EL PAíS › OPINION
› Por Mario Wainfeld
¿Qué voy a hacerle? –rezongaba, fiel a su idiosincrasia, Mauricio Macri ante oídos amigables–, no puedo echarlo antes de que asuma.” En términos históricos, desfiguraba los hechos. Ya lo hizo una vez, cuando defenestró a su primer candidato a ministro de Cultura, a quien el cardenal Jorge Bergoglio reprobó por sus opciones en la vida privada. Claro que Abel Parentini Posse es otra cosa, un hombre hecho y derecho: homófobo, racista, misógino, autoritario, apologista de dictaduras y represores. Se comenta que las ideologías fenecieron con el desmoronamiento berlinés, pero siguen metiendo la cola. Seguramente Macri se equivocó al nombrar a Posse, no esperaría que provocara al resto del mundo sin haber jurado siquiera. Pero la sangre es más espesa que el agua, ningún ex progre, así fuera un converso tardío como Mariano Narodowski, hubiera sobrevivido al desquicio que armó Posse.
El ex ministro se fue por la ventana, después de haber desbaratado bastante la escuela pública y haber mejorado el peso relativo de la privada. Y con Ciro James en la mochila. Un interrogatorio en Comodoro Py es más arduo que reportajes complacientes: Narodowsky tuvo que confesar que lo vio varias veces, que revistaba en su ministerio. Y, seguramente, debió contestar una pregunta clavada, omitida en otras requisitorias: quién certificaba mensualmente los trabajos que hacía James, requisito ineludible para que percibiera sus jugosos honorarios.
Santiago Kovadloff fue sondeado por el macrismo, otro judío con trayectoria progresista previa (y abandonada). No aceptó y se derivó al diplomático y escritor, cuyas dotes intelectuales fueron ensalzadas por funcionarios macristas que difícilmente hayan leído su obra. Provocador irrefrenable, Posse consintió que La Nación publicara una columna escrita antes de su designación. Una versión engreída de las llamadas telefónicas de los oyentes “inventados” por Capusotto: renuncien, montoneros, renuncien. Llamar “intelectual” a nuestro hombre es una licencia de lenguaje: la misión del intelectual es hacer pensar a los demás, en tanto su columna es un rosario de lugares comunes, que cualquier taxista oyente de Radio 10 puede expresar de modo más divertido. Claro que con un vocabulario diferente en el que seguramente no consta la expresión “trosko leninista” que ahorra un encefalograma a su autor.
Quizá Macri quiso darle un tinte peronista a su desabrido gabinete, ungiendo a Diego Santilli y a Posse. Pero Santilli es un dirigente justicialista porteño con todas las máculas del sector pero también con sus mañas y destrezas políticas. Jamás se pelearía con el ochenta por ciento de la opinión pública de parado, en un tema ajeno a su competencia. Sí dejó su marca en una operación parlamentaria fallida: quiso birlarle la vicepresidencia primera de la Legislatura a Proyecto Sur, que salió segundo en las elecciones, designando al ex kirchnerista y ¿ex? albertista Diego Kravetz. Le faltó algún votito para consumar una maniobra que contradice el discurso PRO para el Congreso nacional. De paso, desbancaba a un aliado del “Grupo A”, cuya sinergia empieza a resentirse a medida que discurre la política cotidiana.
Posse no es un dirigente político, pero sí un seguidor fiel de Eduardo Duhalde. Lo llamó a Washington, donde el ex presidente daba una conferencia, para pedirle anuencia para aceptar el ministerio. Allegados a Duhalde aseguran que Macri también le habló para pedirle informes y –quién sabe– un aval para el ministeriable. Cerca del jefe de Gobierno niegan esa llamada.
No conforme con su columna, el ministro reincidió en reportajes ulteriores. Es peliagudo espigar qué es lo peor que dijo, si su exaltación del terrorismo de Estado o sus reflexiones sobre la juventud, el rock y los aritos. El cronista se inclina por esta segunda variante que lo distancia del mundo de los educandos cuyos derechos debería proteger y ampliar. No se trata de pedir que piense igual a ellos o que finja compartir su cultura y formas de expresión. Sí que los conozca y respete, requisitos básicos para un educador que, aunque algunos lo ignoren, no es lo mismo que un sargento que inicia a los reclutas en una película “B” de Hollywood.
Macri, un cultor del retroceso táctico, se equivocó nuevamente al confirmarlo. La magnitud del arco opositor a Posse es gigantesca y se da de patadas con su proyecto nacional y aun con su ansia de revalidar la opción PRO entre los porteños. La oferta en las elecciones de 2007 no fue una derecha arcaica. Fue una improbable derecha cool, que hablaba en lenguaje llano, tuteaba a todo el mundo, usaba el nombre de pila propio para identificarse, tomaba giros de la verba adolescente (“va a estar bueno”). Y, last but not least, bailaba ritmos populares en boga el día del triunfo e imitaba a Freddy Mercury.
Ese travestismo, inducido por el consultor-gurú Jaime Durán Barba, le valía para ampliar su target “natural”, que no llega al 60 por ciento que alcanzó en la segunda vuelta. Claro que a medida que gobernaba sus acciones y su elenco desdibujaban el maquillaje. Quizá sólo el joven y décontracté Marcos Peña dé en la tecla con ese rol, por algo fue él quien aconsejó no apelar la decisión que obligaba a consagrar un matrimonio gay en el Registro Civil de la Ciudad. Audacia que Macri retractó, en base a un fallo ilegal e insostenible, revelando una vez más que, si se trata de virar a derecha, es rápido de reflejos.
A Posse lo nombró y se compró un problema a plazo fijo, seguramente muy breve. Ya le empezarán a zumbar los oídos cuando su nombre sea coreado (por no decir puteado) en todos y cada uno de los recitales de rock, en esta ciudad abierta y cosmopolita cuya mayoría lo eligió una vez creyendo que encarnaba una derecha gestionaria, cool y moderna. Y ahora topa con un dinosaurio, incontinente verbal por añadidura, como ministro de Educación.
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