EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
¿Cuál está siendo en Argentina la conexión realmente eficaz, visto desde el interés de los grandes medios, entre el mundo que pinta la mayoría del periodismo y la sensación popular que se percibe?
Hace un par de semanas, y tras unas observaciones sobre lo frívolo de las principales noticias en boga, se afirmaba en esta columna: “Sea porque las cosas están peliagudas pero no tanto; o fuere por estar mucho más complicadas de lo que parece pero licuadas por la inexistencia de una oposición capaz de aprovecharlas y ofrecerse como alternativa, que el paisaje político revele esta calma –chicha o no, pero calma al fin– significaría, en principio, que no están dadas las condiciones, ni objetivas ni subjetivas, para ningún salto al vacío”. Y algunos párrafos más adelante se sostenía que “lo único que emerge (...) es el fervor de la facción agraria, representante de no más que unos 70 u 80 mil tipos de la producción sojera (...) resueltos a ofrecerse como la llave para acabar con el hambre en una actitud cuya gracia la transforma en bizarra”. El viernes pasado, después de que el Senado ratificara con comodidad la delegación de algunas facultades en el Ejecutivo y de una semana en que la dirigencia opositora no dejó papelón ni contradicción sin cometer, Mario Wainfeld abordó en este diario el mismo aspecto al apuntar lo que, siempre en voz muy baja, reconocen los mismos referentes opositores. Bien que luego de aclarar que “el Gobierno saca provecho táctico de su veranito, pero sin construir un escenario de cooperación que le valga de chasis en los próximos años”, Wainfeld señala que “la opinión pública, ‘la calle’, ‘la gente’ (tache lo que le fastidie), está aplicada a sus propios intereses. El clima general se atemperó; es mucho menos crispado que antes de las elecciones o durante el conflicto de las retenciones móviles. Ni la ira de los defensores del complejo TSC, T&C (...) ni la de los ruralistas, contagia a las mesas de café ni a otros sujetos sociales. Dentro de todo, es una buena noticia”.
Y en efecto: es una buena noticia. No sólo porque la crispación es muy mala consejera de los pueblos, cuando no tiene detrás la conciencia y organización necesarias para convertirla en acción transformadora. Viene a ratificar que el poder de la influencia mediática, por más impresionante que sea, no alcanza el carácter de absoluto si el humor colectivo deja de condecir completamente con sus aspiraciones ideológico-comerciales. En el caso de la estatización o reformulación de las transmisiones del fútbol, por ejemplo, aun quienes ven en el oficialismo al mismísimo diablo reconocen que, de última, ésta es una batalla entre Al Capone y Lucky Luciano, de escasa o nula relación con las necesidades o intereses sociales básicos. Dejémoslo en duda: habría que ver si partidos de fútbol oficiales por televisión abierta, o a través del cable instalado en más de la mitad de los hogares argentinos, no es considerado “necesidad” por la inmensa masa social de un país donde el fútbol es una de las muy pocas cosas en que puede reconocerse como potencia mundial. Por algo, qué curioso, no hay o no se difundieron encuestas a propósito de qué piensa “la gente” en torno de que se acabó el contrato entre la AFA y Clarín. ¿Será que la mayoría de la población aprueba el hecho? Vaya uno a saber, pero podría presumirse que el espíritu de opinión masivo es, en la más crítica de las opciones, un “¿y a mí qué, con esta guerra que podría filmar Coppola?”.
Del mismo modo, los últimos episodios políticos son reflejo de una oposición que no tiene ni la menor idea de para dónde disparar, hasta el punto de que un kirchnerismo que se apreciaba agónico después del 28 J retomó el centro de la escena con una vitalidad impensable o impensada. “Vitalidad” es, tal vez, una concesión exagerada, porque el único acto reflejo que pergeñaron fue la convocatoria a un diálogo del que todos, absolutamente todos, estaban contestes respecto de su estratagema como tiempo a ganar. La única que además de avivarse lo dijo fue Carrió. No importa si porque ya tenía cita con Mickey, porque ya no puede escaparse del personaje apocalíptico que creó o porque su lucidez intelectual sigue debajo de las deficiencias ideológicas que la llevan a destruir todo lo que construye, en forma sistemática. El Gobierno tiene muy claro que no quiere ni debe consensuar tema estructural alguno. Y la oposición sabe que si el Gobierno cediera lo liquidan, a cambio de encontrarse con un vacío que –según se corrobora– no sabrían cómo conducir. Es sobre eso que aparece un oficialismo redivivo. Nada más, casi. A lo sumo procuraron signos de articulación parlamentaria con la gente del palo, bochados por la intransigencia de Solanas. Y mostraron muñeca con gobernadores y afines para que en el Congreso no haya sorpresas “cobísticas”. Lo demás sigue igual. Continúa faltando la construcción de ese chasis que les arrime ciertas garantías de no quedar barridos por alguna de las variantes de derecha, en el mediano plazo.
Sin embargo, la oposición se las arregla para que el kirchnerismo respire. El concepto es global. No remite sólo a las figuras políticas de la oposición. De acuerdo con aquello que se palpa, la manera brutal en que Clarín salió a cruzarlo a través de todos sus medios y periodistas más destacados, al materializarse la rescisión del convenio con la AFA, resulta un boomerang. Fue y es demasiado grosero. Ni qué hablar de lo que sucederá si, antes de fin de mes o cuando sea, es presentado al Parlamento el proyecto de nueva ley de radio y tevé. Podría decirse otro tanto del talante con que se posicionan a favor de los campestres. Pero eso viene de la “sinceridad” ideológica con que se manifiestan desde el fondo de los tiempos, no sorprende a nadie y, aparte y nada menos, disponen del aguante de un conjunto social significativo capaz de creer que la Patria Sojera representa a la defensa nacional. El problema es que no tienen dónde anclar en la referencialidad política. De Narváez se borró, literalmente, después de vérselo hasta en la sopa antes de los comicios. Macri parece hacer todo lo posible para sumar enemigos. El Gardiner mendocino supone que le basta con flotar. El santafesino descoloca al más pintado y su fiel aliada, Roxana Latorre, les provoca un terremoto cuando, no exenta de una sinceridad encomiable, avisa que tampoco quiere quedar pegada a una Sociedad Rural de su provincia deseosa de derrumbar a la Presidenta ahora mismo. Y Stolbizer se aleja de Carrió porque, confiesa y ejecuta, la egolatría de Lilita ya le resulta insoportable.
Con adversarios de tamaña pobreza y esquizofrenia, los K sienten que hay con qué sentirse gallitos. Craso error. Eso dura hasta que lo que se piensa como estrategia se revela como mera táctica, y tarde o temprano la derecha demuestra que es más viva.
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