EL PAíS › SEBASTIáN ALVAREZ CUENTA LA BúSQUEDA Y EL REENCUENTRO CON SU HERMANA DESAPARECIDA
Sebastián Alvarez narra cómo se conectó, a medida que crecía, con la historia de su familia y cuenta que su hermana había empezado su propia búsqueda cuando la llamaron del juzgado para pedirle que se sacara sangre. La hija de Raquel Negro y Edgar Tulio Valenzuela es la última joven que recuperó su identidad.
› Por Alejandra Dandan
Lo había imaginado mil veces. Había pensado en todo. Lo que nunca se le había ocurrido era que en la biblioteca de ella iba a encontrarse con sus mismos libros o historias de las organizaciones armadas de los setenta o un documental de Norma Arrostito. O que su hermana, que estuvo treinta años desaparecida, trabajaba como voluntaria en la Casa de la Memoria del pueblo. “Fue a la inversa de otras historias –dice Sebastián Alvarez–. Siempre me imaginé que iba a tener que abordarla, que ella iba a tener la educación de una familia de apropiadores; me imaginé la más negra de las historias, la más pesimista, ¡¡pero nunca que ella me iba a terminar llamando a mí para avisarme que era mi hermana!!”
Ella es hija de Raquel Negro y de Edgar Tulio Valenzuela, dos militantes de Montoneros secuestrados en Mar del Plata en enero de 1978. Raquel estaba con siete meses de embarazo; recién llegaba de Brasil, a donde se habían escapado, y con ellos estaba Sebastián, de dos años, el hijo más grande de Raquel. Un grupo de tareas del Segundo Cuerpo del Ejército los trasladó a la Quinta de Funes, un centro clandestino ubicado a unos 20 kilómetros de Rosario. Para proteger a Sebastián, apenas llegaron, ambos tramaron un plan para lograr que lo restituyeran. Fingieron colaborar con el Ejército, y mientras ella se quedó a la espera del parto, los militares se llevaron a Tulio hasta México para que entregara a los jefes Montoneros exiliados, como Fernando Vaca Narvaja y Mario Firmenich. Cuando llegó el momento, Tulio no lo hizo. En cambio, denunció la Operación México ante la prensa. Durante su ausencia, Raquel dio a luz mellizos, de los que no se tuvo más noticias. Aunque el camino judicial para encontrarlos empezó enseguida, a Sebastián se lo dijeron en plena adolescencia, mientras hacía vida de anarquista, rabiosamente enojado con la política.
“Me fueron contando la historia de mis viejos muy de a poco, verbalmente –dice él–. A los 13 o 14 años me contaron que tenía hermanos y me sorprendí, pero no le di mayor importancia, en ese momento no hice más. Digamos que ese trabajo de buscarlos lo hacía mi abuela, que se había juntado con otras abuelas en casa y me habían venido a conocer. Es que no es fácil enterarte, cuando siempre pensaste que sos hijo único, de repente, saber que tenés dos hermanos, y en ese momento fue un shock. Pero no tenía otra actitud que la del shock, la de pensarlo todas las noches.”
Sebastián era músico, buscaba darle un sentido a las cosas, pero desde un lugar que no tuviera nada que ver con la política. Odiaba la militancia tradicional, odiaba a los partidos políticos y en su familia, entre aquellos tíos y abuelos que lo criaban, tampoco se hablaba mucho. La vida de sus padres se había trasformado para todos en un tabú muy doloroso. Nadie hablaba, y cuando a alguien finalmente se le escapaba algo, siempre alguno terminaba llorando. Estela de Carlotto y otras Abuelas pasaron por su casa y le contaron de sus hermanos. Sebastián se acuerda de un almuerzo. Y de la historia que de a poco, entonces, empezó a conocer. Su madre había dado a luz durante el cautiverio en el Hospital Militar de Paraná. Las Abuelas habían estado ahí, habían encontrado algunas pistas. Y de a poco, con la ayuda de HIJOS y de otros familiares de desaparecidos, Sebastián decidió presentarse en un juzgado como querellante para empezar a investigar.
“Fue hace tres o cuatro años –dice–. Desde el juzgado llamaron a las enfermeras, a los médicos y obtuvimos datos muy jugosos; una de las enfermeras se acordó de que había dado a luz ahí una chica que tenía una atención especial porque estaba apartada de todos. Y otra es la que encuentra a los bebés cuando toma su turno, a las 6 de la mañana. Los encuentra ya nacidos, mi mamá no estaba ahí, estaban los chicos solos. Uno de ellos estaba con problemas respiratorios, el varoncito. Entonces llega el médico y parece que se arma un quilombo importante por eso de que él estaba con problemas respiratorios y lo derivan rápido al Instituto Médico de Pediatría de Paraná, a una sala de neonatología.”
En el Hospital Militar, Raquel estuvo aparentemente varios días con una persona de custodia en la puerta. Como no había neonatología porque se trataba de una maternidad clandestina, se cree que derivaban las emergencias al Instituto de Pediatría de Paraná. Ese fue el caso de los mellizos. Las Abuelas encontraron en un libro el registro con la entrada de una beba del Hospital Militar llamada Soledad López y de un niño NN López. Pero hasta ahí llegaron los datos. No se sabía dónde habían ido a parar los niños. En febrero de 2008, un represor habló de alguno de esos detalles con la edición Rosario de Página/12. Entre otras cosas, Eduardo “Tucu” Costanzo, con prisión domiciliaria, dijo que habían dejado a la niña en la puerta de un convento. Y lo que dijo era verdad, pero Sebastián ya no creía.
“Por mi pesimismo, la verdad es que nunca creí que la habían dejado ahí –dice–. Ahora me recrimino personalmente no haber tomado esa pista con más seriedad y no haberme puesto yo a investigarla, porque si bien todos estábamos descreídos de lo que él decía, no había que descartarla. En esa época no había muchos conventos, y lo que pasó es que la abogada Ana Oberlín y la gente del juzgado no lo descartaron y resultó ser que había sido así.”
El supuesto convento de Rosario donde dejaron a la niña era en realidad una casa para huérfanos. Aunque se cree que esa institución no habría tenido más conexiones con los grupos de tareas, los abogados no dan el nombre porque aún lo investigan.
Con los datos que aportó Costanzo la Justicia rastreó el destino de su hermana, entregada legalmente en adopción. Para entonces, ella hacía un camino parecido pero inverso. Graduada en comunicación social, aficionada a las letras, se dedicó al diseño gráfico. Aunque también decidió no militar en ninguna organización, estuvo muchos años cerca de HIJOS y colaboró en la Casa de la Memoria de su pueblo. Una vez diseñó uno de los murales de la memoria más evocativos del centro cívico de Rosario. El día de la inauguración, la plaza estaba repleta y sin saberlo, claro, estuvieron los dos.
A ella la citaron hace un mes en el Juzgado Federal Nº1 de Paraná para pedirle la prueba de sangre, y ni siquiera tuvo que pensarlo. Sabía que era adoptada, lo sabía desde chica, y las fechas, la edad, el momento y las personas con las que se iba cruzando la fueron acercando a Abuelas.
“Y bueno –dice Sebastián–; acá está, está acá al lado mío.”
–¿Como fue lo del llamado?
–Ella sabía antes que yo el resultado. ¡Ya lo sabía! Y cuando me llamó y me lo dijo, viajé de Santa Fe a Rosario y nos encontramos a las dos horas. Al otro día, fuimos juntos a recibir los análisis y la mejor, porque ella es divina, yo siempre me imaginé una situación más difícil, pero es muy parecida a nosotros en un montón de cosas.
–¿En qué momento ella decidió empezar la búsqueda?
–A partir de una duda biológica. Tenía los mismos miedos que tiene cualquier chico adoptado de emprender una búsqueda de los padres, con ese prejuicio de pensar que la abandonaron. Una conocida le dijo que vaya a Abuelas porque haber sido adoptada legalmente no quiere decir nada. Ella tomó la decisión y en ese momento la llamaron del juzgado de Paraná.
–Hablás siempre de hermanos en plural. ¿Cuál es la explicación que se dan ustedes sobre el varón?
–Algunos dijeron que nació con problemas, pero nosotros tenemos muchas esperanzas de encontrarlo con vida y ahora que somos dos, le vamos a meter para adelante. Que alguien nos dé una explicación, no vamos a parar porque no hay partida de defunción, no hay cuerpos, sólo comentarios de que podría haber fallecido por los problemas de respiración, pero tenemos esperanza de encontrarlo con vida y lo vamos a buscar y esperamos que alguna persona que no sea militar, un médico, se sensibilice y colabore. Es la verdad histórica y el derecho a vivir la identidad, porque a pesar de que no tenemos a nuestros viejos, es muy importante.
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