Mié 06.11.2002

EL PAíS  › OPINION

Frustraciones por venir

› Por James Neilson

Ya es tradicional que fuera de las zonas más prósperas del “primer mundo” políticos, intelectuales y otros se devanen los sesos en un esfuerzo por descubrir la fórmula que permitiría que sus propios países disfrutaran de los mismos bienes materiales sin cambiar lo que toman por sus características más entrañables ¿Están perdiendo el tiempo? Es probable que sí. Las sociedades “avanzadas” se asemejan a máquinas productivas inmensamente complicadas en las que las piezas tienen que funcionar de cierto modo porque de lo contrario el conjunto no podrá asegurar a la gente el nivel de vida al cual se ha acostumbrado. Para colmo, las reglas se modifican continuamente, razón por la que los países más exitosos de ayer, Alemania y el Japón, acaban de verse incluidos en la lista de enfermos acaso terminales por su negativa a adaptarse a los tiempos que corren y no hay garantía alguna de que un día Estados Unidos no comparta el mismo destino.
Claro, el caso de las economías latinoamericanas es incomparablemente peor que las de Alemania o del Japón, detalle éste que muchos son propensos a pasar por alto. Aunque gracias a la irrupción de Lula está de moda manifestar asombro por las dimensiones supuestamente colosales de la brasileña, “la octava del mundo”, la verdad es que son chiquititas: en términos económicos, nuestro vecino “gigantesco” apenas equivale a media Italia. Así las cosas, pensar que el Mercosur puede ser una “alternativa” al resto del planeta es absurdo. Apostar demasiado a él sería resignarse a servir de mercado cautivo para los industriales hiperproteccionistas de San Pablo.
La popularidad pasajera del “neoliberalismo” entre los mandatarios latinoamericanos se debió menos al entusiasmo por el capitalismo que a la noción de que si dejaran todo en manos del “mercado” podrían dedicarse a la tarea agradable de cosechar los frutos sin preocuparse por los engorrosos asuntos que en épocas felizmente superadas habían ocasionado tantos dolores de cabeza a sus antecesores. Sin embargo, para alcanzar la bonanza que tantos esperaban hubieran tenido que hacer un esfuerzo sin precedentes por mejorar la educación pública, la salud y la administración idem, las leyes, la infraestructura y muchísimo más que en todas partes siempre han dependido casi por completo de las instituciones colectivas, o sea, del Estado. He aquí el motivo fundamental del fracaso estrepitoso tanto del “modelo liberal” como de los esquemas que lo precedieron. A menos que los “dirigentes” lo entiendan, estará en la raíz de las grandes frustraciones por venir.

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