EL PAíS › OPINIóN
› Por Aníbal Fernández *
Hace un tiempo, en una mesa redonda convocada por la Fundación El Libro bajo el nombre “Los medios masivos y la invención de la realidad”, los expositores –algunos de larga actuación en diarios, revistas y TV como Norma Morandini y Miriam Lewin– trataban de responder a la pregunta “¿Los medios muestran la realidad, la verdad?”. Todos coincidieron en que no.
“Intereses económicos, ideológicos, reconstrucciones de sentido, ficcionalizaciones”, fueron las palabras que usó Morandini para referirse al “como si” de los medios masivos, sobre todo la televisión.
Lewin, por su parte, recordó una frase instalada en el medio: “Que la realidad no te impida hacer una buena nota”.
La síntesis, los medios de comunicación no son la realidad. No la reflejan tal cual es. Tampoco son su espejo. La actualidad periodística es una construcción. Es el producto final del trabajo de un equipo de profesionales: periodistas, fotógrafos, jefes de redacción, diseñadores, editores, etcétera.
Introduzco estos conceptos, remanidos acaso, para avanzar a un tema que todavía no se ha develado respecto de la nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual y es que el debate de fondo es entre incluidos y excluidos.
Mientras la mayoría de los medios de Europa sostienen el discurso insaciable del neoliberalismo y cantan loas a la buena salud del mercado hace algunos días, en Francia, se anunciaba con bombos y platillos el fin de la recesión porque ese país había crecido ¡0,1 por ciento!, las políticas xenofóbicas y las leyes que les dan sustento institucional se expanden y transforman a las naciones en administraciones sostenidas en políticas de seguridad y control, dignas del panóptico al que se refería Foucault.
“Vigilar y castigar.” Ese parece ser el mandato del discurso mediático transnacional. La pobreza ya no es más una cuestión de acceso o no a una determinada cantidad de bienes materiales, sociales o de higiene y salud, sino que empieza a ser determinada por cuestiones étnicas, etarias, pertenencias religiosas, asuntos de género.
Lo mismo está pasando desde hace ya un tiempo en nuestro país. Estos días, sin ir más lejos, la mayoría de los medios titularon saludando un supuesto acuerdo con el Fondo Monetario Internacional que nunca ocurrió y que el propio ministro de Economía tuvo que dedicarse a desmentir. Y, mientras tanto, el despido de 150 trabajadores era tratado como una puja entre el Gobierno y la Embajada de Estados Unidos.
Pareciera ser que la tendencia es banalizar todo. Desde el descubrimiento de una red de trata de personas hasta la desnutrición infantil, marca cuál es el rol que los medios quieren jugar en la sociedad...
Se muestra un cachito de “la otra cara”..., cumplen con su “función social” y, de paso, van “concientizando” a los pobres, los excluidos, los “otros” sobre su destino ineludible.
Pretenden que los movileros sean como “dobermans”. Que no suelten la presa hasta que no consiguen que el “excluido de turno” acepte su sino, su karma...
“Y sí, don, si no me lo hubieran matado se hubiera muerto por la droga”, termina aceptando la madre entrevistada, entre lágrimas y vanos intentos de mantener cierta cuota de dignidad, frente al acoso de un pseudo periodista conminado al que sólo le falta que le hagan mirar a la cámara, sonreír y decir: “Vea lo que le puede pasar si nosotros no lo incluimos”.
Este “proceso de domesticación” de algunos sectores de la sociedad responde a una política instrumentada en función del continuismo de una situación dada y coadyuva a mantener ese discurso de antípodas que han instalado: Buenos y Malos, Santos y Demonios, Normales y Raritos... Y así construyen narrativas que alimentan el imaginario popular con ideas tales como que los pobres son sucios, violentos y perversos, etc., etcétera. Pasa también con los jóvenes y con las mujeres, aunque se esfuercen en hacer creer que no son sexistas. Porque en esta pelea, por ser estos medios quienes dan permiso para “ser o no ser”, su discurso termina siendo estigmatizante.
Y al que diga que no, explíqueme por qué hay tanta diferencia entre “hombre público” y una “mujer pública”.
Crisis, epidemia, crimen, muerte..., ¡se viene el fin!, decía una humorada publicada por un matutino que culminaba afirmando que el fin justifica a los medios.
* Jefe de Gabinete de Ministros.
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