EL PAíS › PANORAMA POLíTICO
› Por Luis Bruschtein
El que está en el gobierno diseña estrategias zigzagueantes para no perder gobernabilidad. El que se pasa a la oposición zigzaguea para no salirse del escenario. Y el que está en la oposición también hace zigzags para no coincidir con ninguna de las propuestas del oficialismo aunque pierda coherencia por el camino. Es lo divertido de la política, lo azaroso e impredecible. Y, por supuesto, muchas veces inexplicable. El militante o activista o como se le quiera llamar tiene que tener fe ciega en su portaestandarte porque si busca muchas explicaciones está frito.
Por ejemplo, los dos protagonistas salientes en la oposición durante esta semana han sido ex dirigentes connotados del oficialismo: Julio Cobos y Felipe Solá. Cuando se hicieron pingüinos tuvieron que romper en forma traumática con sus referentes previos, la UCR y Eduardo Duhalde. Y la nota sobresaliente de esta semana fue que vuelven a esos orígenes.
Cobos y Solá –uno vicepresidente y otro ex gobernador de la provincia que más votos le da al oficialismo– son ex kirchneristas convencidos y el hecho de que se destaquen en la oposición proyecta mensajes contradictorios a la sociedad. Ambos se distanciaron del Gobierno durante el debate de la resolución 125, de retenciones móviles. En estas situaciones se supone que los protagonistas piensan que se produjo un cambio drástico en las políticas que antes apoyaban. En ese caso el camino sería reconstituir ese acuerdo original “traicionado” por el Gobierno. Pero en vez de hacerlo se suman al sector que siempre se opuso tanto al acuerdo primigenio como a las políticas actuales.
En Internet hay un sitio que vende camisetas estampadas con frases célebres de Cobos, como: “No puedo acompañar y esto no significa que esté traicionando a nadie”, “Es el momento más difícil de mi vida” o “Mi voto es no positivo”. El que se pone esas camisetas diferencia al vicepresidente por sobre otros que rechazaron quizás en forma más tenaz a la 125. La única diferencia es que uno lo hizo desde el propio gobierno y el otro desde la oposición. Para ponerse semejante camiseta hay que ser un opositor en pleno éxtasis y, sin embargo, para esa persona tiene más valor el que lo hizo desde el gobierno.
En realidad, todo esto del zigzagueo no tiene ninguna relevancia en un juego político que tiende a instalarse en un presente riguroso: cada quien es según lo que hace en este momento. Para Cobos, ese presente que lo destaca, como percibió el hombre de la camiseta, es su condición de vicepresidente. Cuando deje de serlo será uno más en la oposición, menos visible y tampoco el más combativo. Quizá por eso tanto sus nuevos aliados como sus nuevos adversarios esperan que renuncie lo antes posible.
Durante los años ’90, la convertibilidad hizo polvo la rentabilidad agropecuaria. Sin embargo, los productores rurales nunca protestaron en ese momento con tanta furia como la que expresaron contra la 125, que intentaba limitar efectos nocivos de una hiperrenta que los ha convertido en prósperos y nuevos ricos. En los ‘90 del desastre, Felipe Solá fue responsable de las políticas hacia el campo, primero en la provincia de Buenos Aires y después en la Nación. No estuvo cómodo en esa posición, no era del riñón menemista, pero fue uno de los convencidos de que la convertibilidad era inamovible y consintió la crucifixión del sector rural. Pero con la 125, pasó a la oposición.
El caso de Solá es diferente del de Cobos, porque no tiene armado político ni fue tan visible como el vicepresidente durante el lockout rural. Y la necesidad de permanecer en cámara lo ha llevado a una alianza con Mauricio Macri, con lo cual termina por reivindicar lo que hizo en los ’90, cuando se sentía incómodo. El Macri de ahora habría hecho lo que hizo Menem en su década con algunas diferencias de forma, y viceversa. Así, Solá desanduvo rápidamente su camino hacia atrás en el tiempo: de Kirchner a Duhalde, y de allí a las viejas políticas del neoliberalismo macrista. Para no abusar de la metáfora del zigzag, también está el dicho que dice “tanto nadar para terminar en la misma orilla”.
En otro espacio, la inestabilidad de las experiencias de centroizquierda parecería demostrar que de tanto zigzag el camino se vuelve circular. Podría ser un teorema de Adrián Paenza. Así comenzó Alfonsín, así la Alianza y lo mismo Elisa Carrió. Y hasta el mismo Gobierno, en un escenario donde la perspectiva de continuidad parece quedar reducida a Daniel Scioli o Carlos Reutemann, podría quedar aprisionado por esa geometría con el PJ de vuelta al 2003. La historia ha demostrado que hacer buena letra tampoco da tranquilidad, porque la estabilidad es nada más que un sueño eterno. Y que ejercer el gobierno produce desgaste. En Brasil, Lula consiguió la imagen positiva más alta de su vida, por arriba del 80 por ciento, cuando todo el mundo sabe que no puede ser reelecto y que su candidata, por ahora, tiene pocas chances. Desde el principio de su gestión, los grandes medios lo mataron, lo presentaron como el más corrupto de América latina, le hicieron caer ministros y dirigentes importantes. Por lo menos desde hace un año, cuando se convencieron de que Lula se iba y de que no tenía descendencia, se acabaron las denuncias, las campañas y los brulotes. Sin la presión de los medios, la imagen de Lula creció a pesar de la crisis, que en Brasil está golpeando más fuerte que en la Argentina, como si dejaran crecer lo que pronto será nada más que un buen recuerdo.
Cobos y Solá regresaron al 2003, y más atrás también, y sus andanzas por el kirchnerismo sólo alcanzaron para la chicana de algún competidor. El escenario completo da la imagen de rotación en ese sentido, empujado por una fuerza irresistible. La vuelta al 2003, con la izquierda testimonial, el centroizquierda atomizado y sólo con una oferta de posibles presidenciables más o menos conservadores, los famosos “candidatos moderados”. Se va conformando un cuadro sin alternativa de poder real para los sectores populares. Ninguno de los nombres que han surgido de ese lado tiene capacidad de convocatoria masiva ni se plantea una confluencia capaz de disputar realmente el poder y sólo aspiran a ganar uno que otro legislador. Por el contrario, los sectarismos y las discusiones menores alimentan el espíritu de pequeño grupo que vio la luz. Este sector vuelve al 2003 de esta manera. Su derrotero es coherente en este sentido con el de Cobos y Solá y el resto de los actores políticos.
Si esta tendencia se acentúa, la pregunta es cuáles son las marcas que dejarán estos años que van del 2003 hasta ahora en el nuevo escenario. Porque en ese esquema falta Néstor Kirchner, que es un protagonista que ha marcado fuertemente ese período. El mismo Kirchner bajó su perfil y dejó trascender que no será candidato en el 2011. Para imaginar ese futuro habría que saber cuál será su lugar, así como su capacidad o no de gravitar en el planetario. Algunos lo dan por desahuciado tras la derrota de la 125 o por el reapoderamiento del PJ por parte de las fuerzas más conservadoras. Otros lo ven en la oposición tras el 2011 como el único con capacidad de convocatoria en el centroizquierda. Y otros lo ven en un segundo plano deslavado tras el 2011, afincado en la provincia de Santa Cruz, como antes del 2003. Otros piensan que logrará repuntar para el 2011 con expectativas de ganar las elecciones. Y otros lo ven pensando para el 2015. El mismo Kirchner no da indicios para develar esa incógnita, por lo que deja abiertas todas las opciones. Cada quien lo valorará como quiera, para bien o para mal, pero es indudable que ese hipotético retorno a la fotografía del 2003 dependerá, por lo menos en gran parte, de lo que haga Kirchner.
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