EL PAíS
› CUANDO LOS DIRIGENTES
NOPERCIBEN LA REALIDAD Y OBRAN EN CONSECUENCIA
Los espejismos que urde el espejo
La imagen corporal que percibe el Gobierno de sí mismo, una ilusión en ascenso. Los indicadores que fascinan en la Rosada. Lo que discute Lavagna, (mini) reactivación contra impuestazo. Las zonas oscuras de la política que inquietan al FMI. La Corte Suprema, los peores no se van, al acecho. La impunidad del peronismo, una convicción de los dirigentes peronistas. Viñetas de un partido de truco jugado entre tahures, la interna eterna. Ojo con el silencio de los inocentes.
› Por Mario Wainfeld
Quien se mira en un espejo no ve su imagen real sino una virtual, pero esa no suele ser la mayor de las distorsiones. Esta es producto de la subjetividad, de la dificultad que tiene cada persona o cada sujeto colectivo en verse tal cual es sin que medie la soberbia o la falta de confianza. El actual oficialismo, por caso, desde hace un tiempito se regocija cuando ve su imagen en el espejo, con un narcisismo que casi nadie comparte en Argentina.
Un puñado de indicadores -.el dólar anclado, la inflación controlada, el aumento de reservas, algunos records de exportaciones, la atonía del conflicto social-. induce a una camarilla de gobierno a pensar que atraviesa una etapa de consolidación. La falta de una oposición consistente, vista en el espejo, dibuja espejismos de consenso. De esa mirada autocomplaciente, errada a carta cabal, se deducen como en un silogismo fantasías políticas asombrosas, microclimas dignos de un manicomio, especulaciones en las que nadie –excepción hecha de la imagen del espejo– podría distraer unos segundos de tiempo útil.
“Cuando el Gobierno mejora baja la intención de votos de los candidatos”, explica un ministro, encuesta en mano. En verdad, lo único corroborado es la dificultad de los candidatos por crecer o prevalecer; el resto son esfuerzos de interpretación, ansias de ver un avance propio en lo que es apenas la impotencia o impericia de los otros.
“La economía está mejor, todavía nos falta ajustar la política”, dicen, palabra más palabra menos, en cadena en la Rosada. Así expresado es un dislate. La caída económica cesó .-o, mejor expresado, se interrumpió-. pero el desempleo, la pobreza extendida, el hambre campean por sus fueros. La comparación con marzo o abril distorsiona la imagen del espejo. Esos meses fueron en materia socioeconómica los peores de toda la historia argentina, posiblemente. Ahora se está un micrón arriba, pero mucho peor
que hace dos años, que hace cinco, que hace diez, que hace veinte, ¿Para qué seguir?
El sol baña la Plaza Mayo que está vallada a todo su ancho, desde su mitad. Hay policías como para el River-Boca que se jugará hoy, pero es un día de semana y como tal día de movilización piquetera. Habrá dos manifestantes, quizá tres para cada policía y diez por cada perro de policía. El funcionario con despacho en Balcarce 50 mira y dice “cuando llegamos era una locura, el ruido no cesaba, casi no podía hablar. Ahora, son poquitos, ni se los escucha”. Su proyección a futuro casi se dibuja enel aire. Menos, menos, menos barullo para cuando llegue el verano. Y sin embargo... los veranos suelen ser calientes en la Argentina, azuzan la oposición, las demandas, la furia de los que están expuestos. El sol calienta las cabezas y excita la violencia, las fiestas duelen e indignan a quienes todavía tienen memoria de haberlas pasado con algo para llevar a la mesa familiar. ¿Quién asegura que el próximo verano no será acicate para las broncas o las reacciones. El funcionario, no cree, se mira en el espejo y se ve fenómeno.
No me pidas lo imposible
El acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) era hace cinco semanas una misión imposible. Ahora se da por hecho. En ambos casos había excesiva simplificación. Las negociaciones avanzan, el Tesoro de los Estados Unidos se ha convertido en una suerte de aliado de Argentina, pero aún quedan zonas grises, núcleos importantes de desacuerdo, que ponen en riesgo un acuerdo que debería sellarse antes del 9 de noviembre. Guillermo Nielsen ya viajó hacia Washington, Roberto Lavagna lo hará posiblemente el miércoles, pero el objetivo de ambos no es cerrar trato ya sino seguir limando diferencias.
A esta altura el organismo pide algunas cosas que Lavagna no puede garantizar y otras que no quiere garantizar. El ministro no quiere pactar un superávit monstruo, del 5 por ciento, para 2003 porque teme que el nuevo ajuste necesario para lograrlo mate en feto una reactivación mínima pero posible. La contingencia –reflexiona Lavagna y así se lo hizo saber a la número dos del Fondo Anne Krueger– evoca bastante a la de la llegada al gobierno de la Alianza. Un cierto respingo de la economía tras años de recesión. En 2000, por sugerencia del Fondo que José Luis Machinea acató reverente, se eligió ajuste e impuestazo y las consecuencias están a la vista, recordó el argentino a la alemana y a algún burócrata internacional. “¿Se quieren equivocar de vuelta?”, se animó el ministro. Del otro lado de la línea, le contestaron que esas medidas fueron políticas locales y no dictados del organismo. Los burócratas internacionales tampoco tienen abuela, de cara al espejo. Como fuera, la discusión sigue.
Lavagna tampoco quiere dar el brazo a torcer con las tarifas de servicios públicos, un tópico que el FMI introdujo en las últimas semanas. Un tarifazo de 20 o 30 por ciento desataría reacciones sociales imprevisibles, amén de dificultar la actividad económica, aducen en Hacienda. Cerca del ministro, además, rezongan diciendo que el Fondo es más papista que el Papa o, siendo más específicos, más demandante que las propias empresas privatizadas que –tal vez por estar acá y conocer el terreno– se darían por cumplidas en 2002 si obtienen el incremento del 10 por ciento que propugna Economía.
El Gobierno no quiere resignar los instrumentos de control cambiario que, contra la vulgata del FMI, le han permitido evitar la suba del dólar cuando parecía irrefrenable y ahora dosificar su baja.
Lavagna está persuadido de que todos esos puntos son duros pero más accesibles a un consenso final que los que no puede contestar. Lo que no puede contestar es, claro, lo que depende del intrincado tablero político: qué pasará con los amparos, cuál será el futuro político inmediato de la Argentina.
La Corte sigue teniendo bajo el poncho un fallo decretando la inconstitucionalidad de la pesificación. Nadie conoce cuáles serían sus alcances exactos, pero algunos mensajes de los supremos sugieren que se trataría de una suerte de caso “Peralta II”. Esto es, decidir –como cuando el Plan Bonex– que pesificar los depósitos es ilegal y ordenar su devolución vía un bono compulsivo que pagaría, claro, el Estado. El costo de una sentencia así es impredecible pero siempre catastrófico. ¿Podránlos supremos poner en riesgo no ya la economía sino la paz social en Argentina? En el Gobierno cunde el pesimismo. Nadie avizora renuncias ni cambios de rumbo en el horizonte. La dimisión de Gustavo Bossert, amén de sugerir que el hombre tiene un decoro que no orna a sus pares, no produjo emulación. Y su único efecto político (seguramente ajeno a las intenciones de Bossert) es acentuar el peso relativo de la llamada mayoría automática e, hilando más fino, de los partidarios de la impunidad de los genocidas en materia de derechos humanos.
Nada de bueno y poco de certero pueden decir los negociadores argentinos sobre la Corte y sus eventuales próximas movidas. Eso sí, cuando se les pregunta sobre el escenario político, su posición es aún más endeble.
“¿Usted vio alguna vez que una interna importante se haya ganado en la Justicia? No me haga reír. Las internas las decide la política. El congreso del partido, los recursos o las decisiones de la Chuchi (Servini de Cubría) son fuegos artificiales.” Los peronistas son, de ordinario, excelentes analistas políticos y brillantes peronólgos. El funcionario. duhaldista de todas las horas, que dialoga con Página/12, no es la excepción a esa regla. Claro que, casi antes de terminar su análisis, empieza a discar el celular: está punteando el padrón para el congreso partidario de pasado mañana.
Alquimistas de la crisis
Si el Gobierno se ve apolíneo cuando consulta el espejo (y muy apolíneo no es), ¿cómo no va a ver impune e invencible el peronismo (que si no lo es, suele parecerlo)? “Sea cual fuere su candidato, el PJ saca como mínimo el 25 por ciento de los votos. No dejamos cagada por hacer pero arrancamos, de pálpito, con la cuarta parte del padrón”, dice un prominente ministro, sondeo en mano, sonriente ante la evidencia.
La frase, a su modo, repica una observación del sociólogo Ricardo Sidicaro en su reciente, riguroso y provocativo libro Los tres peronismos (Siglo XXI). Sidicaro señala que el primer gobierno peronista (1946-1955) se relacionó con sus bases sociales en términos instrumentales y racionales, mientras que el menemismo apeló (con buen éxito) a una fidelidad tradicional basada en la costumbre. “La adhesión popular (en el primer peronismo) estuvo tan asociada a la distribución del ingreso, a las mejoras salariales y a las reformas sociales que muchos dirigentes debieron interpretarlo como una acción de intercambio. (...) La posibilidad de perder el apoyo popular no se encontró fuera de los cálculos de quienes conducían el gobierno, de ahí la represión en medios sindicales de oposición o la abundante propaganda dirigida a los propios partidarios.”
Una relación racional, basada en beneficios observables. Sidicaro cree que el menemismo retuvo el apoyo de los sectores más sumergidos de la sociedad por otro tipo de lealtad. “Menem planteó una constatación. Con su sufragio por el peronismo los individuos pertenecientes a los medios populares expresaban conductas electorales tradicionales que no se alteraban en términos cuantitativos por la pérdida de niveles de bienestar.” Los cálculos electorales del peronismo tienden a reproducir la condición de este cuadro. Los peronistas, analizan sus númenes, votarán al PJ pase lo que pase. El desempeño del Gobierno respecto de su condición social o de su peso relativo a la hora de repartir poder, prestigio o bienes materiales es, a los ojos de dirigentes no muy sensibles pero sí bien pragmáticos, una variable irrelevante.
Desdeñosas de los intereses de sus propias bases, las cúpulas peronistas nada temen del juicio de otros actores o sectores sociales. Y obran en consecuencia. Se permiten una pelea pornográfica y banal, huérfana de reglas, en base a puñaladas traperas leguleyas o internistas, en la certeza de que el próximo presidente será justicialista, haga lo quehaga el Gobierno (justicialista), hagan lo que hagan los abundantes candidatos justicialistas. Un augurio decepcionante pero no necesariamente falso que debería incluir, para ser completo, las carencias de los opositores para generar una alternativa.
El juego interno se enrarece por dos datos estructurales y bastante asombrosos: a) el crecimiento de las acciones de Carlos Menem y b) la imposibilidad del Gobierno de parir un candidato propio y viable.
“Duhalde quiere ponerle la banda presidencial a cualquier candidato peronista que no sea Menem, así sea Drácula. Si Drácula no está, habrá que inventarlo”, metaforiza otro ministro. Como Drácula no mide bien, los devaneos del oficialismo varían hora a hora o despacho a despacho. De la Sota no va más, Néstor Kirchner puede ser y -.como se informa en la página 9 de esta edición– hasta Duhalde o Lavagna sirven para imaginar alquimias.
Si cualquier candidato vale, qué decir de las reglas. Lo que quiere Duhalde, aunque lo niegue su verbo, es que no haya internas. ¿Cómo se resolverá en marzo? También esa “minucia” varía a cada rato. En esta semana Página/12 registró cierta preferencia por la “propuesta Romero”. Como el lector no puede atiborrar su disco rígido con todas las astucias pergeñadas por los peronistas para acomodar las normas a sus necesidades contingentes, valga recordarla. Se permite, por esta única vez, que todos los candidatos peronistas compitan –sin interna previa– en la elección general. Todos pueden usar la simbología justicialista (ver reflexión de Sidicaro en el párrafo anterior).
Sus votos no se adicionan como en la Ley de Lemas, lo que saltea toda objeción legal. Pero antes del comicio todos los candidatos firman un pacto de caballeros (una tentación para quienes gusten de la ironía) comprometiéndose a apoyar en la segunda vuelta al más votado en la primera. Con este artificio, el Gobierno ganaría tiempo, insumo que le es necesario (pero no suficiente) para parir un candidato propio y con chances.
La interna peronista está poblada de mañas y transas pero no es irracional. Con las reglas, sean nacionales o partidarias, se permiten hacer cualquier cosa, pero la lógica de cada jugador contiene su -mezquina pero innegable– racionalidad.
El Gobierno, se dijo, patea el tablero porque el actual escenario no le sirve. Los gobernadores que no son presidenciables mayoritariamente conservan su poder propio y no se juegan a fondo por ninguno de los candidatos. Ni siquiera la fórmula Menem-Romero imantó mandatarios del norte. Adolfo Rodríguez Saá baja en las encuestas y la designación de su candidato a vicepresidente (como la de Menem) trasluce su dificultad para ampliar su convocatoria dentro y fuera del PJ.
Algunos aliados de toda la vida empiezan a jugar (o pueden llegar a jugar) para Menem. La jueza Servini de Cubría le dio una buena mano legal el viernes, Reutemann dejó pedaleando al Gobierno con su renuncia a la vicepresidencia del congreso partidario. La Corte quizás esté esperando para hacerle algún favorcete.
Quizá Reutemann merezca un párrafo más. Sus zigzags de esta semana sugieren que –más allá de todas las operaciones maquinadas para transformarlo en un estadista– el hombre es lo que parece: muy limitado (puede que no tanto cómo su retórica pero similar), muy medroso y muy apegado a Menem. Sus actitudes de lunes a jueves, incluyendo una cena en el edificio de la ex Somisa que actualmente alberga oficinas de Jefatura de Gabinete, sugirieron que actuaba en línea con el duhaldismo y De la Sota. Pero a la hora de la hora dejó al oficialismo con un palmo de narices. La sorpresa fue total, máxime porque Lole no anunció previamente su decisión al Gobierno. Con todo, algunos de sus comensales debieron sopesar que mientras se urdía el congreso la Esfinge santafesina lesdeslizaba, en medio de su típica parquedad, “si falta uno solo es un problema”. Faltó uno, el ex Presidente, y la Esfinge les sacó el cuerpo a los problemas.
Si el que avisa no es traidor, Lole, esta vez, no lo fue, aunque sí fue fiel a su esencia.
De idas y vueltas
“¿El Presidente quiere quedarse hasta diciembre de 2003?, pregunta el cronista y uno de sus más fieles compañeros, duhaldólogo él, reformula el punto. “El problema de Duhalde no es cuándo irse sino cómo vuelve. Lo que tenemos que reconstruir es su imagen y en estos últimos meses, aunque no seamos una maravilla, nos va mucho mejor de lo que cualquiera hubiera imaginado.” El espejo se obstina en devolver una imagen virtual más bella que la real. Espejito, espejito, Dios te tenga en la gloria.
El Gobierno atraviesa una meseta, acompañado de la resignación y la inopia ciudadana, pero cree estar en medio de un jardín. Esa errónea percepción corporal no es monopolio del duhaldismo; muchos otros inquilinos de la Rosada cometieron errores similares y así les fue. O así los fueron. Sin tener nada atado, ni el acuerdo con el FMI, ni la pesificación, ni una razonable salida institucional, el Gobierno deriva a creerse sin otros adversarios que sus competidores en la interna. Una miopía que puede perdurar hasta cinco segundos después de que algo estalle.
Duhalde suele ser mejor cronista cuando se deprime que cuando se agranda, tal como le ocurre en estos días. Cuando se deprimía acuñó la imagen “el corralito es una bomba de tiempo” que puede plagiarse y proyectarse sin mayor empacho a toda la realidad local. No hay paz en la Argentina sino tregua, no hay conformidad sino resignación, no hay
consenso con el Gobierno sino descreimiento en las instituciones y en las alternativas. La consigna “que se vayan todos” no perdió creyentes sino predicadores. Las pústulas de una sociedad que avergüenza por sus desempeños actuales, que bate record de exportaciones de alimentos y padece hambre están ahí a la vista y deberían dolerles a dirigentes que reducen la política a un partido de truco entre tahures, una mezcla indiscernible de mentiras y trampa. Por ahora, la partida sigue, porque los jugadores están convencidos, contra lo que predicaba Juan Perón, de que el pueblo jamás perderá la paciencia ni hará tronar el escarmiento.