Dom 18.10.2009

EL PAíS  › OPINION

Los alcances de la voluntad política

› Por Edgardo Mocca

La aprobación de la ley de medios audiovisuales es el más importante éxito parlamentario de los dos períodos de gobierno kirchnerista. Lo es por la importancia estratégica de la norma y por la radicalidad del reformismo institucional que expresa: modifica nada menos que la distribución del poder comunicativo en la Argentina. Y lo es también por el significado político que tiene una votación con amplias ventajas oficialistas en ambas cámaras, en las condiciones de retroceso electoral que se manifestaron en la elección de junio último. Ciertamente el Gobierno aprovechó una relación de fuerza parlamentaria que mutará considerablemente en su contra a partir del próximo 10 de diciembre. Pero no puede perderse como punto de referencia la derrota sufrida en el Senado por el proyecto de retenciones móviles; bien podía esperarse que después del pronunciamiento electoral la diáspora del justicialismo en el Congreso se profundizara. Esa parece ser la carta que jugó el dispositivo propagandístico de los principales medios de comunicación, empleando en ese sentido la ofensiva descalificadora contra un Gobierno más intensa de la que se tenga memoria. Ofensiva que mostró en la mayoría de los casos una unanimidad ideológica que hubiera sido la envidia de los partidos leninistas en su momento de apogeo histórico.

El caso es que el previsto descalabro parlamentario oficialista no se produjo. Por el contrario, el Gobierno contuvo a sus propias fuerzas y supo, esta vez, ampliar su base de apoyo con el concurso de casi todos los representantes de la centroizquierda, no sin un amplio e interesante debate en el interior de este espacio. La nueva voz de orden de la oposición mediática pasó a ser ahora las diatribas contra la oposición política por su inacción, su falta de iniciativa y su actitud defensiva ante el empuje del Gobierno. La sorpresa generalizada por el giro de los acontecimientos tiene un eje: la tensión entre el estado de la opinión pública y el comportamiento de los actores políticos.

Los “climas” de opinión son una variable central de la política democrática contemporánea. Lo son en todo el mundo, pero su peso es en cada país inversamente proporcional a la consistencia de los partidos políticos para administrar los tiempos de la disputa por el poder. En nuestro país, el sistema de partidos, si bien no estalló instantáneamente como el de Venezuela o Bolivia ante crisis de parecida radicalidad, no ha logrado estabilizarse y proveer mínimos marcos de previsibilidad a la lucha política. El vacío que dejan los partidos tiende a ser ocupado por la escena mediática y la relación de fuerzas es sistemáticamente medida por los sondeos de opinión que conforman una suerte de “mercado a futuro” de la competencia política. Para algunos observadores, la tendencia a la mediatización y espectacularización de la política es tan profunda que llegan a dudar de la existencia de los partidos y a hipotetizar una vida política sin partidos. No es extraño que la batalla por las posiciones dominantes en el mercado comunicativo adquiera la intensidad que hemos visto y seguimos viendo. No solamente está en juego un gran negocio, sino una esfera de la actividad económica con extraordinaria capacidad de intervención en la lucha por el poder político; el caso Berlusconi en Italia es, en este sentido, ampliamente ilustrativo.

Lo que ocurre en nuestro país desde el 28 de junio pone en duda el carácter absoluto e incontestable del dominio del estado de la opinión sobre la conducta de los actores. La política se resiste a quedar reducida a una suerte de bolsa de valores en la que las acciones de unos y otros suben y bajan al ritmo de millones de anónimos inversionistas que se comportan más o menos como en un casino. ¿Cómo se las arregla la política para subsistir en un ambiente hostil que predica la muerte de las ideas y que intenta subsumirla en los territorios puros y neutrales de la técnica y de la moral? El arma irreemplazable del político es la voluntad. El político, decía Isaiah Berlin, comprende el medio público en el que actúa como los escultores comprenden la piedra o la arcilla. Es esa aptitud la que desbarata los cálculos de los analistas y relativiza el valor de los sondeos de opinión porque constituye el elemento imprevisible y novedoso en el curso de la historia.

¿Cuáles son los recursos con que cuenta el kirchnerismo y a los que puede acudir en la lucha por recuperar espacio político? El campo de batalla principal es, claramente, el peronismo. Por eso la derrota en la provincia de Buenos Aires a manos de una coalición de centroderecha con presencia peronista fue el contraste más agudo hace unos meses. La cuestión clave es si emerge o no un liderazgo alternativo en el justicialismo. Es decir si habrá un peronismo poskirchnerista o si los “disidentes” del peronismo terminarán disputando el gobierno por fuera del PJ, probablemente en una alianza con la centroderecha macrista. Para el primero de los caminos los márgenes son estrechos y mucho menos transitables que los que la oposición mediática preveía. El peronismo es hoy una federación de caudillos provinciales; un liderazgo de confrontación con Kirchner supone la alineación a su alrededor de una masa crítica de gobernadores y líderes locales del peronismo. Una centrifugación de poder de esa magnitud sería difícilmente compatible con la viabilidad de más de un gobierno provincial y con la gobernabilidad en escala nacional. ¿Cuáles serían las posibilidades de un candidato peronista en esas condiciones? La iniciativa permanente del Gobierno no deja “tiempos muertos” para que una pacífica asamblea confederal resuelva el dilema: todo el tiempo hay escenarios dramáticos de definición.

La iniciativa kirchnerista cuenta también con la situación de una oposición que carece de incentivos para la unificación de su accionar. No se sabe, por lo pronto, cuál habrá de ser el panorama en el peronismo. Si hay cambio de mando interno en el PJ, es probable que se dé una tendencia bipartidista; en ese caso Cobos se insinúa claramente como un vértice de la coalición “panradical”. Pero si no hay unidad del peronismo, Cobos está obligado, y a la vez facilitado, a encontrar puentes fuera del tablero radical, disidentes peronistas incluidos. Este parece ser el fondo de las tensiones del vicepresidente con la conducción radical que desconfía –váyase a saber por qué– de su juego permanente por fuera del partido. Las apuestas de Macri también están muy condicionadas a la suerte de la interna peronista: sin un componente de ese origen su aspiración presidencial encontraría serios tropiezos para afianzarse fuera de la Capital y el Gran Buenos Aires.

El complejo tablero político de la transición hacia la elección de 2011 puede recomponerse de múltiples maneras. Lo más interesante de este último período es que en el rompecabezas se ha metido la voluntad política. Y lo ha hecho con una agenda que para muchos era impensable. La democratización de los recursos mediáticos tiene una importancia que excede cualquier intencionalidad política menor, si la hubiere. Se ha abierto una grieta profunda en el abuso de las posiciones dominantes en el uso de la palabra pública. La estrategia adoptada por los grandes medios de asumir su defensa en primera persona abandonando toda pátina de neutralidad y apelando a recursos dudosos en lo ético y en lo estético les hizo perder jirones de credibilidad. De modo que curiosamente el agrietamiento de la hegemonía cultural de los grandes grupos mediáticos empezó antes de la aplicación de la ley reguladora, en el propio tramo de su discusión pública. No es tiempo de facciosidad ni de revanchismo sino de recuperación de la autonomía de la política democrática en su relación con los poderes económicos.

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