EL PAíS › PANORAMA POLíTICO
› Por Luis Bruschtein
Un fantasma recorre el mundo, pero ya no es el del socialismo, sino el de la crisis. Como puede suceder en Cuba o en La Florida ante la inminencia de los ciclones, en Argentina, Gobierno, ciudadanos y empresarios construyen refugios y se preparan para sobrevivir a la tormenta. Todos saben que es un sacudón, pero cuanto menos daño produzca, más fácil será la salida. Así termina el año y comenzará el nuevo. Mientras los primeros vientos huracanados se hacen sentir, los mismos centros financieros que provocaron el descalabro, ahora se dedican a pronosticar terribles desastres en las economías emergentes y exageran sus pérdidas para bajar precios y así obtener ganancias, presionando gobiernos y comprando barato. Así, el Instituto Internacional de Finanzas –que agrupa a los 400 bancos más importantes del mundo– pronosticó que el PBI argentino bajará y que la inflación será del 11 por ciento en el 2009 y de la misma manera se escucharon vaticinios terroríficos de Domingo Cavallo y de otros centros del neoliberalismo. La andanada de malos presagios del neoliberalismo tiene también intereses políticos, intenta profundizar la incertidumbre y quebrar un rebrote económico que se abrió paso tras la peor crisis provocada por sus políticas en el país.
Los caminos que han tomado los empresarios y el Gobierno han sido diferentes. En el primer caso toman precauciones, disminuyen las inversiones y bajan la producción. En contrapartida, el Gobierno lanzó una interminable lista de acciones contracíclicas, con millonarias inversiones en obra pública para neutralizar la retracción que produce el cataclismo cuyo factor más peligroso es el efecto psicológico multiplicador. El factor “por si las moscas”.
Ese “por si las moscas” genera pérdidas antes de que se sientan los efectos reales y hasta genera situaciones que probablemente la crisis no produciría. Los asalariados siguen teniendo en sus bolsillos lo mismo que tenían hasta ayer, pero la inquietud frente a la tormenta hizo que se redujera el alto consumo normal por las fiestas de fin de año. Los shoppings y supermercados lanzaron ofertas de hasta el 50 por ciento de descuento para contrarrestar esa timidez que por ahora no tiene ninguna causa material y lograron levantar la curva en los últimos días previos. Estas ofertas, igual que ha sucedido con los precios de los automóviles, ponen de manifiesto los jugosos márgenes de ganancia que hubo durante estos años de fuerte crecimiento.
Si la plata se queda en los bolsillos y el consumo disminuye, la crisis sería propia, ya no importada, y por contacto psicológico. La interminable ristra de anuncios y medidas del Gobierno en el último mes, con sus exageraciones y sobreactuaciones, tiene el objetivo de ablandar ese “por si las moscas”, además de impactar sobre la economía en forma concreta. Se dijo que algunas de las obras anunciadas ya estaban en marcha e incluidas en el presupuesto, que no eran anuncios nuevos. Otras críticas apuntaban a que los anuncios no conformaban un verdadero plan, sino que son acciones dispersas. También se planteó que se habían anunciado obras que no tienen financiamiento y que por lo tanto serían imposibles de llevar a cabo. Aun cuando esas críticas fueran más o menos ciertas, se trata de la mayor inversión en obra pública en los últimos cincuenta años, multiplica por ocho lo que se hacía en 2002 y alcanzaría al 5,5 por ciento del presupuesto. Además, en gran medida están planteadas en forma descentralizada, es decir para que gran parte de ellas sean realizadas por pequeñas y medianas empresas y no sólo se favorezcan los grandes monopolios de la construcción.
Es importante que la oposición mantenga el ojo abierto sobre el desarrollo y la adjudicación de estas obras, pero sería pernicioso que ejerciera una acción obstructiva sólo por interés político, porque entre todas las opciones que podría haber tomado el Gobierno frente a la crisis, ésta ha sido la más positiva, ya que tendrá consecuencias en la creación de fuentes de trabajo, vivienda e infraestructura y en la reactivación económica ya no sólo frente a la crisis sino para el futuro, con resultados que beneficiarán a los próximos gobiernos. Como se acostumbra decir ahora, el plan de obras públicas debería asumirse como una “política de Estado”.
El impacto pleno de la crisis global se sentirá en el 2009, pero sus efectos podrían ser aplacados si gran parte de ese plan ya está en marcha. El 2009 será también un año electoral, lo cual dificultará más las cosas porque será mucho más difícil establecer puntos de acuerdos mínimos entre el oficialismo y la oposición y todo lo que se haga estará observado por el cristal del proceso electoral. Será un escenario en que miles de millones de pesos serán volcados a la sociedad en obras en medio de una dura disputa donde todas las fuerzas esperan posicionarse para las presidenciales del 2011. Resulta obvio que gran parte del destino del Gobierno se juega con el plan. Si funciona será el primero que lo capitalice y, en caso contrario, será su víctima principal porque la crisis podría hacer estragos. Es una disyuntiva de hierro, porque en realidad en este punto nadie se salva de estar en una posición parecida a la del Gobierno. Si el plan funciona y logra atenuar los efectos de la crisis, el que se favorece es el país en su conjunto, independientemente del color político de cada quien.
El Gobierno se juega una carta importante, por eso las críticas que se le han hecho al plan no parecen tener demasiada lógica, porque sería suicida que se confiara en la pura gestualidad publicitaria o que arriesgara su suerte en un festival de corrupción. Está obligado a jugar a fondo y con la mayor eficiencia para lograr los mejores resultados. Es obvio que hay un cálculo electoral, pero nadie lo podrá acusar de haber inventado una crisis global, en cuya agenda Argentina es apenas una manchita. El plan se convertirá así en la estrellita de la campaña del año que viene. Habrá anuncios, inauguraciones y bautismos, probablemente a un ritmo menos hiperquinético que este mes, durante el cual se hicieron 16 anuncios de medidas económicas, pero a la suficiente velocidad que requiera el desarrollo de la campaña. En la medida en que el Gobierno se suba a ese caballito de batalla, la oposición centrará sus baterías en la corrupción, en la lentitud o en el supuesto apriete a las provincias por las obras.
Tanto por la crisis como por las elecciones, el impacto más fuerte del plan tiene que producirse también a lo largo del 2009. Entre los funcionarios del Ministerio de Obras Públicas se estima que el desarrollo de las obras se prolongará hasta el 2011, 2012, pero que la tercera parte de todo el volumen invertido será concretado en el 2009. Es decir que si las inversiones estimadas, incluyendo las que todavía están por conseguir financiamiento, llega a los 111 mil millones de pesos, solamente en el 2009 se volcarán cerca de 40 mil millones en obras.
Será como el escenario de una gran final, una gran batalla, con otras batallas menores. Por un lado el huracán de la crisis global y por el otro el gran esfuerzo volcado con miles de millones de pesos en trabajo y obras. Será el choque de dos poderosas fuerzas económicas que a fines del 2009 irá definiendo el escenario futuro del país. También se planteará un escenario electoral difícil para el Gobierno. Y además el sector de productores rurales de la pampa húmeda que, tras la demostración de fuerza del lockout de este año, se ha lanzado a la disputa del poder político para eliminar las retenciones y modificar la economía. Ellos también serán favorecidos por el plan con caminos, puertos y transportes, un plan que no se habría podido realizar si no existieran las retenciones. Los productores que cortaron las rutas en Gualeguaychú esta semana porque no bajaron las retenciones de la soja están mostrando el camino más peligroso y desa-prensivo que podrían tomar.
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