EL PAíS › OPINIóN
› Por Rocco Carbone *
Berlusconi, Silvio: en 1986 relevó un Milan que atravesaba una fase crítica, consecuencia del escándalo de corrupción que le costó la vertiginosa precipitación del cielo de la A. Y lo transformó en un equipo moderno que en 1989 ganó la Coppa dei campioni. Sus ambiciones, sin embargo, no se circunscribían a ese ámbito. 1994: el magnate obtiene su primera victoria electoral llegando a la política procedente del fútbol. Con Forza Italia, su entonces joven partido posideológico italiano, nos quita a los tanos del PCI la alegría de gritar “forza Italia” en cualquier mundial. Solapada –hasta ahí nomás– la estrategia que Berlusconi proponía a la sociedad era la transformación exitosa de Italia, tal como había hecho con el Milan. Ecuación perversa –la que establece una equivalencia de esta índole–, pero ecuación al fin. La del ’94 era la Italia de las indagaciones judiciales a nivel nacional: Tangentopoli. La situación del país era “parecida” a la del Milan en el ’86. Y como el equipo de fútbol, Italia deseaba ser organizada y modernizada con vistas a volverse opulenta e importante en el marco de Europa. Berlusconi largó su partido líquido y se transformó en primer ministro.
Plutarquiando. Macri, Mauricio: versión, por ahora a escala porteña, de ese Berlusconi que en Italia funciona en tamaño nacional. Sus itinerarios se pisan, en lo ideológico y en lo deportivo. En ambos, el fútbol se transforma en poder: político, esto es, público, social, emotivo. Boca Juniors, entre el ’83 y el ’86, tuvo un período “milanista”: una crisis que lo puso al borde de la quiebra. Macri gana las elecciones a presidente en 1995 y, en tanto club popular, Boca le otorga –al hasta ese entonces hijo más o menos díscolo del Franco ricachón y famoso, farandulero y exitista– el aura de un hombre “del pueblo”. Se trata de una receta exitosa ya probada que lo ayuda a perfilarse como líder por afuera de un partido tradicional y le abre las perspectivas necesarias para fundar un partido propio. Estrategia con la que Macri logra fama gracias al crédito adquirido con el fútbol. En 2003 se lanza a la campaña para jefe de Gobierno porteño, cargo que gana en 2007.
El empecinamiento comparatista lleva a buscar más puntos de contacto. Entonces: las rondas “populares” para mejorar la seguridad de las ciudades italianas y evitar los casos de violencia de los “calibanes” que asaltan el bel paese, encuentran un reflejo adecuadamente siniestro en la UCEP que con sus prácticas propone un “apartheid”. Un gueto para aquellos que según el jefe de Gobierno atentan contra las buenas costumbres de la Buenos Aires que estaría buena. En ambos casos, se trata de propuestas de sanciones (aggiornate) contra “vagos, ociosos y malentretenidos”, seres omnipresentes que representan el correlato, como infractores, de la “ciudad ilustrada”: puertomaderizada o vaticanizada.
Pero las convergencias propias de las vidas paralelas siempre presentan alguna asimetría. Mientras Berlusconi, desde la extrema derecha de su Popolo della Libertà, agita la bandera del (inexistente) peligro comunista –concretado en la prensa que, según él, se encarniza en tergiversar sus declaraciones, actos, festicholas–, Macri apela al travestismo político. Contorneado por la “mesa de la civilización” se yergue en contra de la populistada bárbara. Aparente digresión: en otro momento histórico, acá, en nombre de la civilización, se abogó por el exterminio de quienes desde la Colonia habían sido convertidos en parias de la estructura societaria latinoamericana por encarnar el bárbaro: los indígenas. Macri: él y su mesa civilizatoria hasta superan el pensamiento de Rozitchner Jr. –“la derecha en la Argentina no existe”, es un “invento de la izquierda”–, ya que niegan la existencia de la derecha en su propio cuerpo para corporizarla en el gobierno nacional: “El más fascista que hemos tenido en años”, dijo.
Palabras que revelan la estrategia de esta nueva “noderecha”: polarizar falazmente, sin controversias, negando la historia, corporizando su propia identidad en el otro para demonizar el intervencionismo del Estado, el “dirigismo”, con vistas al nítido aplauso de la economía de mercado noventista y sus implicancias. Ante eso, categóricamente, hay que ubicarse. Pese a los problemas, a las contradicciones y las deficiencias. Manteniendo un realismo crítico.
* Ensayista, profesor de la Universidad Nacional de General Sarmiento.
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