Lun 04.11.2002

EL PAíS  › ORIGINAL PROYECTO DE LAS ASAMBLEAS

El pan del Borda

La Ciudad estudia un proyecto de las asambleas de la zona sur: reactivar la inmensa panadería del hospital Borda, capaz de abastecer a todos los comedores populares de la zona.

› Por Susana Viau

Hace diez días, el Director Adjunto de Hospitales del Gobierno de la Ciudad, Alejandro Ciancio, tuvo un encuentro inusual: recibió a un ingeniero, dos médicos y un pequeño grupo de ciudadanos. Lo inusual no residía en que el grueso de los visitantes fuesen integrantes de asambleas de la zona sur. Lo llamativo era el proyecto que la pequeña delegación le presentaba: volver a poner en funcionamiento la panadería del Hospital José P. Borda, cuyas instalaciones permiten abastecerlo de pan y pastas junto al Braulio Moyano y al infanto-juvenil Tobar García. Y hasta dejan un excedente para las necesidades de todos los comedores populares de San Telmo, Barracas y La Boca. La rehabilitación de instalaciones y maquinarias fue valuada por el ingeniero Jorge Zaslauskas en apenas 20 mil pesos. Los desarrollistas afirman que la importancia del proyecto es su sencillez, la posibilidad de paliar necesidades urgentes de la población, reinsertar a los internos en el trabajo y, tan importante como las otras, “restituirle a lo público el lugar que perdió en los ‘90”.
La panadería de lo que entonces se llamaba Hospicio de las Mercedes se instaló en 1904 en el predio que antes había pertenecido a la orden de los Bethlemitas y se extendía a espaldas del Borda y del Moyano. Los religiosos se fueron pero dejaron bautizado el lugar como “la chacra de los Bethlemitas”.
“Es el momento en que se desarrolla toda la red de hospitales psiquiátricos en América latina, y la Argentina estaba a la cabeza -cuenta Alfonso Carofile, psiquiatra, jefe de servicio del Borda, docente y entusiasmado con la posibilidad de recuperación del proyecto–. El modelo eran los hospitales ingleses, escoceses y alemanes (incluso traen a Buenos Aires a un psiquiatra alemán, Cristofred Jakob) y su instalación siguió el trazado del ferrocarril. El último hacia el norte estaba en Salta. ¿Recuerda el laboratorio que se ve en Hombre mirando al sudeste? Era del hospital y estaba copiado del laboratorio de un hospital alemán.” Los médicos que cursaron la materia en el Borda refieren que hasta no hace mucho podían encontrarse tirados por allí los portaobjetos del laboratorio con los viejos cortes, reliquias de lo que había sido pensado como un poderoso Estado nacional.
Carofile explica que entre los ‘40 y los ‘50, con Ramón Carrillo como ministro de Salud Pública, los hospitales psiquiátricos volvieron a concentrar la atención de los sanitaristas; el antiguo Hospicio de las Mercedes pasó a ser Hospital Neuropsiquiátrico. En 1960 se renovaron las máquinas de la panadería y fábrica de pastas instalada en el subsuelo, donde trabajaban los internos. La pregunta es obligada: ¿Pueden los enfermos mentales acceder a ese tipo de trabajo? Carofile es drástico: “Un enfermo psiquiátrico no pierde ninguno de sus derechos. En todo caso, superada la etapa de la patología aguda, los recupera. Así lo establecen los tratados de Caracas, referido a su intimidad, y de Hawaii, que prohíbe la utilización de los hospitales psiquiátricos y los psicofármacos con la disidencia política”. Durante la dictadura, el brigadier Orlando Cacciatore, intendente de Buenos Aires, hizo una aparatosa visita al Borda e inspeccionó la panadería.
–Yo sabía que acá había una panadería monstruosa, con capacidad para proveer de pan a toda la ciudad de Buenos Aires. ¿Qué se necesita para eso? –preguntó a quienes lo acompañaban en la recorrida.
–Gente –le contestaron.
–Yo la voy a mandar –prometió.
Fueron promesas militares. En 1994, en la borrachera de privatizaciones y tercerizaciones, hornos, amasadoras y secadoras quedaron abandonados. “Incluso a algunas máquinas las dejaron enchufadas.” Después vino la privatización. La empresa de catering sólo puso los insumos: mano de obra, gas, luz, maquinaria, las ponían el hospital. La empresa... le vendía el pan. Lo que quedó es un único horno funcionando a trancas y barrancas.
El pan de la locura
Cuando Jorge Kazlauskas leyó la planilla de apoyo al hospital público que le acercaban para firmar quedó pasmado. “Por ahí decía que en el Borda había una panadería. Resultó ser una panadería industrial por su capacidad productiva: alrededor de 1000 kilos por hora.” Para que el dato adquiriera valor debía toparse con alguien como este hijo de lituanos, ingeniero zootecnista (producción animal con fines comerciales, alimentación, sanidad y mejoramiento genético) e integrante de la Comisión de Ciencia y Técnica de Autodeterminación y Libertad. La idea empezó a darle vueltas. Logró autorización para ver los galpones y el subsuelo donde funcionó la fábrica de pastas. Estaba inundado. Hizo decenas de llamados hasta lograr que arreglaran las filtraciones y empezó a diseñar el plan que el jueves se entregó al Gobierno de la Ciudad. Había peregrinado meses con su carpeta tratando de obtener respaldos. Los encontró en la Intersalud (comisiones de salud de las asambleas de Capital) y en las asambleas de la zona sur: Parque Lezama Sur, Plaza Dorrego, Caminito, Boedo, El Almacén, Constitución, Parque Lezama (auditorio). Las asambleas del sur –el proyecto contempla que sus promotores tengan un rol de control sobre la puesta en marcha– convocaron y de inmediato adhirieron los comedores populares “30 de Enero” y “Puertas Abiertas”, el Centro de Estudiantes del Colegio Juan Martín de Pueyrredón, la Fundación de Graduados del Otto Krause, la fábrica cooperativizada Ghelco, ATE (Borda), UPCN (Borda), Médicos Municipales (Borda) y la Lista Alternativa de Médicos Municipales. En el asesoramiento, Kazlauskas no está solo: colaboran Sergio Obrutsky, ingeniero mecánico, jefe de trabajos prácticos de “Elementos de Máquinas” y ayudante de la cátedra de “Proyectos de Máquinas e Instalaciones industriales” de la UTN, y controladores de calidad expertos en “normas ISO” (normativa internacional). Nutricionistas de la cátedra de Derechos Humanos de la UBA han hecho la propuesta de enriquecer la harina con nutrientes. El pan es el alimento por excelencia en épocas de crisis. Ninguno quiere cobrar por el trabajo a realizar.
Pero había un obstáculo con el que Kazlauskas no contaba: las asambleas temían que apoyar un proyecto surgido de militantes de A y L que las mostrara como vinculadas con la corriente que lidera Luis Zamora. Kazlauskas ofreció “sacar el nombre de A y L, si eso frena”. “Las asambleas discutieron y resolvieron que una solución de ese tipo no resultaba justa. Las cosas se dieron como se dieron. El proyecto salió de un ingeniero del grupo de Zamora. Nosotros no podíamos apropiarnos de algo que no nos pertenece íntegramente o canjear nuestro apoyo por el ocultamiento de su pertenencia. Vimos que el proyecto es lo prioritario. Lo importante es que acá nadie quiere colgarse la medalla”, explican María y Mónica, médicas, integrantes de la Asamblea de Parque Lezama Sur.
Para Kazlauskas el tema es una obsesión: “Hay tres hornos Siam Di Tella. El presupuesto de arreglo es de 2883 pesos por horno. En todo proyecto, el cuello de botella es la capacidad de la maquinaria, pero en éste la capacidad potencial es mayor que la necesaria. Trabajando 6 horas producirían 6 mil kilos de ‘felipe porteño’, que es el pan que provee el Gobierno de la Ciudad: 72 mil panes. La fábrica puede producir pastas frescas. Como también hay secadora de pastas con aire normal, se cuenta con capacidad para ‘stockear’. El cuello de botella consiste en el secado. Modificar la secadora y ponerle aire caliente duplicaría su capacidad. Arreglar lo instalado cuesta 2000 pesos; con la modificación del secador, 4700. Tendríamos 200 kilos de pasta por día y el doble con la modificación”. Toda la inversión se reduce a 20 mil pesos. Aportar los fondos y proveer harina es lo que le toca al Gobierno de la Ciudad.
Esa es la apuesta mayor. No obstante, hay un objetivo inmediato: la autorización para reparar el horno pizzero con 9 bocas y fabricar pan dulce para fin de año. Antes lo hacían los internos. Un pan dulce de 2 kilos. Los enfermos aseguran: “Era tan rico como el de Los Dos Chinos”.

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