él contribuyera a construir”.
El ataque cardiorrespiratorio que lo condujo a la muerte en menos de 24 horas lo había sorprendido como a los grandes periodistas: en la dirección de su revista, cerrando la edición. Y en la noche del 30 de octubre de 1983, mientras recibíamos y organizábamos la información electoral y nos enterábamos del arrollador triunfo de Raúl Alfonsín, en el local de la Comisión Argentina de Solidaridad donde casi un año atrás lo habíamos velado, fueron muchos los que pensaron o dijeron: “Este era el sueño del Gordo Piccato”. Que descanse en paz el amigo. Que lo recupere y recuerde el periodismo argentino.
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