Dom 03.11.2002

EL PAíS  › ADELANTO DEL LIBRO SOBRE EL CORRALITO

La maniobra

Con prólogo de Elisa Carrió, acaba de editarse el libro “La Argentina robada,” de Mario Cafiero y Javier Llorens, que explica cómo se preparó la maniobra financiera que culminó en el corralito. Una historia de fuga de capitales y negociados.

Por Mario Cafiero y Javier Llorens

Todos estos hechos narrados cronológicamente tienen a su vez una lógica secreta y subterránea que, como las novelas de suspenso, señalan en el último capítulo quién cometió el crimen, aclarando los hechos; y explicando en este caso todo el periplo financiero, que va desde el blindaje hasta el famoso corralito bancario, y las aparentes locuras que cometió, en el ínterin, el ex banquero Domingo Cavallo. Como se verá, Cavallo no está “certificadamente loco” como dijo Mussa sino que, salvo algunos rasgos fronterizos fruto del estrés, que tuvo por haber llevado adelante una “misión imposible”, obró con toda cordura... a favor de los acreedores extranjeros.
Al mismo tiempo que los medios de comunicación locales promovían a Cavallo como el “piloto de tormentas” que iba a salvar la economía argentina, los grandes bancos de Nueva York, que eran fuertes acreedores de la Argentina y habían promovido y sostenido la convertibilidad –y se habían beneficiado con ella–, decidieron rebajar drásticamente la exposición de sus inversiones en nuestro país, ante el agotamiento e inviabilidad que manifestaba la convertibilidad, y la multiplicación de riesgos que ello aparejaba. Para llevar a cabo esa salida del “riesgo argentino”, contaron no sólo con Cavallo sino también con los generosos créditos otorgados a la Argentina por el FMI y su “brazo derecho”, el Banco Mundial, y el BID, organismos que están inficionados por los grandes intereses financieros privados. En consonancia con lo que dice Stiglitz e insinúa Mussa, el disidente norteamericano Noam Chomsky expresa que “una de las funciones principales del FMI, es proveer seguro de riesgo gratis a gente que presta e invierte en préstamos riesgosos. Esa es la razón de que haya grandes retornos, porque hay mucho riesgo”.
De esta manera, el blindaje por 40.000 millones de dólares de diciembre de 2000 y el salvataje financiero de 8000 millones de agosto de 2001 no fueron un auxilio para la Argentina sino para los grandes bancos extranjeros, con el objeto de proveerle divisas a la Argentina, para que ellos pudieran fugarlas, y dejar a cambio los bonos de la deuda de los que se querían desprender, que habrían afectado gravemente sus balances, en el caso de un default, como el que efectivamente ocurrió. Esto a su vez potenció la recesión económica, ante la caída del circulante y los medios de pago internos, y finalmente precipitó la “monumental catástrofe” en la que hoy estamos, en la que sucumbió todo el sistema financiero.
En concreto, los grandes bancos extranjeros y los operadores de Nueva York, gracias a la gestión del ex banquero Cavallo, hicieron una salida anticipada de la convertibilidad, que en consecuencia impidió hacer una salida ordenada de ella. Gracias a la asistencia del FMI, por un lado se llevaron los grandes depósitos bancarios que tenían aquí, y por el otro internalizaron deuda externa argentina que tenían en su poder, transfiriendo bonos desde las casas matrices de los bancos extranjeros y sus empresas vinculadas a las filiales locales y sus empresas vinculadas, llevándose a cambio su equivalente en dólares billetes.
En lugar de traer dólares de sus casas matrices, como prometía su engañosa propaganda, las filiales de los bancos extranjeros se llevaron todo lo que pudieron, para ponerse a buen resguardo, tanto filiales como casas matrices, del estallido de la convertibilidad y del default que se venía.
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Gracias al régimen de la convertibilidad, y al control que mantenían sobre el sistema financiero, los acreedores externos convirtieron sus bonos en dólares, y a estos se los llevaron, haciendo de esta manera inconvertible la moneda interna que era convertible. Fue un último ademán como diciendo, “estos títulos son suyos y ya no valen nada, piérdanselos en el... y venga nuestra moneda”. Este es el castigo propinado a los argentinos, por ahorrar en moneda ajena y no ahorrar en la propia. Cavallo, en su aparentemente desordenado, hiperkinético, y zigzagueante accionar, fue cumpliendo al pie de la letra, paso a paso, la operatoria de ese plan criminal, orquestado para que los banqueros de Nueva York y sus bancos vinculados se pudieran llevar puestas las reservas financieras del sistema, y parte de las reservas de la convertibilidad, a cambio de los bonos de la deuda. Los superpoderes que reclamó de entrada al Congreso le permitieron hacer agujeros en la Carta Orgánica del Banco Central, y sopletear su caja fuerte, para poder movilizar las reservas de liquidez del sistema. También le permitieron modificar la ley de las AFJP, para que éstas pudieran adquirir más bonos; y para hacer luego el megacanje y la conversión de la deuda, para la que pidió y no obtuvo del Congreso facultad para garantizarla con impuestos, razón por la que lo hizo con un decreto de necesidad y urgencia.
A continuación sacó a Pedro Pou y puso a Roque Maccarone, un capitoste de la vieja “patria financiera”, y a sus hombres de confianza, para que permitieran que las reservas se escurrieran. Los bancos las cambiaron por bonos que estaban en el extranjero, por 12.000 millones de dólares. Además exigieron a sus clientes la cancelación de préstamos por otros 12.000 millones, y se los prestaron como “otros créditos” a sus empresas vinculadas, las que adquirieron otros tantos bonos que venían del extranjero. Los restantes 4.000 millones con los que se adquirieron bonos, provenieron de las AFJP, vinculadas con los bancos, que así engordaron su tenencia en títulos hasta los 16.000 millones de dólares.
El megacanje por 30.000 millones fue la forma de hacer ingresar físicamente en el país los bonos argentinos que estaban en el exterior. La conversión de los bonos en “préstamos garantizados” fue el remate de la maniobra de permutar las reservas de los bancos por bonos, y la ingeniosa forma de disimular la reconversión de sus carteras de préstamos, con el objeto de que algunos de sus selectos “clientes”, pudieran adquirirle más bonos a sus casas matrices y sus firmas vinculadas.
De esta manera las casas matrices y sus firmas vinculadas se sacaron los bonos argentinos de encima, para que no mancharan sus balances y los traspasaron a sus filiales y firmas vinculadas. A su vez los “préstamos garantizados” tomados a valor nominal, que no cotizan en Bolsa, les permitieron a las filiales y firmas vinculadas disimular las enormes pérdidas que provocaron en sus balances, el desplome de la cotización de los bonos. Si los “préstamos garantizados” figuraran a valor de mercado de los bonos, los bancos y filiales que los detentan tendrían hoy un patrimonio neto negativo, y legalmente deberían cerrar sus puertas. Es por esta razón que pretendieron con un nuevo Plan Bonex, encajarle en la práctica esos bonos y “préstamos garantizados” a los ahorristas, claro que con muchos menos intereses que los usurarios que venían cobrando hasta ese momento, que justificaban por la “tasa de riesgo país”; pero cuando apareció el siniestro del default, no se quisieron hacer cargo de la póliza, pretendiendo endosarle el clavo a los ahorristas de los bancos.
De esta manera se evaporaron de la Argentina cerca de 30.000 millones de dólares, o sea, el 90 por ciento de las reservas del sistema financiero y de la convertibilidad que existían cuando Cavallo asumió. Como remate de la maniobra, Cavallo buscó y provocó deliberadamente la corrida bancaria, para poder instalar el corralito, porque la fuga de divisas había puesto al mínimo las reservas de la convertibilidad, y porque el sistema financiero se había quedado sin reservas financieras para funcionar, y el corralito era la única forma de hacerlo funcionar sin ellas:
El corralito le permitía a Cavallo otras dos cosas:
- Poder “regular” la tasa de interés, igual que hizo como presidente del Banco Central en 1982, con la que licuó las deudas internas que eran contrapartida de la externa. Ahora pretendía llevar las tasas de interés pasivas (a pagar a los depositantes de los bancos), al nivel internacional del 2 por ciento anual, para de esta forma hacer que fueran los depositantes quienes soportaran financieramente los “préstamos garantizados”, y los banqueros pudieran quedarse con la diferencia respecto del 7 por ciento anual.
- Bancarizar de prepo a la sociedad, para potenciar así el negocio bancario, y compensar con creces a los bancos, por la baja de la tasa de interés de los “préstamos garantizados”.
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Económicamente, se puede aceptar que la combinación de internalización de deuda, conversión en préstamos garantizados, corralito bancario, y bancarización forzosa de la sociedad, implementada por el audaz ex banquero Cavallo al servicio de intereses financieros extranjeros, era técnicamente impecable. Pero en términos político–sociales fue un desastre, que llevó tanto a Cavallo como al gobierno del presidente De la Rúa, a la catástrofe.
La bancarización forzosa malhumoró a la clase media, al cambiarle los hábitos, y obligarla a hacer colas interminables para poder administrar su dinero, ante la insuficiencia y defectos del improvisado sistema. Además, dejó sin moneda de mano a la clase baja y marginal, que no es bancarizable, por lo que el estallido popular de fines de diciembre era previsible, para cualquier observador alerta de la realidad social.
Esta cualidad era precisamente la que no tenía el presidente De la Rúa. A lo único que atinaba, como acto reflejo ante cada golpe de la realidad, era a salir a confirmar la permanencia del ex banquero Cavallo como ministro, caiga quien caiga, y cueste lo que cueste. Ató así, de manera insensata, su mandato obtenido democráticamente a la suerte del hombre impuesto por la amalgama de bancos y medios de comunicación, quienes hasta fines de noviembre afirmaban que el sistema financiero argentino era más sólido que la banca suiza, y a partir de allí le echaron la culpa de su caída a los ahorristas, por haber retirado sus depósitos. Decían lo mismo de la convertibilidad, que había venido “para siempre”, hasta que se desplomó súbitamente, dejando una Argentina llena de escombros.

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