EL PAíS › OPINIóN
La vuelta a las rutas, el resurgir de la violencia, ante una sociedad distinta. La coparticipación, su presumible impacto. La sorpresa como recurso, sus contraindicaciones. La extraña lógica republicana de los ruralistas y de un rabino. Y la voz de la reacción en la Plaza de todos.
› Por Mario Wainfeld
La Mesa de Enlace se encoleriza porque el Congreso no funciona como una escribanía rural: no consigue los diputados necesarios para hacer quórum. Si yo no gano, no hay República: pasa a la acción directa. Renace la más brutal ocupación del espacio público del último cuarto de siglo, que incluye lockout, corte de rutas, tentativa de desabastecimiento. Como quien no quiere la cosa, en Gualeguaychú las huestes de De Angeli patotean a la diputada Cristina Cremer, esposa del ex gobernador Jorge Busti. La búsqueda de consensos tan declamada es suplida por la violencia empresarial, siempre tutelada por la mayoría de los medios.
La mayoría de los diputados opositores reconoce, en voz baja, que su proyecto es inviable, poco serio, un engendro de mínima para garantizar el consenso. El radical Francisco Ferro, que le tiene fe, explica que su impacto fiscal es de apenas (sic) 1500 millones de dólares. Hasta el propio Felipe Solá asume, en declaraciones en un programa de cable, que sus colegas se quedan cortos, que ése es el “piso”, que las exenciones son, a su ver, demasiado generosas. La repregunta acerca de los valores reales no llega, la cadena privada de medios no incurre en esos deslices. La unidad en la acción es sustancial en la estrategia del “campo”, sus voceros no se apartan de la huella.
Los cuatro presidentes aducen estar en figurillas para controlar a sus bases. Sus discursos trasuntan otra cosa: la justificación absoluta de las violaciones de las reglas sobre el corte de ruta. Alfredo De Angeli prorrumpe en comparaciones con Cuba, denuestos contra Fidel Castro, se le hincha la vena macartista. Hasta algunos de sus compañeros de la Federación Agraria se azoran. Uno de ellos le envía un mensaje de texto dando cuenta de sus diferencias: “tus declaraciones te ponen excesivamente a la derecha”. ¿Dónde estaría antes el piquetero polifunciones?
Las imágenes y la información dan cuenta de menos participantes en los piquetes. Las encuestas de opinión, que todos los protagonistas conocen, dan cuenta de un hastío ciudadano, muy distante de los márgenes de apoyo de un año atrás.
El retroceso del prestigio de los insurgentes dudosamente beneficie al Gobierno. La pulseada, supone el cronista, es ahora un juego de suma negativa: los dos contendientes pierden. La alteración de la paz social presumiblemente herirá la reputación de la movida agropecuaria, pero también afectará al capital simbólico del Gobierno.
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Un año después. La Presidenta anunció la coparticipación de los derechos de exportación a la soja, con la consabida liturgia en Olivos, de la que ya se dirá algo más.
Era un abordaje que le pedían gobernadores y legisladores del Frente para la Victoria en los albores del conflicto por las retenciones móviles, hace un año. Vaya a saberse cuántos quebraderos de cabeza se habrían ahorrado obrando de esa manera en el momento debido.
Aun a destiempo y mellada por la falta de articulación previa con los gobernadores, la medida provee un alivio a provincias y municipios. Claro que la mejora se reparte de modo dispar. Un sondeo realizado por el cronista entre intendentes y gobernadores induce a pensar que el goteo cotidiano y automático de recursos tendrá impacto importante en provincias chicas y municipios no muy poblados. Aquellos menos dependientes de la producción de soja serán los que reciban beneficios más netos. En otros parajes, el rechazo de los productores será un contrapeso arduo de sobrellevar. Jefes comunales, peronistas o no, hacen cuentas acerca de cuánto pesaría una rebaja de tres o cinco puntos en las retenciones y menean la cabeza. Los del Frente para la Victoria callan en público y rezongan en privado.
Las cifras son estimativas, pues dependen de los volúmenes a venderse y de los precios futuros, indeterminados en cierta medida. Intendentes de grandes partidos del conurbano que hablan en estricta reserva arquean su caja, suponen que podrían llegarles entre 10 y 15 millones de pesos en un año, les parece mejor que nada, pero no tanto.
Se encrespa el ambiente, parecen archivarse otras acciones distensivas que horneaban varios funcionarios. La disminución o el cese temporario de las retenciones al trigo y al maíz, que podían dar aire a cultivos alternativos, era una hipótesis de trabajo, no ya de “palomas” sino de protagonistas empapados en el tema: Carlos Cheppi, Débora Georgi, el supuesto “halcón-pingüino” Ricardo Echegaray. “Lo bocharon en Olivos”, dice uno de ellos. Guillermo Moreno había discutido duramente la moción ante varios funcionarios el lunes pasado, lo suyo es “el aguante”. El megafuncionario hastía y desalienta a casi todos sus compañeros de Gabinete, pero conserva predicamento en la mesa chica.
“¿Por qué no pensar un esquema complejo, de impacto fiscal nulo? ¿Bajarles a los más chicos, subirles a los pools?” interroga-propone uno de los pocos kirchneristas realmente fieles e involucrados con “el proyecto” que quedan en el Congreso. Es una pregunta sugestiva: suena fuera del contexto binario, confrontativo, simplista al mango.
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El rito. Las presentaciones en Olivos, casi diarias, repiten un ritual bien descriptivo. Los invitados, incluyendo a la primera línea del Gabinete, del Parlamento y de los gobernadores, ignoran para qué son llamados. La apelación a la sorpresa forma parte de la liturgia, también les transmite a los compañeros de gestión que están afuera del círculo que toma las decisiones. El estilo inconsulto funcionó mal a ojos vistas el año pasado, contradice el prometido cambio que aportaría Cristina Fernández de Kirchner.
El microclima de esos cónclaves, propensos al aplauso y a los cabeceos de aprobación, es clásico en Palacio. Nadie debería creer en la claque pero es difícil sustraerse al halago. El aplauso litúrgico es mal parámetro para calibrar las aprobaciones o los estados de ánimo que se expresan en cotilleos privados o en los pasillos. Sí dan la pauta de un modo de construir la autoridad que privilegia el enigma, la concentración y el modo radial de relación con aliados y extraños. Cuando la consulta escasea o directamente no existe, la propensión al error, por definición, aumenta. Tal la opción presidencial para construir su autoridad, muy redituable en su primer escenario de crisis (los años iniciales del mandato de Néstor Kirchner), mucho menos fructífera durante la presidencia de Cristina Fernández, con pocos visos de ser revisada.
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Un pasito p’adelanto. Abroquelado en su fuerza propia, muy lejos de sus construcciones más amplias y virtuosas (estatización de las AFJP, movilidad jubilatoria, Aerolíneas), los diputados frentistas consiguieron la mayoría calificada exigida para aprobar el adelanto de las elecciones. En el Senado los números son muy apretados, dos o tres por encima de la marca exigida. La acción, también resuelta en Olivos sin cabildeos con gobernadores o legisladores que no fueran los propios, corre contra reloj y contando los porotos de a uno.
El adelanto no es un pecado capital, tampoco un ejemplo de calidad institucional. Una medida legal, controvertible, afín al costumbrismo político dominante. Muchos opositores que braman tienen vigas en su ojo. Mauricio Macri, sin ir más lejos, vuelve a postergar hasta las calendas griegas las elecciones para autoridades de las Comunas, burlando así una norma constitucional. No le conviene, viola la regla, en pro de su táctica. El jefe de Gobierno no es pionero en la transgresión de la ley, reincide en la mala praxis de sus antecesores.
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Invocando la protección de Dios. El rabino Sergio Bergman se proclamó representante del “sentido común”, de todo el sentido común, en la Plaza de Mayo. Lo rodeaba una concurrencia desalentadora para las expectativas previas infladas por los medios. El discurso del rabino es toda una pieza, que pinta bien el doblez de la derecha argentina. Las alusiones a la democracia y a la república proliferan por doquier en chocante contraste con la pretensión de totalidad del disertante.
Justo en la Plaza histórica, “que es de todos”, según su verba, el rabino descalificó toda adhesión al Gobierno. Quienes no piensan como él son descriptos como ignorantes, rehenes, mercenarios, canallas. Hace más de sesenta años que nació el movimiento peronista, cuya línea dominante es (a hoy, al menos) el kirchnerismo. La lectura de Bergman es vetusta, más que el propio divulgador, y no resiste el análisis.
Las valoraciones sobre una fuerza política son libres y parte del debate democrático. Pero es intolerante y hasta fundamentalista suponer que ninguno de sus adherentes expresa (con razón o sin ella, más vale) intereses, ideas, valores diferentes de los del orador. El otro también existe, aunque incomode. La invocación al pluralismo y la alternancia se da de bruces con la arrogancia de quien discrimina al que piensa distinto. Por no hablar de su desprecio por los derechos sociales y humanos, enaltecidos en jornadas más multitudinarias o más sacrificiales que la convocatoria del miércoles.
Si se confirma que quedan tres meses para las elecciones, sería hora de ir levantando el nivel de las propuestas y de la tolerancia. Mal ejemplo dieron dos sacerdotes, Bergman y el cura Guillermo Marcó, en un acto proselitista incubado por el verbo de Susana Giménez y Marcelo Tinelli, otros dos profetas privilegiados que claman (con menos ambages) por la eliminación del otro.
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