EL PAíS › OPINIóN
› Por Edgardo Mocca
La danza de los preparativos electorales está en pleno desarrollo y promete animar el verano político argentino. En estas horas predominan los movimientos de un complicado minuet opositor: la “gente”, convenientemente interpretada por la opinología mediática, clama a favor de que el antikirchnerismo se reúna de una vez por todas en una amplia coalición para certificar su derrota definitiva. Desde el conflicto del campo a esta parte parece insinuarse un desajuste en la sintonía de estos “clamores” y el estado de ánimo social: despejadas las brumas del largo otoño agrario, las aguas se han aquietado. La gran batalla de la derecha mediático-política parece orientada a evitar que la tregua se prolongue; en esa dirección ya advierten que en febrero volverán los cortes de ruta.
La unidad de la oposición parece más fácil de defender en el alboroto declarativo –en el que todos los potenciales socios compiten en la radicalidad de su enfrentamiento con el Gobierno– que en las negociaciones concretas. La traba para los avances en este terreno tiene una visible relación con la naturaleza de la competencia electoral de este año; consiste en que las elecciones legislativas se insinúan a la vez como un test electoral entre Gobierno y oposición y como una interna abierta de esta última para empezar a dirimir quién la encabezará en las presidenciales de 2011.
Las exploraciones de una fórmula de unidad carecen, en consecuencia, del estímulo que proporciona la expectativa de una sucesión presidencial. Ciertamente el aludido coro mediático-político procura transmitir dramatismo a la escena mostrando que el triunfo de una oposición unida este año adelantaría el calendario del “poskirchnerismo”, pero éste, que es un objetivo central para los analistas, no lo es tanto para los actores políticos. Si los tiempos institucionales han de ser respetados, falta mucho para 2011; desde esta perspectiva puede apostarse perfectamente a la existencia de una gama de variantes opositoras que midan fuerzas con un oficialismo al que se percibe debilitado e incapaz de alcanzar ningún tipo de triunfo “plebiscitario” en esta elección.
Claro que todos saben que los tiempos institucionales no son sagrados en la democracia argentina realmente existente. No lo fueron en 1989 (renuncia anticipada de Alfonsín), ni en 2001 (derrumbe anticipadísimo del gobierno de De la Rúa) ni en 2002 (anticipación de la elección presidencial decidida por Duhalde después de los asesinatos de Kosteki y Santillán). De hecho, en estos días Elisa Carrió distribuyó a diestra y siniestra por varios medios de comunicación la versión de que en los días posteriores a la derrota en el Senado del proyecto gubernamental de retenciones móviles, Duhalde intentó usar al vicepresidente Cobos en una jugada golpista. Llama la atención que semejante denuncia haya pasado casi sin comentarios periodísticos: no extraña la indiferencia entre los más enconados contra el Gobierno pero en términos más generales parece que el estilo desaforado de la líder de la Coalición Cívica ha terminado por insensibilizarnos ante los rumores desestabilizadores. Quienes atribuyen la afirmación de “climas destituyentes” a una obsesión “conspirativa” harían muy bien en pedirle a la ex diputada más detalles sobre su estremecedora denuncia.
En términos de correlaciones de fuerza opositora, no cabe duda de que la interpretación de la próxima elección como la “batalla final” contra el kirchnerismo es absolutamente funcional a la estrategia de Carrió. Los plazos medianos y los procesos graduales tienden a favorecer a las fuerzas más estructuradas y con planteles de cuadros más numerosos y variados. La Coalición Cívica es, por el contrario, la más personalizada de las propuestas en danza; es inconcebible sin su líder. También pesan cuestiones de estilo y temperamento político: ni Cobos ni Macri –las otras dos variantes de liderazgo de una eventual unidad opositora–- dominan el género a la vez pasional y propenso al escándalo capaz de animar cualquier espectáculo televisivo, que la chaqueña pulsa de un modo sin igual. Por otro lado, Cobos tiene que seguir siendo vicepresidente hasta 2011 (siempre, claro, desde el formalismo constitucional) y Macri jefe de la ciudad de Buenos Aires hasta la misma fecha. No pueden salir a disputar cargos este año. Y se sabe que los partidos políticos ya no tienen capacidad de proteger el capital político de ningún líder, si éste no está visible y en plena acción.
Recapitulemos. Si el Gobierno es el mal absoluto y la elección de este año es de vida o muerte, entonces se desprenden dos conclusiones: la primera es que la unidad de la oposición es impostergable; la segunda es que su liderazgo debe corresponder a quien carezca de todo matiz en el modo de confrontar con el oficialismo. Ese lugar está claramente ocupado por Elisa Carrió. ¿Es correcto el diagnóstico desde el punto de vista de la propia oposición? Todo depende del clima político que termine por generarse. Si se logra reproducir el ambiente políticamente irrespirable que primó entre marzo y julio del año pasado, la estrategia es indudablemente correcta porque en tales circunstancias quienes pretenden imponer cursos de acción moderados están en graves problemas. Si, en cambio, alcanzamos un nivel de estabilidad y “normalidad” política, aunque sea precario, este tipo de razonamientos puede quedar limitado a microclimas agresivos y entusiastas pero socialmente poco considerables.
La suerte del juego de la oposición no puede, obviamente, considerarse al margen de lo que haga el Gobierno. Aunque recuperado en términos de iniciativa política, el kirchnerismo está lejos de haber recuperado el grado de apoyo social que había alcanzado a fines de 2007. Hasta ahora, el elenco oficial persiste en una estrategia que podría llamarse de “ciudadela sitiada”. Es decir, ante la razonable percepción de que existen fuerzas poderosas que trabajan para su desestabilización y su derrota, la respuesta es un sistemático “doblar la apuesta”; cualquier concesión equivale al principio de la derrota definitiva, cualquier apoyo crítico una velada claudicación de principio. No parece sacarse, por ejemplo, ninguna conclusión de la diferencia en el resultado del tratamiento parlamentario de la Resolución 125 y de la supresión de las AFJP; es decir, de la manera en que una adecuada fundamentación y una busca de consensos con sectores afines a las medidas proyectadas produjo mayorías que el abroquelamiento compulsivo no pudo generar. La obsesión por la incondicionalidad es un rasgo antipolítico que desdibuja el debate político y facilita el despliegue de quienes buscan una atmósfera de crispación irrespirable.
Los preparativos electorales se desarrollarán, sin duda, en un cuadro de dificultades e incertidumbres, en gran parte provocadas por la crisis económica mundial. Es una crisis estructural y no el producto de un accidente, una falla técnica o la debilidad de algún liderazgo. Alrededor de qué es lo que está en crisis y cómo se sale de modo duradero de la crisis podría desarrollarse un rico debate político. De hecho, la reforma previsional fue el campo de una discusión, ciertamente atravesada por el habitual folklore escandaloso de la política criolla, pero muy importante. El papel del Estado ante el funcionamiento de los mercados, el rol activo en la defensa de la actividad económica, el empleo y la distribución de los costos de la crisis, la coordinación de las respuestas con los gobiernos progresistas de la región son, entre otros, puntos de una agenda central para nuestro presente y nuestro futuro próximo. No sería sencillo para una oposición que abarca a reformistas, moralistas y neoliberales encontrar una plataforma común al respecto; en la práctica, los socios del acuerdo insinuado entre radicales, cívicos y socialistas tuvieron posiciones polarmente enfrentadas ante la estatización de las jubilaciones, para no hablar del macrismo, nuevo socio potencial de la coalición.
Pero para que haya debate y diferenciación tiene que haber un cierto clima político. Si el Gobierno insiste en poner a Cobos en el centro de la escena y persiste en su impermeabilidad ante demandas de cambio nada contradictorias con su rumbo general, estará contribuyendo a la gestación de un ambiente irrespirable que sería, además, el prólogo de una segura derrota.
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