Dom 18.10.2009

EL PAíS  › A PARTIR DE LAS DECLARACIONES DE DIEGO MARADONA

Las formas y el fondo

La polémica que desataron las palabras del técnico de la Selección. Su relación con los medios y los periodistas deportivos. La incidencia del negocio del fútbol. El rendimiento deportivo y las posibilidades en Sudáfrica 2010.

Exabruptos y operaciones

Por Sandra Russo

Una cosa son los exabruptos, y otra las operaciones. Pero puestos a escoger, como diría Serrat, me quedo con los exabruptos, que son mucho menos graves, menos caretas, menos tramposos. ¿No es un amontonamiento de coincidencia que la era post TyC en el centro del mundo futbolístico encaje tan ajustadamente con el que ya se proclama como “el fin de la era Maradona”? Cualquier distraído podría preguntarse cómo hubiese reaccionado el elenco estable de los grandes medios, aun con la selección no dando pie con bola, si el director técnico se hubiese opuesto públicamente a la ruptura del contrato de la AFA con el grupo Clarín o sumado su voz contra la ley de medios.

Hay de todo, por supuesto. Hay alarmados por la grosería de Maradona que son creíbles, y hay otros que ya no son creíbles ni cuando hablan sobre esto ni cuando hablan sobre nada. En la barra de los asqueados funcionales hay algunos que nunca en su carrera le han esquivado el bulto a ninguna porquería de esas a las que se apela para tener rating. Pero de pronto son niñas sonrojadas y boquiabiertas por ese lenguaje de cloaca que salió de la boca de Maradona.

Es el lenguaje de Maradona. Que yo sepa, nunca fue master en Literatura Inglesa. Hizo y dijo cosas peores que pasaron a integrar su perfil de ídolo disruptivo, políticamente excedido, moralmente autosuficiente, siempre dueño de las reglas del juego. A mí personalmente ese sesgo siempre me provocó cierta revulsión. No pertenezco a la iglesia maradoniana. Pero una cosa son los exabruptos, y otra las operaciones.

Cuando cargaban sin piedad contra su nombre, cuando además del comentario ubicuo sobre el indigente desempeño de la Selección nacional, sumaban ese plus de bilis que agregaba, por ejemplo, que el equipo no entrenaba porque Diego se quedaba dormido, ¿qué esperaban? ¿No regaban ya entonces una reacción destemplada, tratándose de quien ellos conocen mejor que nadie?

Me acuerdo cuando se creían que estaba por morir. La puerta de la Suizo fue un templo multitudinario durante semanas, y los medios transmitían aquel inmenso amor. No hay que ser especialista en nada para saber, siendo argentino, que aquel inmenso amor incluía ese “ser Diego” ingobernable. En la gente creo que eso no ha cambiado, aunque ahora los medios estén interfiriendo para volcar a la opinión pública en su contra.

Es imposible. “Mamala” quedará inscripto en el lenguaje popular. Describe una situación de desahogo y rabia contenida. Ya hay remeras por la calle. Ya hay diálogos entre amigos que incluyen el exabrupto. Es un desatino más, una sobreestimación del poder de los medios creer que más allá de los cantitos de siempre alguien pueda ofenderse porque el cronista de América pasó un mal rato. Se olvidan quién es Maradona.

La renuncia de Maradona

Por Juan Gabriel Tokatlian *

De manera agónica la Argentina se clasificó a la Copa del Mundo de Fútbol a efectuarse en Sudáfrica en 2010. En el trayecto de la clasificación tuvo dos técnicos, probó infinidad de jugadores y jugó pésimo. El sigiloso regocijo por el logro no puede significar el silenciamiento improductivo: así como va, la Argentina desplegará un fútbol anodino y poco promisorio en el próximo mundial.

De la mano de Diego Maradona el equipo pasó angustiosamente la fase eliminatoria sudamericana. Habrá que agradecer el hecho de que el mayor y mejor jugador contemporáneo del fútbol nacional e internacional haya aceptado la dirección técnica de la selección en un momento delicado y la haya llevado, a tropiezos propios y ajenos, a la meta clasificatoria.

Pero ahora se impone un gesto raramente usual en nuestro medio deportivo (y quizás en muchos más): Maradona, con esta nueva gloria, debiera renunciar. Quizás su empuje pasional permitió que la Argentina alcanzara este primer objetivo pero muy difícilmente ello sea suficiente para aspirar a jugar bien y llegar alto en Sudáfrica. El hizo lo que pudo: su magia virtuosa como jugador no implicó –ni implicará naturalmente– una condición semejante para la orientación de un complejo colectivo de jugadores competentes. Maradona sabe más que muchos –entre los que me encuentro, obviamente– de fútbol pero sabe poco sobre cómo organizar, instruir, encauzar, disciplinar y conducir un equipo creativo y competitivo. El contribuyó a clasificar a la Argentina con un método futbolístico y humano que apenas sirve para victorias pírricas: con su esquema en la cancha y fuera de ella, con sus dirigidos y su propia alma ganó con ansiedad y padecimiento. Su estilo de dirección es probablemente útil para el muy corto plazo; es escasamente valiosa para una mirada más ambiciosa.

Nadie puedo obligar a Maradona a tomar una decisión adulta como es la de renunciar: se trata de un acto absolutamente personal pero que puede ser alentado por muchos, desde los más cercanos a los más lejanos. Como “bostero” y amante del fútbol me duele tener que sugerirle a Diego que contemple seriamente la alternativa de la renuncia. Su eventual salida de la selección nacional no será un gesto de abandono sino un acto de realismo y nobleza; dos cualidades que él supo tener en algún momento de su trayectoria deportiva.

* Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Di Tella.

El mandamiento número once

Por Tato Contissa *

Si vos sos rey, le podés pedir a un presidente que se calle; si sos un ex astro de la Fórmula Uno, exigir que una candidatura a la Primera Magistratura de la Nación sea depositada a plazo indeterminado en el medio del orto; si sos Maradona podés pedir la continuidad de un servicio que, ignorábamos, le estaba brindando una parte de la prensa periodística argentina.

¿Interpreto mal? Sí. Claro que interpreto mal, pero interpreto con el mismo nivel de capricho con que el sistema mediático aún concentrado de la Argentina la emprende con cualquier hecho de este presente público que llamamos actualidad.

Podría, en ese mismo temperamento, haber preguntado por qué en el tiempo en que Dios le ordenó a Noé la construcción del arca no hubo el escándalo de ahora, cuando en afán de metáfora le pide a la prensa continuidad de sexo oral.

Así las cosas de la locura.

Sí, señor.

Tanto empeño en forzar la realidad, en divorciar los relatos de la vida misma nos trae a estos barrios linderos a la esquizofrenia. Cuando cualquier nimiedad es considerada escándalo, cuando los verdaderos escándalos son reducidos a nimiedad, cuando se les pide a las formas que hagan el papel de fondo, cuando se pretende que lo que no es sea a fuer de sólo repetirlo, llegamos a estos arrabales.

Todos los días, paradójicamente organizado, el “caos” se hace puntualmente presente en la ciudad de Buenos Aires para que la protesta social se convierta en una noticia del tránsito, con vistas a hacerse pronto parte de la meteorología.

Cada mañana un obispo será la preocupada voz social de la pobreza que enmudece ante el salvajismo que las patotas de la UCEP le dispensan a centenares de argentinos en situación de calle.

Cada día se le ofrecerá a nuestra cultura cívica un compendio de los más grandes éxitos de Macri, De Narváez, Fernando Iglesias, Moria Casán, Susana o Mirtha.

De tanto en tanto, como para cumplir la cuota, un intelectual de fuste como Marcos Aguinis (largamente logrado en la excelencia del mal escribir) horadará la piedra con la brutalidad de la nadería, el lugar común o la ramplonería autoglorificada. En tanto, y por imperio de esa misma brutalidad, José Pablo Feinmann y Nicolás Casullo deberán fregarse, el cuerpo uno y el alma el otro, para quitarse las “K” que la tinta mediática les pringa con pertinacia y frenesí.

Ocurrirá también, con un ciclo diario de oportunidades, que el racismo y la discriminación invadirán los ojos de nuestros hijos sin que ninguna puerta Pentágono impida su violencia. Así, los “negros de mierda” se multiplicarán en muchas bocas casi al ritmo en que crece la impiedad y el riesgo de la disolución social, consagrado por la misma pantalla que te vende el champú con el lavado de cabeza.

Travestis sexagenarios con menos glamour que la presentadora de noticias matinal de América 24, junto a periodistas andróginos y animadores vestidos de clown ofrecerán diariamente una crítica de valores morales con estudios de campo hechos tras bambalinas o en los recónditos pasillos que conducen a los camerinos. Todo así, sin solución ni piedad en la continuidad, alternando acrobacias de caño con cámaras ocultas en restaurantes, o improvisados micros porno logrados con cámaras digitales de celulares, integrando el llamado periodismo de espectáculos de la televisión.

Maradona es para mí el mejor jugador de todos los tiempos. Tal vea sea el peor técnico, no lo sé, pero si sé que es un hincha más. Y en ese sentido cantó lo que cualquier hincha: “Yo soy del rojo, no me importa lo que digan... el periodismo... la policía...” poniendo a ambos en un mismo rango de desprecio.

Estará mal, bien... no importa, porque la moral pixelada de las pantallas no tiene de dónde tomarse para justificar ni una sola palabra sancionatoria, y en ese sentido tendrá que obedecer los designios de Dios y cumplir eternamente la metáfora: seguir chupando.

* Periodista, escritor y docente (Universidad Nacional de Lomas de Zamora).

Cuando Diego se muera

Por Gustavo Oliva *

Cuánto tiempo deberá transcurrir para que muchos medios de comunicación no prioricen, como fuente inagotable de sus ingresos, de su negocio, la utilización diaria de la violencia económica, simbólica, cultural, política.

Cuándo ese mensaje mediático se desprenderá de la hipocresía social, del amarillismo con el que pretende distorsionar y manosear la historia.

Hoy una “grosería” del Diez suma una nueva zoncera a las de Jauretche.

Pero, cuál es el real trasfondo que sustenta tanto ensañamiento, dureza e intransigencia para con “el Diego”.

Por un lado, el temor de quedar excluidos del gran negocio que genera el fútbol: transmisiones satelitales, publicidad, grandes empresas comercializando productos deportivos, pasajes aéreos, empresas de bebidas, cantidad innumerable e impresionante de dinero para las arcas de los poderosos

Y de pronto, las expresiones “insoportables” del Diego de Fiorito pegándole a la “clase periodística”. Cómo lo que ellos consideran un negrito grasa puede cuestionarlos sin recibir sanciones.

Pero Diego, con su pasión, sigue siendo leal a su clase social. Maradona, más allá de haber superado la pobreza y la marginalidad, sigue siendo Fiorito, no dejó de ser como muchos de estos periodistas, que son hijos de padres laburantes y hoy alquilan la exquisitez de su lenguaje a las grandes corporaciones económicas. Diego, desde su asco, sigue siendo “El subsuelo de la patria sublevado” del que nos hablara Raúl Scalabrini Ortiz. Diego es la voz de los que no tienen voz y que sobre el sonar de los “Clarines” la hacen oír.

La magnitud de afrenta de sus expresiones no guarda proporcionalidad con otros casos a los que muchos de los medios, prácticamente, les restaron total trascendencia: se desconocen los rechazos, por ejemplo, a los gestos, las gastadas a personas y otras transgresiones, mucho más fuertes que las palabras de Maradona, con las que Tinelli semanalmente acapara audiencia. Quiénes se escandalizaron de Moria Casán burlándose de una manera infame de un ejemplo moral como Hebe de Bonafini y ¿acaso no fueron casi festejadas las expresiones ofensivas de un dirigente de las patronales del campo para con un ex presidente de la Nación, durante el conflicto por las retenciones? O el lugar que deberían ocupar las candidaturas para Reutemann.

Será acaso que por bancar al Che, a Fidel, a Evo, a Chávez y que ahora el fútbol sea para todos, hay que demonizar y destruir a Diego Maradona, el argentino más famoso del mundo.

Ojalá todos los habitantes de nuestro suelo puedan hablar con altura, claridad y precisión. Pero tengamos presente que muchas veces la preciosidad de lo que se expresa oculta la intencionalidad de lo que se dice.

Cuando Diego se muera, todo un pueblo llorará y hasta quienes lo maltrataron tanto, tanto, en ese momento también recordarán nostálgicamente sus grandiosas gambetas y la felicidad de todo un pueblo atrás de un sentimiento.

Acaso ese día yo ya esté ausente. No lo veré. Pero en mí estará como hoy el deseo de que cuando el Diego se muera, permanezcan su magia y su voz.

* Rector del Colegio Nacional de La Plata.

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