EL PAíS › OPINIóN
› Por Horacio González *
No pienso que esté en peligro el idioma de los argentinos ni que un torneo futbolístico sea igual a un campeonato popular sobre la lengua y sus secretos. Pienso, como solían decir los lectores de Hegel, que la historia progresa por el lado malo. Así, las lenguas también verifican su fuerza sobre lo soez, la injuria desbocada, el infierno obsceno que subyace a nuestra espera, a milímetros de nuestra conversación real, en su umbral mismo. Pero debemos cuidar que nuestra insobornable capacidad de festejo marche, sin más, con las “banderas de la libación” que propone el Hombre de Fiorito. Nada más fácil que creer que el revolucionario, el caudillo popular o el oprimido es el que habla con el decir de la injuria escabrosa. Creo que abundan los ejemplos en contrario. Al final del Facundo, Sarmiento pone como ejemplo dos proclamas de Quiroga de aparente escritura confusa, mostrando su lejanía de la civilización. Si el lector actual las lee, comprueba una laboriosa escritura que quiere ser correcta y que en su esfuerzo logra un resultado sugestivo.
Quiroga quería hablar y escribir adecuadamente, como el jefe político, militar y empresario que era. Querer verlo brutal en materia lingüística es el error imperdonable que comete Sarmiento. Si ahora, por las razones que imaginemos más vigorosas, aceptáramos que en la efusión maradoniana posterior al partido hay una pepita de oro de índole social, vinculada con la creación de un modelo popular de respuesta a una pseudocivilización que encima de su carácter impopular expone su deseo de estar lingüísticamente incontaminada, estamos fritos.
Estamos fritos si nos equivocamos sobre cuál es la real política de la lengua que sostienen los medios de comunicación tradicionales, precisamente los que en los últimos días han peleado con sofísticos argumentos su predominio, que también lo es en materia de hegemonizar un dispositivo comunicacional en la vida cotidiana. Son banderas también de libación, no de liberación. Estamos fritos si creemos que se deben levantar los sutiles tabiques de las prácticas del idioma, sin diferenciar la emisión espontánea de ludibrio respecto de los pilares reales en que procede el lenguaje. Que no deja de ser popular si se sabe en la cuerda laboriosa de evitar el agravio permanente. Se dirá que la gracia maradoniana sale de su boca como en los tiempos en que un quite y bailoteo inesperado salía de su dúctil ingenio: aceptemos el homérico dislate como el reemplazo de aquello con que los dioses lo han dotado, como sustitución desesperada de la declinación de aquellas bellas maniobras que nos hechizaron en su desequilibrio. Pero estamos fritos si pensamos que en nuestra gramática popular y social descansaríamos más cómodos, sin obligaciones, en actos que en nada se diferencian de las necesidades del más vulgar aparato mediático, que vive de trivializarlo todo, incluso naturalizando las obscenidades, olvidando que son lo más sutil del idioma, que tienen su lógica, su requiebro, su oportunidad.
Estamos fritos si creemos que en la justa necesidad de renovar la lengua popular y sobre lo popular debemos anclar las valientes consignas sobre la reconstrucción de la vida crítica y comprometida creyendo que las diversas emancipaciones adeudadas nos llaman a tomar el estandarte de libar y sorber (lo “nac & pop” como “lib & sorb”). No puede ser ésta la cartilla asumida de las movilizaciones. El lenguaje tiene muchos planos que esperan su oportunidad y las solemnes puteadas tienen su momento y lugar. Es evidente que muchas veces significan un modo repentino de deshacerse de una malla de dominación. Los grandes momentos de transformación social, abundan los ejemplos, estudiaron el denuesto como forma de una relación de control y superioridad de clase. El insulto del mujik al kulak era un vínculo social de avasallamiento, pero quizás este último –pensaron muchos hombres– precisaba morder la lengua de su insulto y elaborar sobre esa contención los nuevos horizontes de resistencia. Tomando paradójicamente los grandes tesoros de la lengua de cada cultura y país.
Estamos fritos si al comentar con comprensible simpatía la reacción de Maradona creemos que ahí hay un filón de reconstrucción colectiva de la conciencia social crítica. Sabemos bien que los académicos de la lengua solían equivocarse cuando condenaban la expresión agreste de sigilosa intencionalidad sexual. Borges discutió hace más de medio siglo con el doctor Américo Castro, que pensaba que el idioma argentino padecía de inclinaciones zoológicas al poner en un lugar estelar la palabra coger. Alarmado, creía que el patrimonio lingüístico rioplatense se arruinaba para siempre y obligaba a algunas señoras sorprendidas en batón en su casa, ante un inesperado visitante, a decir “mire cómo me agarra” en vez del natural pero proscripto en nuestras playas “mire cómo me coge”. Estamos fritos si no tomamos la actitud de Borges, de discutir la vitalidad de un idioma a partir de sus posibilidades de sustituir dramáticamente lo soez o lo chocarrero sin ignorarlo ni dejarlo de usar como joya secreta del interior de la lengua. Pero ni es necesario hacer su apología, anulando el juego múltiple de la expresión, ni creer que descubrimos un talismán de lucha contra los señores y señoras que se “espantan por el DT patinando en el pasto mojado”. La imagen era poderosa, resbalan los cuerpos en su regocijo y resbala la lengua en su búsqueda de intensidad.
No nos espantamos, no desconocemos el rigor de la lucha actual, que también es por la autonomía del lenguaje, no ignoramos qué hay que criticarles a las pobres gradaciones que tiene el lenguaje televisivo actual ni debemos cejar en recrear una lengua pública democrática y heterogénea, capaz de captar sus perlas ocultas, incluso la estridente carcajada de las divinas obscenidades. Pero estamos fritos si creemos que vamos a bailar en una pata con esta “amnistía de las malas palabras”, error en que cayó el gran Fontanarrosa en el Congreso de la Lengua en Rosario, festejado por los académicos españoles, interesados en escribir gramáticas compactadas para teléfonos celulares. Sí, estamos fritos si creemos que nuestro entrenador del seleccionado nacional ha producido un “17 de octubre lingüístico”. Se habla de muchas maneras, Masotta defendió el voseo frente a los académicos y Leónidas Lamborghini tradujo la vida popular a una cadencia de la lengua donde en forma atemporal convive lo culto con lo bajo, con gloriosas inculturas creativas. ¿Qué defendemos y escribimos hoy nosotros?
Estamos fritos si creemos que hay buena política tomando el exabrupto de un ídolo, no porque sea problemático, sino porque, con esos actos sin interdicción lingüística, los medios masivos de producción de imágenes cautivas durante varias décadas quisieron convencernos de que la lengua era un mercado utilitario y había que expulsar el trabajo de la metáfora del templo. Hay sí una política de la lengua que hay que atravesar y que no puede ser legislada por ley, pero es un debate que debe correr paralelo a los beneficios democratizadores que traiga la aplicación de la ley de medios. Estamos fritos si en la era de los medios creemos que hay una espontaneidad popular que nos exime de seguir buceando en el lenguaje común para extraer los signos de una liberación.
Estamos fritos si perdemos la posibilidad de recuperar todo lo dicho –y en especial lo dicho por Maradona– de un modo en que se resalte el significado oscuro y creativo de los actos del lenguaje. Crear libertades nuevas, sentirnos en la felicidad de chapotear en el barro de la palabra sin creer que por fin nos emancipamos de los parapetos ancestrales de lo que ya fue hablado por la humanidad, adoptar movimientos simultáneos de uso del idioma, desde el multívoco uso de Borges hasta la investigación en nosotros mismos del poder de una puteada, es un programa político, una escolástica nacional popular y progresista. El modo en que Capusotto emplea la pornografía, con delicados tildes poéticos, revela que la sociedad argentina politizada comprende el problema y busca nuevos caminos para protagonizar el tesoro que nos hace ricos, la lengua común. Estamos fritos, Dieguito, si no comprendemos esto.
* Sociólogo, director de la Biblioteca Nacional.
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