EL PAíS › OPINION
Un repaso de los augurios refutados por los hechos en dos meses. La iniciativa del Gobierno y los límites que puede topar. El apoyo de los gobernadores y su espera, en clave racional y no tribunera. Lole, como político, un mal conductor. Roxana Latorre y su llamativa denuncia. La furia corporativa, el dato más amenazante.
› Por Mario Wainfeld
Hay que asumirlo, si se creara el Prode bancado sobre la política el pozo quedaría vacante con más frecuencia que los del Loto o el Quini. Muchas profecías de los meses recientes fueron refutadas por los hechos, repasemos un puñado.
n Se anunciaba que el oficialismo patearía el tablero si perdía las elecciones de junio o, por la parte baja, que embarraría los cómputos. Y se daba por probado que “el peronismo no pierde por dos puntos Buenos Aires” adjudicándoles a los funcionarios respectivos dotes de tahúres o de prestidigitadores. Héte aquí que el escrutinio fue prolijo, las tendencias se conocían bastante antes de medianoche. La diferencias en “la provincia” fueron exiguas y nadie las torció. Pusiste “local”, perdiste.
n En la Casa Rosada y zonas de influencia se presagiaban cacerolazos en esa misma noche, para contrapesar su supuesta victoria o para transformar un traspié en derrocamiento. La imaginable satisfacción de la mayoría no devino avanzada golpista, más bien sedó su ansiedad previa. Jugaste “visitante”, no fue para tanto.
n Algunas deserciones en el Frente para la Victoria (FpV) fueron traducidas como el comienzo de una sangría torrencial. La escasa enjundia del peronismo disidente, la capacidad de reacción del oficialismo y, sobre todo, la carencia de incentivos racionales para saltar el charco condicionaron la praxis de la dirigencia peronista.
En las semanas recientes y en especial en la que hoy termina se generó otra lectura: el oficialismo arrasa, domina el escenario, ejerce un poder sin límites, sin contrapesos. La “hegemonía” no cesó, ni cesará. Nuevamente, se trata de una simpleza. Es real que consiguió aprobar las facultades delegadas con apoyo de parte de la centroizquierda en diputados y de varios gobernadores que no integran su dispositivo. Pero eso no lo constituye en una fuerza imbatible. Las pinturas monocolores desfiguran la realidad, amén de ser aburridas.
Los vaticinios simplistas subestiman datos objetivos que se mitigaron en estos días pero que tendrán peso más adelante. El oficialismo lleva la iniciativa porque tiene un liderazgo claro, una dosis de voluntad política infrecuente. Pero también toma ventaja de la transitoria integración del Parlamento que cambiará, en su detrimento, a partir del 10 de diciembre. Las consecuencias se harán carne recién en las sesiones ordinarias de 2010, que comienzan el 1° de marzo. Otra será la correlación de fuerzas, otro el horizonte.
El segundo factor que limita la primacía del Gobierno son sus propios traspiés, como el atolondrado aumento de las tarifas del gas.
El tercero es el estrechamiento de los márgenes del “modelo”. El desempleo aumenta, en menor medida que la pobreza por ingresos. Los valores siderales del crédito limitan las perspectivas del Estado nacional, de las provincias y aún de las empresas más potentes.
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Los gobernadores de Chubut, Neuquén y Tierra del Fuego apoyaron las facultades delegadas, lo que valió rezongos despechados de corporaciones y comentaristas variopintos. Contra la prédica de las tribunas opositoras (la de doctrina, entre ellas) los mandatarios provinciales se rigen por una lógica instrumental y no por una binaria, automática, oposición al gobierno nacional.
La hipótesis de un ejecutivo desangrado suplido en la conducción del estado por los gobernadores o por el Parlamento puede resultar simpática a observadores desaprensivos. Los jefes provinciales se aterran ante esos escenarios. El segundo sería inédito, un salto al vacío. El otro, el de la preeminencia de las provincias sin un poder central firme, fue aciago en 1820 y (más vigente en la memoria) entre 2001 y 2002. El resultado, que políticos con sentido práctico no olvidan, fue la cuasi disolución nacional, el empapelamiento de las provincias con cuasimonedas, la falta de pago a empleados públicos, la caída a fondo de las economías regionales.
Cimentar la gobernabilidad general, tratando de modificar el reparto de la plata es el, lógico, objetivo de los gobernadores. Acompañarán al oficialismo cuando esa sustentabilidad esté en juego. Y esperan su hora, cuando se discuta el Presupuesto nacional. Ahí harán un juego de pinzas, unificando personería para pedir mejor coparticipación. E irán de a uno tirando de la manta en pos de beneficios particulares, incluidos el financiamiento de su deuda con la Nación. Sobrarían los dedos de la mano para contar las provincias con virtualidad para llegar solitas a fin de año con equilibrio fiscal.
La hora de la acción concertada no llegó aún, será en septiembre. Los reclamos de a uno sí que desfilan.
Tienen un capital político, ansían ir por más, conservan una legitimidad que defender... serán insensatos si jugaran a todo o nada. Eso molestará a la tribuna ululante pero (¿por qué?) tiene un sesgo racional, lo que no equivale a decir que los “gobernas” aciertan en todas sus movidas.
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El desempeño postelectoral de la dirigencia opositora desnudó sus limitaciones previas, que el voto castigo al Gobierno había maquillado. El setenta por ciento de voto no oficialista se diseminó entre varias fuerzas, sin consolidar una dominación clara. Esa dispersión también fue el “mensaje de las urnas”. Pero así como en el tango cualquier cacatúa sueña con la pinta de Carlos Gardel, en el ágora cualquier dirigente se cree propietario del 70 por ciento. No hay tal, el voto ni siquiera zanjó las querellas internas, que detonaron después. Julio Cobos y Carlos Reutemann fueron los únicos posicionados como presidenciables. El vicepresidente, con economía de esfuerzos, se mantiene.
Lole se viene quedando sin nafta como en su hora más memorable. Se supone que como automovilista conducía bien y tenía coraje. Como político, no da la misma impresión. Roxana Latorre lo defraudó pero su reacción fue desmedida y deslucida. Tal vez se dejó correr por los reproches del socialismo santafesino (a quien le dejó la pelota picando en la puerta del arco) o prepear por los ruralistas. Pero la tarjeta roja a Latorre fue una sanción exagerada, que probó paradojalmente su falta de autoridad: bastaba con una amarilla o la azul que se usa en algunos deportes.
En 2003 Reutemann se borró alegando que “vio algo espantoso” que jamás explicó. El desarrollo argumental no es su fuerte, lo que generó un enigma o teorías conspirativas. Quienes lo conocen bien dan una explicación sencilla, menos excitante pero más verosímil. Reutemann, que se dejaba calentar la oreja por Ricardo López Murphy, vio un futuro de ajuste fiscal, reducción de salarios, limitación de conquistas, protesta social, represión. Un mix de la fulminante semana del Bull Dog como ministro de Economía y el final de Fernando de la Rúa. Esa hipótesis era moneda corriente en la derecha en 2003. Lole no quiso encabezar un gobierno tan asediado. Néstor Kirchner probó otra receta, encaró hacia otro horizonte. Está de moda olvidar esa opción o minimizarla, considerarla una obviedad. No fue así, sin embargo.
Ante una coyuntura menos apremiante Reutemann parece reincidir en temores y falta de reflejos. El 20 de julio era, por paliza, el primus inter pares en el peronismo, el favorito del establishment. Su irresolución, su falta de brillo, sacan de quicio a quienes ansían ese mascarón del establishment, la impertérrita esperanza blanca. Eduardo Duhalde es uno de ellos. Los medios dominantes lo consagran como gran elector, como potencial conductor del PJ, como eventual candidato. El ex presidente, que de zonzo no tiene un pelo, sabe que esos sitiales le son inalcanzables. Hay poderes económicos que le retribuyen miles de millones de favores, merced a la pesificación asimétrica o a leyes hechas a medida. Su generosidad puede proveer títulos distractivos, no cambiar la intención de voto, ni el peso territorial, ni la eminencia dentro del PJ.
Francisco de Narváez no habla mucho en el Congreso, vaya novedad. Mauricio Macri vela sus armas, le preocupa que se le desbande el electorado de Capital. Ante tal desolación, Felipe Solá arranca de atrás y “camina” el espinel peronista, otra vez. Su consultor favorito (el espejo) le dice que es más que sus enemigovios Mauricio y Francisco.
La oposición se unifica para defender a las corporaciones, agropecuarias o mediáticas. Eso no es un programa ni, en estos días, un eje convocante para multitudes. De cualquier modo, refuerzan a los poderes fácticos sin mayor provecho propio.
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Las corporaciones, las agropecuarias a la vanguardia, saltaron al ruedo con saña tenaz después de junio. Ocuparon terreno que “la política” dejó baldío. Se excedieron en su brutalidad y en su sinceridad un par de veces: abuso de la fuerza física, alabanzas a Martínez de Hoz, discurso de Biolcati. En estos días, hasta sus seguidistas aliados trataron de marcar distancia con sus demasías. Latorre informó sobre el golpismo de ciertos dirigentes del “campo”, con todas las letras. Vale consignar que la senadora Latorre no pertenece al espacio Carta Abierta.
Sus colegas, presidentes de bloque tuvieron un arrebato de dignidad cuando prohibieron que las barras (bravas) ruralistas derrocharan intemperancia en las galerías del Senado. En Diputados había sido vergonzosa la presión de Alfredo de Angeli y la autoridad que le arrogaron demasiados diputados.
Ya se dijo, hay que amarretear el uso de la bola de cristal. Después del comicio, no se han visto acciones destituyentes de la oposición. Por lo pronto, hay que reconocer que muchísimos dirigentes no tienen nada de golpistas. Pero, si alguno cambiara de criterio, les faltan incentivos. La presencia de Julio Cobos como potencial sucesor obtura toda fantasía del peronismo más salvaje. Y la fragmentación de la oposición disipa las ansias de los poderes fácticos.
El riesgo institucional más fuerte puede provenir de la brutalidad desatada (y en alguna medida irresponsable) de las corporaciones más antagónicas al Gobierno. Habrá que medir las dimensiones de su furia, su autocontención y de su compromiso democrático. Los precedentes no dan para derrochar optimismo. El clima de opinión parece restarles plafond.
Las agorerías están en suspenso. La centralidad del Gobierno es una buena señal, en un régimen presidencialista. Pero quedan muchos puntos flojos que debe trajinar la Presidenta: reconstituir el diálogo, que jamás internalizó. Con esa base, construir un esquema de gobernabilidad con la oposición sistémica (radicales y gobernadores a la cabeza). Es que, más allá de la sensación térmica, las elecciones los empoderaron. Comprender la coyuntura y conducir las fuerzas realmente existentes es mejor política que negar lo obvio. También urge reformular el Indec, darle salida a Guillermo Moreno. Y hacerse cargo de una política social de fondo, cimentada en tres patas: una caja fiscal que aguante, planes sustentables en el tiempo y un acuerdo político amplio.
¿Pronósticos? Mejor no apostar, como ya se explicó.
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