Vie 01.11.2002

EL PAíS  › D’ALEMA, EX PREMIER ITALIANO

“El atentado a Estela Carlotto fue una venganza”

En gira por América del Sur, el presidente de los Demócratas de Izquierda de Italia sólo se abstuvo de mantener entrevistas políticas en la Argentina. Por aquí pasó sólo para solidarizarse con Abuelas de Plaza de Mayo.

› Por Martín Granovsky

Pocos políticos apoyaron tanto a la Alianza como Massimo D’Alema, primer ministro italiano entre octubre del ‘98 y abril del 2000. Quizás por esa experiencia y por la desarticulación política argentina de hoy D’Alema realizó una gira con entrevistas oficiales en Uruguay, Chile, Bolivia y Brasil y solo excluyó, en la parte política, a la Argentina, donde D’Alema llegó para una sola cosa: almorzar con Estela Carlotto, la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo.
Con estudios de filosofía, periodista profesional y político veterano, a los 53 años D’Alema es presidente de los Demócratas de Izquierda, el antiguo partido comunista italiano. Su paso por la Argentina fue fugaz. Solo la comida con Carlotto en la embajada italiana, después de una reunión con el Círculo Enrico Berlinguer, la agrupación local de los demócratas de izquierda que lleva el nombre de uno de los líderes históricos del ex PCI.
–No quise dejar de saludar a Estela y expresarle mi solidaridad –dijo D’Alema a Página/12–. Además, el proceso judicial italiano está en el origen del atentado a las Abuelas y me sentía necesitado de expresar mi simpatía por ella.
–¿Por qué dice que está en el origen del atentado?
–Porque la Justicia italiana condenó a Carlos Suárez Mason y esa medida puso a funcionar la maquinaria de la venganza. Por supuesto que mi solidaridad no es de ahora. Cuando fui primer ministro el Estado italiano se hizo parte civil (querellante), del proceso judicial contra un grupo de represores argentinos.
–¿Por qué no se vio con dirigentes políticos argentinos?
–La visita a la Argentina solo buscaba verla a Estela. Por eso la agenda no incluye personalidades políticas. Mire, la situación argentina es tan complicada que si hubiera pensado en una gira política tendría que haberle dedicado el viaje solo a este país y nada al resto.
–América latina, salvo el golpe contra Salvador Allende en 1973, no suele influir sobre la política europea, pero Brasil tiene una importancia propia por sus 175 millones de habitantes. ¿Qué le cambiará el triunfo de Lula al centroizquierda italiano?
–Es una señal importantísima no sólo para Italia sino para el mundo. Y no lo digo ahora porque Lula recién ganó. En junio estuve en Brasil para apoyarlo.
–¿Para qué lado va la ola política en Europa?
–Los últimos resultados no son favorables a la derecha. La izquierda ganó en Suecia y en Alemania, y eso reequilibra la situación que se vivía hace seis u ocho meses, cuando la ola populista de derecha encarnada por ejemplo en Silvio Berlusconi parecía indetenible. Y recuerda la crisis del gobierno holandés y la caída de Jorg Haider en Austria, donde la socialdemocracia podría ganar las próximas elecciones. Ahí es donde se inscribe la situación brasileña.
–¿Exactamente dónde?
–En una política que buscará el crecimiento del mercado interno, que se orientará hacia la economía real, y que no se guiará por el monetarismo rígido y destructivo. Por otra parte, Brasil y Lula serán un interlocutor importante en Europa. Nosotros siempre quisimos consolidar las relaciones con el Mercosur, y en este preciso momento nos preocupa dejar claro el interés europeo por un mundo multipolar. No queremos el unilateralismo de los Estados Unidos. Esa es la razón, también, por la que buscamos permanentemente ampliar el sistema de relaciones, y en ese esquema Brasil puede ser un país guía.
–Cuando Lula ganó el ballottage, los primeros mensajes formales de saludo llegaron de Gerhard Schröder y Jacques Chirac.
–Excelente. Entonces, ahora, que Francia abra su mercado agrícola a los productos latinoamericanos. Los mensajes están muy bien, pero hay que ser más generosos y abandonar restricciones tan dañinas para ustedes.
–Usted mencionó el unilateralismo norteamericano. ¿Se opone a la guerra contra Irak?
–Sí. No ayuda a la lucha contra el terrorismo. Más todavía: sería alimentar la frustración y el odio que son el principal sostén del terror. Saddam Hussein es un peligro y debe ser contenido. Pero no con una guerra.
–Estados Unidos dice que no puede contenerlo sin guerra.
–Es absurdo. Estados Unidos aplicó la disuasión durante 50 años y contuvo a un enemigo mucho más fuerte que Irak.
–El argumento norteamericano es que Irak no es racional y los soviéticos sí lo eran.
–No era su argumento entonces. Simplemente aplicaban el equilibro del terror, con armas nucleares. Por otra parte, dije que Hussein es un peligro pero al mismo tiempo digo que no hay pruebas de que Hussein, cabeza de un régimen laico, no religioso, apoye al terrorismo. Curiosamente, Irak demostró una vez que era un verdadero peligro para la región: en la guerra con Irán. Justo cuando los Estados Unidos apoyaron a los iraquíes contra los iraníes, a tal punto que les proveyeron el gas venenoso usado en esa guerra.
–¿Qué fuerza política tienen las manifestaciones convocadas por los sindicatos italianos?
–Representan una señal importante y nos da la chance de volver a vencer.
–¿Tienen chances contra Berlusconi?
–Claro. Pero no lo minimizo. En 1996, cuando ganamos nosotros, la derecha podría haber triunfado si hubiera ido toda junta. Pero Berlusconi no fue con Umberto Bossi, de la Liga Norte. Después, a nosotros nos tocó una época difícil. Italia tenía que sacrificarse para el lanzamiento de la moneda común europea, del euro, y se necesitaba austeridad. Berlusconi prometió felicidad, trabajo, seguridad de todo tipo. Y ganó, ayudado por el control de muchos medios de comunicación. Pero seamos justos: nos ganó por solo 600 mil votos.
–Le preguntaba antes por las manifestaciones y usted dijo que son una señal. ¿Nada más que eso?
–Es mucho. Expresan un sentimiento de protesta. Pero en términos políticos las protestas no bastan. La oposición debe reconstruir su proyecto de gobierno. Para reconstruir el perfil del centroizquierda hay que tener propuestas. En su momento nosotros planteamos algo con mucha claridad: la relación con Europa, el euro, la integración definitiva. Y después tal vez hayamos quedado un poco perdidos. Falta un gran objetivo. Falta aquella fuerza de persuasión..
–¿Cuáles serían los objetivos hoy?
–Le dije: hay que definirlos.
–Se lo pregunto distinto. ¿Cuáles son hoy, para los italianos, los principales problemas?
–La seguridad en dos sentidos: ante el terrorismo y frente a la criminalidad. La situación económica. El trabajo. La seguridad también en lo social. A una sociedad que a veces parece vieja y egoísta hay que darle visión de futuro. La competitividad, en el caso italiano, no es solo económica y comercial. Es, sobre todo, algo relacionado con nuestro patrimonio, que es cultural, que es civil... Digo lo de la competitividad porque es absurdo pensar que Italia puede ser competitiva reduciendo los derechos de los trabajadores. Es ridículo imaginar que una economía como la nuestra puede renacer sobre la base de bajos salarios. No, eso es injusto e imposible. Nuestro modelo tiene que ver no con los salarios miserables sino con la cultura y la educación. ¿Qué tenemos, si no? Carecemos de materias primas, y nuestras moneda no es la más fuerte delmundo. Vamos a ver si las últimas elecciones en Pisa significan un cambio de humor nacional: ahí la derecha perdió el 18 por ciento de los votos.
–¿La protesta contra Berlusconi es solo sindical?
–No. Hasta los empresarios de la Confindustria comparten el profundo estado de desilusión de la mayoría de los italianos. Le critican la incapacidad de promover el desarrollo económico. Le cuestionan que haya abierto conflictos con los sindicatos sin hacer nada ni lograr nada concreto. Hay muchos en Italia que están como un novio traicionado.
–¿Qué conclusión sacó usted de su fracaso?
–Bueno, ya le dije antes. Perdimos por 16.600.000 votos de la derecha contra 16.000.000 nuestros. No fuimos aplastados. Vamos a ver qué pasa ahora. El momento es difícil, oscuro, de gran incertidumbre. Y el gobierno no la tiene fácil. Por un lado Berlusconi quiere aparecer como el gran sostén de George Bush, pero por otro lado está contra la guerra la mayoría de la población, o por nosotros o porque los italianos tienen un sentimiento religioso muy fuerte y la Iglesia no quiere la confrontación bélica con Irak.

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