Dom 25.01.2009

EL PAíS  › EL SALDO FUE CONSISTENTE CON LA LINEA DEL DISCURSO DE OBAMA, NO AGREGO CRISPACION SINO UN MENSAJE APACIGUADOR

Sur, malecón y después

La agenda argentina con Cuba. El fin del bloqueo, la prioridad. La sintonía con Brasil y México. La soledad de Estados Unidos y sus voceros locales. Un viaje discutido, con la lógica de la guerra fría. Las señales de Obama, las perspectivas que habilita.

› Por Mario Wainfeld

“Enfrentado a un mundo incierto y desconocido, el príncipe (más en general, el actor político) debe actuar, enfrentar lo que no conoce, tomar el toro por las astas, desafiar a la Fortuna y someterla. Eso no le da, sin embargo –subraya Maquiavelo–, garantías de éxito y en esto consiste lo que podríamos llamar la condición trágica de la política: aun imbuido de la máxima virtú, aun actuando conforme los dictados de la razón, la sabiduría y el coraje, un príncipe puede fallar porque siempre queda aquella ‘otra mitad’ de nuestras acciones que es la fortuna –y no nosotros– quien controla.”

Eduardo Rinesi,
Estudio preliminar sobre Hamlet.

El presidente Barack Obama dijo que tendería la mano aun a aquellos antagonistas que abrieran el puño. Más papistas que el Papa (o algo peor, como ya se dirá), dirigentes y cronistas argentinos se encolerizaron porque la Presidenta visitaba Cuba justo el 20 de enero. Es poco serio traducir esas visitas programadas como una provocación, se sabe que la coincidencia con la asunción se debió a una fortuita postergación, por razones de salud. Suspender las giras sin fecha o indefinidamente habría sido un desaire a los países anfitriones, amén de un rústico gesto de obsecuencia a Estados Unidos. Para peor, a contramano de las primeras señales de Obama.

El imaginario de los críticos parece afincarse en los buenos tiempos de la Guerra Fría, justo cuando Obama habla de tender puentes. La furia (desproporcionada, como sabe ser el polemismo vernáculo) tiene tufillo a oportunismo que puede diluirse en poco tiempo. Quienes alegan que Cuba es mancha venenosa prorrumpirán en plácemes si hay cualquier atisbo de mejorar las relaciones por parte de Obama.

La próxima Cumbre de las Américas, a realizarse en Trinidad Tobago a mediados de abril, reunirá por primera vez al presidente norteamericano con sus colegas de todo el continente, salvo Cuba. Un momento simbólico, que acaso le llegue prematuramente, antes de que se asiente la flamante administración, rezongan en el Departamento de Estado. Si así sucede, se puede presagiar la magnitud de las loas, no especialmente congruentes con el reclamo de dejar de garpe al gobierno cubano. Los reproches claman implícitamente para que la Argentina sea claque de Estados Unidos, lo que (vale resaltar) también se exigió cuando Bush declaró la guerra a Irak, desde tantas tribunas de doctrina que ahora hacen leña del árbol caído en una tardía conversión legalista que no tuvieron en 2001 ni durante la dictadura procesista.

Una agenda (internacional o doméstica) no es una secuencia dispersa de temas, debe tener un orden de prioridades. Respecto de Cuba, lo primordial es bregar por el levantamiento del incalificable bloqueo yanqui. Ese afán no es una compadrada argentina ni un arrebato del zurdaje, nuestro país acompaña a otros más fuertes y mejor ranqueados en el ideario del establishment: México y Brasil, para empezar. La incorporación de Cuba al Grupo Río fue bajo la presidencia pro tempore de Felipe Calderón, primer mandatario mexicano. No fue azar ni sorpresa, estuvo en línea con la política exterior de los principales estados de la región, México incluido.

El bloqueo es una acción bárbara, tanto como solitaria: no tiene consenso ni siquiera dentro del Nafta, el hinterland del imperio. Su tercer miembro, Canadá, una nación insospechada de arrebatos populistas, mantiene intensas relaciones con Cuba. Sus ciudadanos proveen el mayor flujo de ingresos por turismo y sus empresarios disputan con los españoles el primer puesto en inversiones.

La Argentina, como ha sido regla en estos años, actúa de consuno con Brasil, en procura de la integración y la paz regional, inaccesibles si Cuba queda afuera. La preeminencia de Unasur y del Grupo Río trasunta otro designio: construir una institucionalidad latinoamericana, atemperando (en ese plano) la desequilibrante presencia del Tío Sam. Otros mandatarios, “templados” por demás, como la chilena Michelle Bachelet y el guatemalteco Alvaro Colom, recalarán en la isla. Y valorarán como primer ítem el levantamiento del bloqueo, en lógica escala jerárquica.

Amo esta isla

En Cancillería y en la Casa Rosada se valoró la organización del viaje, la concurrencia de cien empresarios en plenas vacaciones y yendo a un destino que provoca resquemores. La relación con Cuba en estos años tuvo sus peripecias, influidas por el caso de la médica Hilda Molina. El atolondrado operativo comando montado en 2004 por funcionarios argentinos para sacarla de la isla generó un vacío. Y hubo otro cortocircuito cuando, durante la Cumbre de Córdoba, el presidente Néstor Kirchner (con toda razón) le reclamó por carta a Fidel Castro para que dejara venir a la disidente a la Argentina.

El promedio, entre la pasión popular por la venida de Fidel a nuestro país en 2003 y esas desavenencias, fue la construcción de una confianza. Este viaje, explican en Cancillería, “normalizó” una relación con intermitencias. Fidel sabe (hasta se lo transmitió a Evo Morales alguna vez) que Lula y los Kirchner son sus aliados (desde luego, no incondicionales ni seguidistas), un resguardo para gobiernos vecinos. Bajo el paraguas de esa confianza se produjo un hecho inesperado y no anunciado, que fue el diálogo personal entre Fidel y la presidenta argentina. Nadie podía garantizarlo, por el conspicuo secretismo del líder cubano, pero una vez producido embelleció el periplo y agregó palabras de acercamiento de Fidel hacia el nuevo gobierno norteamericano. Según comentó la Presidenta a sus allegados, Castro la recibió erguido, con mejor aspecto que meses atrás, se mostró locuaz y bien informado sobre los sucedidos de los días previos.

Suele comentarse que a la Presidenta le ha faltado fortuna en su gestión. Más allá de cierta fatiga del “modelo” kirchnerista, de errores no forzados y del poco feliz funcionamiento de la pareja presidencial, es real que le llegaron tiempos difíciles. La crisis económico-financiera, la sequía, dos años de mandato sin contar con ese aliado de primera que es Lula, son escollos que Néstor Kirchner no conoció. En su viaje al Caribe, la entrevista con Fidel (supeditada a la salud y a la voluntad del Comandante) tuvo una pizca de fortuna. Claro que eso coronó un prolijo trabajo diplomático y político previo.

El curioso envío de la foto en mano (en tiempos que permiten otros mecanismos más veloces), llevada por el Canciller cubano y ex embajador en la Argentina, fue leído desde el primer nivel del gobierno nacional como una deferencia particular.

El saldo de la visita fue consistente con la línea del discurso de Obama, no agregó crispación sino un mensaje apaciguador. Cristina Fernández no pronunció bravatas ni discordó con la melodía del momento. El martes de la asunción, en la Universidad de La Habana, habló elogiosamente de la primera presentación del presidente norteamericano. Horas más tarde, Fidel Castro hablaría en consonancia.

La visita fue, pues, constructiva y no pateó ningún tablero ni empiojó futuros acercamientos; al contrario, sumó para la convergencia entre Cuba y los gobiernos de la región, que se procura desde ambos lados del mostrador. El primer viaje de Raúl Castro posterior al relevo de su hermano fue a un encuentro regional, el de Costa do Sauipe, en Brasil, todo un símbolo. Recién irá a Rusia, a visitar al clásico aliado, en los próximos meses. Raúl Castro le comentó a su par argentina que no visita Moscú hace más de 25 años. “No sabés lo distinto que lo vas a encontrar”, cuentan en su entorno que bromeó la Presidenta.

Cara a cara

El caso humanitario de la doctora Molina no podía ser tratado en los tiempos y con los formatos funcionales a los medios. La divulgación de ese tipo de tratativas las entorpecería o frustraría. Fue con discreción y sigilo que se consiguió que la madre de Hilda Molina viajara a la Argentina; en ese camino se debe perseverar. No está definido que se levante la prohibición a la médica disidente, pero cualquier avance depende de la discreción.

También tuvo su miga el tránsito por Venezuela, menos impactante pese a los oficios histriónicos (incluyendo las pasables dotes de cantante) del presidente Hugo Chávez. El cierre del entredicho entre el gobierno bolivariano y Techint desata un nudo gordiano y preserva los intereses de la empresa argentina.

Se ha vuelto un lugar común entre taxistas, movileros poco informados y colegas que piensan como ellos despotricar contra la “diplomacia presidencial”. Se propugna que es ocioso movilizarse, conversar cara a cara. No quedan mujeres u hombres de Estado que compartan tamaña futilidad. La presencia física de los protagonistas, sus intercambios directos son insustituibles. Todos los presidentes están en viaje continuo, no sólo los argentinos. Juan Pablo II dio infinitas vueltas al mundo, Tony Blair y Felipe González sumaron buen millaje, Nicolas Sarkozy no se priva de subirse a ningún avión.

Barack Obama ya hará lo suyo si quiere ser un referente mundial. Deberá ir a por la gente y los pueblos, acercarse, dejarse ver. En un interesante artículo anticipatorio, publicado en el Financial Times y luego en Clarín, el historiador Niall Ferguson “relató” el año 2009, profetizando el advenimiento de un firme liderazgo de Obama. En esa predicción Ferguson supuso un viaje a Irán del presidente norteamericano y su secretaria de Estado. La imagen de Obama junto a la rubiona Hillary Clinton acercándose al mundo árabe (una foto digna de la colección Benetton) es por ahora una imaginería. Pero habla de cómo se construye política, poniendo el cuerpo y “produciendo” imágenes a medida para los noticieros y las tapas de los diarios.

Una hendija

Para la subjetividad de este cronista, James Carter fue el más rescatable de los presidentes norteamericanos, cuando menos, de los últimos cincuenta años. Tuvo (mantiene) convicciones morales valiosas, lleva décadas de compromiso activo con los derechos humanos. En su tiempo, los argentinos supieron de su afán que ejercitaba rodeado de jóvenes liberals, algunos negros, otros de piel pálida, aspecto aniñado, lampiños por lo general, parecidos (en varios aspectos) al partenaire de Gene Hackman en la película Mississippi en llamas. Encarnaba la mejor tradición del partido demócrata y (¡ay!) tuvo una trayectoria fracasante en las grandes ligas norteamericanas: se sostuvo sólo un mandato, perdió por paliza con Ronald Reagan, abrió las puertas a tremendos años de primacía republicana en su país y conservadora en buena parte del resto del mundo.

El recuerdo viene a cuento para marcar prevenciones acerca de las perspectivas del mandatario que acaba de asumir nimbado de expectativas difíciles de saciar.

El error acecha las acciones políticas, también limitadas por el peso de la lógica imperial. Sobran precedentes de Tíos Tom, han sido recordados en estos días y es válido que se alce la guardia. Todo esto asumido, los primeros pasos de Obama abren un escenario novedoso, con correcciones a algunas tropelías, marca de fábrica de la era Bush. Las señales emitidas desde la Casa Blanca (Guantánamo, restricciones a los lobbistas, multitudes de negros y jóvenes en las calles, el discurso tras la jura) van en otro sentido. Reformas parciales, incipientes... reformas al fin.

Es una afrenta que en el siglo XXI se celebre que la primera potencia dé un paso atrás con la tortura, pero así estaban las cosas en los últimos años y un viraje (por primario que sea) abre una brecha de oportunidad para otros cambios y un mensaje hacia otras latitudes.

Enorme es el poder del presidente de Estados Unidos pero es temporario, sometido a los vaivenes de la opinión pública y del electorado de su país, tanto como de avatares de los que debe hacerse cargo y no controla del todo. Hereda sin beneficio de inventario y no puede borrar de un plumazo el clima de la época decadente que le posibilitó su raid triunfal. La implantación de la tortura no es una imposición de un advenedizo a sociedades impolutas, sintonizó con tendencias sociales firmes. La tele y el cine dan cuenta de esos virajes. Años atrás, los héroes de un género apologético, las “películas de juicio”, eran los que bregaban por el principio de inocencia. Henry Fonda fue pionero con su ciudadano-jurado garantista de Doce hombres en pugna, que conseguía convencer a sus once pares sobre la existencia de duda razonable. Lo acompañaron una pléyade de abogados defensores, Spencer Tracy en Heredarás el viento, Perry Mason, Petrocelli, Erin Brockovich, John Travolta en Acción civil, tantos otros.

Los héroes del “sistema” eran quienes garantizaban el derecho de defensa, sus desempeños se enaltecían pues, en general, pugnaban desde una situación de debilidad relativa: minoría de Fonda, pocos recursos de los letrados de los acusados frente a fiscales prepotentes y ambiciosos o corporaciones todopoderosas. El valor sacralizado en ese imaginario era la libertad, la convicción, los límites a la prepotencia.

En el siglo actual, la taba se dio vuelta: la seguridad desplazó como ideal a la libertad. Los héroes de ese imaginario son tipos brutales e impiadosos. El derecho se redefine continuamente, angostando cada vez más los márgenes de las libertades públicas. El Olimpo no está ya poblado por gentes nobles, plenas de civismo. Los sucedió una elite prepotente: la CIA, el FBI, policías feroces y fiscales, pletóricos de recursos económicos y técnicos, sin pruritos para patear puertas, humillar testigos, incurrir en apremios ilegales.

Bush encarnó y encabezó esa regresión ideológica que no inventó. Su caída, que evoca en algo lo que pasó por acá después de la derrota en Malvinas (una guerra fracasada más una catástrofe económica desnudan su torpeza, su corrupción, su estulticia) abre campo a alternativas más edificantes. Se insinúa un espacio virtual, un resquicio para ganar terreno, cuya magnitud no es precisa pues depende del obrar futuro de muchos actores. Un escenario menos ominoso, que ya es algo.

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