Dom 06.12.2009

EL PAíS  › OPINION

El grupo “a”

› Por Edgardo Mocca

Toda la argumentación de la coalición de hecho que impuso su número en la sesión preparatoria de la Cámara de Diputados que eligió autoridades y determinó la composición de las comisiones parlamentarias en la sesión del último jueves giró en torno de una afirmación: la oposición es mayoría en la Cámara porque así lo decidió el voto popular en la elección legislativa de junio pasado. El juicio es completamente defendible. A sus sostenedores sólo les hace falta apoyarse en una idea de democracia más afín al concepto schmittiano de separación de los campos antagónicos en “amigo y enemigo” que a la idea liberal-pluralista de la existencia de múltiples grupos que negocian puntualmente sus diferencias en sede parlamentaria. Esta última representación –que el politólogo conservador italiano Giovanni Sartori llamó “democracia de comités”– es la que predican todo el tiempo los enemigos del actual gobierno .al que acusan de haber polarizado la sociedad en bandos irreconciliables, sobre la base de una comprensión “populista” de la democracia.

En este caso el antagonismo existencial fue el terreno elegido. Y fue puesto en escena sin muchos pruritos por la diputada Bullrich, quien dividió drásticamente el universo legislativo entre un grupo “a” y un grupo “b”. El primero está compuesto por los bloques que gestaron el acuerdo que dio lugar a la resolución de la composición de autoridades y comisiones, y el segundo por los que no formaron parte del arreglo, a los que llegó a llamar “el resto”.

No es muy fecunda la discusión reglamentaria. Puesto que ninguna disposición del reglamento de la cámara impide el procedimiento elegido, éste puede considerarse válido. El hecho de que este modo de abordar la cuestión no tenga antecedentes en la historia del Congreso argentino solamente ilustra el nivel de tensión alcanzado y permite apreciar que la verborragia republicana y moderada no es mucho más que un recurso polémico políticamente correcto; no funciona como guía conceptual a la hora de disputar posiciones de poder.

Más interesante es poner la lupa en el llamado grupo “a”. Y hacerlo desde el punto de vista político y no desde la trajinada prédica moral que ciertos comunicadores ejercen cuando las maniobras políticas las realiza el oficialismo. ¿Es efectivamente mayoría la oposición en el Congreso? ¿Puede considerarse que ese casi 70 por ciento de los votos que fueron a partidos no oficialistas son votos contra el Gobierno? No hay un modo objetivo para dirimir la cuestión. Y muy poco sirve el análisis estático de la pertenencia o la procedencia de los diputados electos: la política tiene una dinámica de coyunturas, temáticas y juegos tácticos que inutilizan cualquier visión estancada. Mucho más en un sistema de partidos frágil y cambiante como es el nuestro a partir de 2001. Cada situación política, cada conflicto político da lugar a una diferenciación específica, cada tema irá alineando a las fuerzas de un modo concreto. Aun en un período en el que el Gobierno contaba, sumando a sus aliados, con una aparentemente clara mayoría, perdió una batalla parlamentaria decisiva como fue la votación sobre las retenciones móviles a las exportaciones agrarias.

El grupo “a” no reúne a todas las fuerzas que no integran el bloque oficialista. Martín Sabbatella, uno de los líderes principales de la centroizquierda argentina, dejó claro en el recinto lo que ya había dicho públicamente: ni él ni su bloque forman parte de un “nosotros” que se define por su antagonismo con el Gobierno. Es muy importante la aclaración porque el ex intendente de Morón no hizo campaña electoral sobre la base del antikirchnerismo. A propósito, sería muy importante hacer la suma de cuántos diputados de los que votaron el acuerdo opositor entraron al Congreso en las listas del Frente para la Victoria u otros acuerdos en apoyo al kirchnerismo; eso revelaría que el batifondo mediático sobre el transfuguismo político selecciona muy interesadamente sus blancos y no castiga a quienes cambian de bando “bien”, es decir a favor de los puntos de vista del establishment comunicativo.

La cuestión es que se conformó una mayoría política puntual en la sesión preparatoria de Diputados. Hay una parte de sus componentes que no necesitan dar mayores explicaciones a su conducta. Son los que votaron sistemáticamente en contra de todos los proyectos relevantes y polémicos presentados por el Poder Ejecutivo; votaron, por ejemplo, contra las retenciones móviles, contra la recuperación pública del sistema jubilatorio y contra la regulación antimonopólica de los servicios de comunicación audiovisuales. El radicalismo, el peronismo disidente y la centroderecha macrista son los componentes centrales del grupo “a”. Son, además, quienes sostienen fundadas expectativas de constituirse en vértices de un nuevo gobierno en 2011. Aun en su innegable heterogeneidad política e ideológica, atravesaron lo que va del período kirchnerista fuertemente emparentados con las grandes corporaciones que enfrentan encarnizadamente al Gobierno. Muchas personas que ocasionalmente forman parte de este frente tienen historias de pertenencias progresistas pero esas referencias no pertenecen, en lo fundamental, a estos últimos años.

Más compleja es la participación de sectores de centroizquierda en el grupo “a”. Es posible que hayan calculado que esta línea de acción les permitirá ocupar lugares importantes en las comisiones sin necesidad de compromiso alguno en temas sustantivos. Pero hay un fuerte déficit en la argumentación política de este espacio. Porque las posiciones en las comisiones clave tienen importancia –o deberían tenerla– en función de un programa, de una agenda legislativa. Por lo que se conoce, las fuerzas principales de la coalición “a” han tomado compromisos ante importantes sectores del establishment económico en el sentido de revisar las decisiones “intervencionistas” de este Gobierno. Entre ellas la ley de medios audiovisuales y con toda probabilidad, si dan las relaciones de fuerza, también la de la estatización del sistema previsional y, claro está, el actual nivel de retenciones a las exportaciones agrarias. ¿Forma parte esa estrategia de la agenda legislativa de los diputados de centroizquierda que aportaron al acuerdo mayoritario? Si lo es, tendrían que decirlo. Y si no lo es, explicar por qué vuelcan la balanza a favor de quienes públicamente han adelantado esas posiciones.

En el progresismo hay una discusión de fondo que subyace todas las decisiones tácticas coyunturales. Para una parte –centralmente referenciada en Pino Solanas– el kirchnerismo no merece ser defendido en ningún aspecto. Es puro simulacro encubridor del saqueo y el enriquecimiento personal. Por otra parte su final está a la vista y lo mejor para la centroizquierda sería prepararse para el nuevo capítulo de la política argentina que parece abrirse paso inexorablemente. Además, acompañar al kirchnerismo, aunque sea críticamente, pondría al progresismo en la línea de fuego de los grandes medios de comunicación “independientes” que ya han pasado a nominar como “complacientes” y hasta “cómplices” a quienes sostienen acuerdos programáticos parciales con la coalición de gobierno.

Para otro sector, cuya referencia principal es Martín Sabbatella, sostiene que este gobierno ha abierto un interesante capítulo de transformaciones cuyos límites están fundamentalmente marcados por su base de sustentación política, fuertemente identificada con el pasado. Desde esa mirada, sostienen sistemáticas críticas a las insuficiencias oficialistas y, al mismo tiempo, apoyan activamente aquellas de sus iniciativas que concuerdan con los postulados programáticos de su fuerza. Ese fue el perfil de la fuerza, el Nuevo Encuentro, durante la última campaña electoral. Está de más decir que es una posición compleja y expuesta a muchos riesgos políticos. Pero la preocupación principal de este sector es crecer sosteniendo pautas identitarias claras.

El grupo “a” es una mayoría circunstancial. No solamente por las diferencias ideológicas y políticas que contiene en su interior. También porque desde hoy hasta la elección de 2011, la lucha no es solamente por derrotar al kirchnerismo –objetivo que todavía está lejos de haber sido definitivamente resuelto– sino por imponerse en la competencia por el premio mayor, el del lugar central de la oposición en la disputa electoral. El espíritu de cuerpo del grupo “a” estará sometido a rigurosas pruebas. Porque el Congreso será uno de los laboratorios donde se gestará la visibilidad y la centralidad de los aspirantes. Es difícil imaginar a Carrió colaborando con el fortalecimiento de la figura de Cobos, o a cualquiera de ellos dos ayudando al fortalecimiento de la candidatura de Solá o de Macri. Y las grandes coaliciones solamente son posibles con grandes liderazgos. Estos serán difíciles de construir con partidos lábiles y personalismos exaltados. De modo que la nueva mayoría está por formarse. Sus componentes no son el grupo “a”.

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