Jue 19.03.2009

EL PAíS  › OPINIóN

La política por doquier

› Por Mario Wainfeld

El Congreso, la Plaza de Mayo entre otras, el Teatro Argentino de La Plata fueron centros de atención de una jornada vibrante, donde hubo oferta política para todos los gustos. Una discusión parlamentaria baja en calidad, una propuesta de ley reparadora de una desidia de más de 25 años, concentraciones y movilizaciones reclamando por la inseguridad dan la pauta del ejercicio de las libertades en Argentina. Los ruralistas, favoritos de la cadena privada de medios, quedaron relegados pero no tienen de qué preocuparse: hoy será su día.

Vamos por partes, paneando una jornada recargada de activismo.

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Usar la palabra: El oficialismo consiguió aprobar en Diputados el adelantamiento de las elecciones nacionales. Consiguió 136 votos, nueve más de los necesarios, contra 117 de la oposición, de los cuales ocho fueron abstenciones, que suman a la negativa.

El proyecto es una astucia política, de baja monta, no demasiado distante de la praxis de otros gobiernos u otros partidos en otros tiempos u otros territorios. Los cambios de distrito de los protagonistas para diferentes comicios, las reelecciones forzando la letra de la Constitución, las renuncias anticipadas a cargos o mandatos son moneda corriente y transversal. El que las urde embellece como puede la ventaja que procura. El que las padece enarbola intereses superiores y olvida piadosamente su pasado, de ordinario. El rol playing es recurrente, lo que no equivale a justificable.

El cambio de fecha es una maniobra de escasa calidad y envergadura, a punto tal que es difícil defenderlo con elegancia. El cronista reniega de todo planteo que lije las rutinas democráticas, lo exprese quien lo exprese. Las alusiones al costo de las elecciones escalonadas es un sambenito odioso. Tampoco es feliz hablar del escollo que implican o denostar el fervor que suscitan.

La conveniencia prima en la decisión oficial y a sus paladines les costó insuflar valoraciones mayores a la acción. La invocación de la crisis y la necesidad de bajar la crispación son el punto más atendible, pero cuesta imaginar que cesen el 29 de junio, conociendo a todos los actores, oficialismo incluido.

La oposición, en líneas generales, no pudo levantar el nivel del debate. Su fascinación por el relato apocalíptico y su tendencia a definir que en cada instancia se juega el fin de la historia le restó audibilidad y hasta encanto. El cambio de fecha es criticable, como tantas cosas, no es una hecatombe.

Amenazar con que el país caerá al mar en julio, razonamiento ajeno a sus análisis de hace un par de semanas, es un espantajo, para nada fundado. Las teorías sobre ilegalidad o inconstitucionalidad fueron endebles. Ante una decisión legal, cuestionable pero no fatal, cabía una contra más ponderada y menos agorera. No fue la media.

La mayoría superó la exigencia constitucional. En el Senado el porotómetro es mucho más parejo. Según la información disponible por el cronista, el oficialismo cuenta apenas dos votos por encima de los imprescindibles, cuando todavía queda un trecho por recorrer. Sus operadores deberán sudar la gota gorda para llegar a la aprobación en el exiguo tiempo prefijado. Si la consiguieran, no será digno de festejar. Si perdieran, tampoco sería un perjuicio grave ni un hito de la resistencia democrática.

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La república confesional: Pocas veces tantos (medios) hicieron tanto para lograr tan poco. Con una propaganda previa formidable y una cobertura digna del 17 de octubre del ’45, fue raleada la concurrencia a la Plaza de Mayo. Con el escenario dispuesto a mitad de la Plaza, no había nadie sobre Hipólito Yrigoyen, ni derramaba gente en las diagonales. Corría mucho aire entre los manifestantes, como suele ocurrir cuando pertenecen a la clase media o alta, las cincuenta o cien mil personas imaginadas en el despliegue previo se redujeron a cuatro mil, con suerte. Cuando están por cumplirse cinco años de la primera aparición pública de Juan Carlos Blumberg, la escena debe haber defraudado a quienes imaginaron un revival.

Se entonó el Himno Nacional, con la letra de Vicente López y Planes. No se puso en acto la moción del rabino Sergio Bergman (formulada aquella vez, en el Congreso) de suplir “libertad/libertad/libertad” por “seguridad/seguridad/seguridad”.

Los discursos de Bergman y del sacerdote católico Guillermo Marcó fueron cuidadosos en tomar distancia de la pena de muerte, de la “venganza” y hasta de la “mano dura”. Fuera de ese meritorio afán, lo suyo fue una reiteración de tópicos de la derecha argentina a la que declararon no pertenecer, otro tópico de la derecha argentina. Bergman, un orador brillante, no se privó de ningún lugar común del diario La Nación y sus repetidoras. Apostrofó a la conversión del Congreso en “escribanía”, castigó el adelanto de las elecciones, identificó el apoyo oficialista como producto del clientelismo, se compadeció de los jueces asediados por el Consejo de la Magistratura. Agregó algunos detalles de su cosecha proponiendo situar “la vida por encima de la caja”. Convocó a votar contra “Néstor”, a llenar las urnas. Y encomió el ejemplo de “los hermanos del campo” como testimonio de las luchas sociales. Ni él ni Marcó hicieron alusión a otros grupos resistentes, menos que ninguno a las Madres de Plaza de Mayo. La jerarquía de la Iglesia Católica, aliada de la dictadura, no tiene muchos pergaminos para hacerlo, máxime si se expone a una silbatina del público. Pero Bergman podía (debía) haber rememorado el ensañamiento de los represores con los detenidos judíos. No era su punto, no le habla a su target, acaso su ideología (esa que niega tener) no le da cabida.

Con la siempre conmovedora y respetable presencia de víctimas enarbolando pancartas con la imagen de sus seres queridos, el acto fue de patente tono opositor, propuesta electoral incluida. Es válido, por cierto y hasta bienvenido. Menos rescatable, menos republicana es la exclusión del otro que campea en la narrativa de Bergman o de Marcó. La gente principal, “el pueblo” son sólo ellos. Quienes votan distinto, los que van a otras plazas o colmaron esa misma con otras banderas (y otra composición social) lo hacen en condición de “mercenarios”, siguen a los “que les pagan” o “los llevan”. La pura hipótesis de que alguien piense diferente, en ejercicio de su libre albedrío, es desechada. El tono es melifluo, rara vez se alza la voz pero la esencia del fundamentalismo, la negación de la otredad, campea en la descripción del rabino.

Los canales de cable hicieron lo imposible por inflar la movida, que fue desamparada por la crema de la farándula, que durante semanas llenó de mensajes espantosos, pletóricos de muerte. Algunos cronistas remarcaron la presencia de la ex mujer del Cholo Simeone Carolina Baldini, del Facha Martel y de Ana María Giunta, tal parece los únicos referentes culturales que le pusieron el cuerpo a la República.

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Deudas viejas: La pervivencia, con modificaciones que la empeoraron, de la Ley de Radiodifusión dictada por la dictadura es una odiosa concesión de los sucesivos gobiernos democráticos (hasta el de Néstor Kirchner, inclusive) al poder fáctico de las empresas mediáticas. La presentación de una “propuesta de proyecto de ley de Servicios de Comunicación Audiovisual” apunta a reparar esa deuda democrática, que pesa sobre los partidos mayoritarios que gobernaron desde 1983. El mecanismo sugerido por los promotores, una intensa discusión de la propuesta en toda la geografía nacional y en distintos ámbitos de la sociedad civil es también una buena noticia. Gabriel Mariotto, el interventor del Comfer, un luchador en esa batalla desde el llano durante muchos años, se comprometió a “caminar durante sesenta días por toda la patria” para agitar ese debate. Tuvo el buen gusto, poco usual en el kirchnerismo, de honrar a dirigentes y legisladores de otros partidos que intentaron vanamente llevar al Congreso normas progresistas en materia de medios y de derecho a la información. Mencionó específicamente al radical Ricardo Lafferrière y su sepultado proyecto de derecho a réplica.

Entre los aspectos más sugestivos de la propuesta está el de dedicar el 33 por ciento de ese espacio público a entidades sin fines de lucro, seguramente uno de los puntos que levantará más borrascas. Quienes homologan la información a una mercancía y el statu quo existente al máximo de libertad admisible, pondrán el grito en el cielo. Ya en los prolegómenos se llegó al sinsentido de alegar que el pluralismo conjuga con la restricción del número de emisores y la sujeción a las reglas del mercado. Ya se dirá más.

La presidenta Cristina Fernández remarcó el mecanismo participativo de la iniciativa, bastante ajeno a la praxis cotidiana del oficialismo que ayer mismo votó una ley casi sin sumar aliados. De todas maneras, el juego democrático está abierto y la perspectiva de que aumente el número de voces amplía las fronteras de la democracia. El tema da para más, el espacio de esta columna hoy, no.

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Coda: Oficialistas y opositores disputaron el espacio y el favor públicos. El sistema político está signado por la intemperancia pero el espacio público es ocupado, como nunca, con bajos niveles de represión o limitación.

Hace menos de ocho años, Fernando de la Rúa decretaba el estado de sitio y luego masacraba manifestantes en el puro centro de la Capital. Hace menos de siete, durante el mandato de Eduardo Duhalde, la policía bonaerense (instigada por la verba de la Casa Rosada) asesinaba a los piqueteros Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Las referencias vienen a cuento. Siempre es necesario medir lo que falta, pero también justipreciar lo que hay, requirente de mejoras tanto como de valoraciones menos flagelantes, despectivas y enconadas.

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