Jue 01.10.2009

EL PAíS  › OPINIóN

Conflicto de hoy, perfume de ayer

› Por Mario Wainfeld

No es sorpresa en la Argentina que un conflicto de empresa puntee en la agenda pública y en la tapa de los medios. Tampoco que la acción gremial, patronal u obrera, se despliegue cortando calles y rutas. Se han conocido antecedentes de comisiones internas comandadas por delegados de izquierda mucho más combativas que (y enfrentadas a) la conducción del sindicato, encuadrada en la CGT. En todos esos puntos el caso Kraft Foods conjuga con hechos arquetípicos de los gobiernos kirchneristas. Pero hay otros ingredientes que, simplificando para empezar a conversar, tienen reminiscencias noventistas. El salvajismo de la empresa desacatando leyes y directivas del Gobierno, la solidaridad de las corporaciones patronales, la irrupción de “la Embajada” abogando por la indefendible praxis de la multi que porta su bandera.

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El subsuelo kirchnerista: En lo que va del siglo, la acción directa ha sido, en promedio, un recurso eficaz para interpelar al Gobierno, llamar la atención de los medios y ganar lugar en el ágora. El kirchnerismo hizo un culto de no reprimirla, escaldado por la barbarie de gobiernos que lo precedieron. Esa autolimitación fue percibida y aprovechada por surtidos actores sociales, cuya composición varió significativamente. La clase media urbana tuvo su cuarto de hora en 2001, caceroleando y asambleando de lo lindo. Los movimientos de desocupados que habían innovado con el método en aras de vencer su invisibilidad, primaban en 2001, fueron menguando con la reactivación y la merma de la desocupación, entre otras variables.

Desde 2004 en adelante, la metodología fue adoptada por referentes o colectivos de sectores medios o altos: Juan Carlos Blumberg, los asambleístas de Gualeguaychú, las corporaciones agropecuarias, sin agotar la variopinta nómina digna del Guinness que ayer sumó a los dueños de boliches nocturnos bonaerenses. Por razones evidentes (peso público, empatía con el target de los medios, enfrentamiento total o parcial con el Gobierno) estos grupos consiguieron avances muy resonantes. El Gobierno les prodigó transigencia, que fue funcional a la paz social, en sentido amplio pero al unísono, fue un incentivo para las “minorías intensas”. Dieron con una herramienta eficaz y contaron con la tranquilidad de que no serían sancionados.

Recientemente, en términos redondos desde las elecciones, la calle es retomada por emergentes de la clase trabajadora: movimientos sociales, sindicatos o activistas gremiales. En las últimas semanas, esa praxis recrudeció y, con ella, los alegatos a favor del derecho de circular de otros ciudadanos, que habían quedado cajoneados cuando los manifestantes eran “gente” más afín a la estética o, aún, a la ideología de las clases medias y altas.

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El perfume noventista: El conflicto en Kraft llega en un trance de leve incremento del desempleo pero no es un típico caso de cierre de fuentes de trabajo. De cualquier modo, en una etapa difícil, los despidos masivos sin indemnización constituyen una provocación. Y las cesantías de los delegados, sin el trámite judicial que exige la ley 23.551, una burda violación de la legalidad. La estabilidad del representante gremial sólo cesa mediando sentencia judicial o medida cautelar aceptada. Kraft está impidiendo entrar al establecimiento a delegados no desaforados por la Justicia en forma definitiva o transitoria. Uno sólo está incurso en esa situación, que habilita su exclusión provisoria.

La patronal abusa de su poder, tratando de llevar la cuestión a los estrados judiciales, donde el tiempo conspira contra los intereses de los trabajadores. La “banca” tiene más resto, como en el casino.

Las relaciones laborales siempre suponen un sustrato de fuerza, donde prima el poder del capitalista. De ahí la necesidad de leyes protectoras y de la intervención del Estado. El Ministerio de Trabajo ha tenido, en líneas gruesas, desempeños encomiables (muy superiores a los de otros gobiernos de los últimos 25 años) para encauzar y laudar conflictos. En esta ocasión, el andamiaje no funcionó, en parte por errores de implementación pero sustancialmente por la desmesura empresaria, avalada por la Unión Industrial Argentina (UIA).

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¡UIA!: Las eventuales indemnizaciones a los despedidos serían un vuelto para Kraft Foods y su postura con los delegados los lleva a una derrota segura en Tribunales. La lógica económica nada tiene que ver con el obrar de la empresa, lo suyo es el disciplinamiento. He ahí el perfume noventista aludido al principio de esta columna. También emanan ese aroma las imprecaciones de la UIA contra los cortes y la inseguridad jurídica. La UIA tiene escasas credenciales para hablar en serio sobre esos tópicos. Viene negándose a consensuar una ley que tome razón de las inconstitucionalidades decretadas por la Corte Suprema respecto del sistema de las Aseguradoras de Riesgos del Trabajo. Insiste en que el nuevo texto reincida en criterios que los Supremos descalificaron. La seguridad jurídica y el apego a la ley se esfuman cuando de proteger el lucro se trata, así sea en desmedro de la salud y la integridad física de los laburantes.

La cúpula de la UIA atisba un cambio de escenario, reniega de los avances laborales en la etapa, busca revancha frente a un gobierno que les facilitó prosperidad en muchos casos pero, que a su ver, usualmente inclinó la balanza a favor del movimiento obrero.

Para redondear el revival noventista, el gobierno norteamericano defiende a capa y espada, a la luz pública, a un jugador poderoso que hace caso omiso de la ley doméstica.

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Embajada hay una sola: Muchas embajadas, varias hermosas y señoriales, hay en Buenos Aires, pero cuando se habla de “la Embajada” se alude a una sola. Es la de Estados Unidos, cuya principal moradora, Vilma Socorro Martínez, acaba de recalar en el país.

El activismo de cualquier gobierno extranjero en defensa de sus empresas connacionales es proverbial. Lo disonante, en este caso, es la extroversión de “la Embajada” en su cruzada por Kraft Foods. Muchas exigencias a cielo abierto...

Ayer se sumó el subsecretario de Comercio norteamericano Walter Bastian quien pidió “reglas justas, claras y transparentes” para los capitales de su país. Un planteo sensato, en abstracto. En concreto, con el comportamiento de Kraft Foods de por medio, se asemejó demasiado a los reclamos de impunidad para los inversores, usuales en tiempos idos.

La embajadora se presentó ayer en sociedad, en el ágape de rigor. Quedaron atrás las celebraciones en que la Embajada propinaba hamburguesas y hot dogs a sus invitados, la corrección política llegó al catering, de primer nivel internacional. Un joven pianista barbado alternaba tangos con temas de Bill Evans, compitiendo en desventaja con la masticación y los corrillos. La asistencia combinaba pocos funcionarios oficiales (Daniel Scioli y Sergio Massa los más conspicuos) con dirigentes opositores como Francisco de Narváez. El Colorado charló un ratito con Fernando de la Rúa, quien fuera en vida frustrado y frustrante presidente de la Nación. Daniel Haddad y Jorge Brito se paseaban en nombre de la burguesía nacional todoterreno. María Kodama departía con José Octavio Bordón y el joven gobernador Juan Manuel Urtubey dejaba ver su sonrisa. El ex canciller Adalberto Rodríguez Giavarini evocaba acaso sus buenos tiempos de lamebotas. Ante un auditorio dominantemente de derecha fáctica y política, Vilma Martínez halagó al país anfitrión. Se preció de ser la primera mujer embajadora de su patria en Argentina e innovadora de género en muchos tramos de su vida. Rememoró que siendo una abogada recién egresada varias grandes empresas rehusaron darle trabajo. Mujer, mexicana de origen, era too much. Luego describió su vida, en clave de sueño americano: tuvo empeño, llegó a trabajar en esas empresas. Se pintó como consecuencia y gestora del ascenso social en una sociedad igualitaria con valores claros. Ese imaginario noble poco tiene que ver con el arrasamiento de derechos laborales y con la prepotencia patronal que la Embajada patrocina. Pocos de los circunstantes estarían dispuestos a señalarle ese detalle, pero el Gobierno debería encontrar el modo, no huraño, de hacérselo comprender.

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Perseverar o cambiar: Conscientes de que el oficialismo atraviesa un reflujo económico y político, las corporaciones empresarias buscan recuperar terreno perdido en el sexenio reciente, para prorratear a su paladar los costos de la crisis económica. Son la vanguardia real de la oposición de centroderecha, cuya dirigencia política, hasta ahora, no tiene tanta capacidad de hacer agenda ni de pegar donde duela.

En el Gobierno rezongan, se ven tupacamarizados por gremialistas de izquierda radicalizada de un lado y por empresarios insaciables de otro. Y sobreexigidos por “la gente”. “Nos piden que reprimamos y si lo hacemos nos lapidan”, diagnostican con razón. Esa encerrona existe, el kirchnerismo siempre la afrontó. Pagó los costos y percibió los beneficios de no reprimir los reclamos sociales tanto como los de tener orientación pro operaria en sus acciones. Cambiar esos caballos en medio del río le es, en los hechos, casi imposible. Aun cuando exista la voluntad de cuestionar la protesta callejera, que ayer expresó la Presidenta.

A los ojos del cronista, sería (además) un retroceso en dos de sus mejores ejes de gobierno. Acciones políticas adecuadas, no perfectas ni siempre abordadas a fondo, cuyas alternativas son cantos de sirena, pletóricas de acechanzas, escritas por libretistas ajenos.

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