EL PAíS › OPINION
› Por Washington Uranga
En Oslo, con un discurso que incluyó pasajes que podrían ser reivindicados por su predecesor George Bush y lejos de lo que muchos esperaban de él mismo, Barack Obama desairó a quienes lo premiaron (a cuenta y por supuestos futuros méritos) con el Nobel de la Paz, haciendo una reivindicación de la guerra “justificada” (¿?). En la misma ocasión, el presidente norteamericano, que cada día se parece más a sus antecesores salvo por el color de su tez, dejó en claro que por encima de todo es el mandatario de la primera potencia del mundo y –mientras ordenaba enviar más fuerzas a Afganistán– pretendió sacarse de encima el adjetivo de cínico con el que sabía que le apuntarían porque “hacer uso de la fuerza es apenas reconocer la historia y las imperfecciones del hombre”. Le faltó decir que para corregir el rumbo de la historia y poner a raya las imperfecciones está, precisamente, el poder económico y bélico de los Estados Unidos. A su lado, Michelle, siempre tan bien vestida, lo miraba con orgullo.
Con lógica similar, pero en el ámbito local, Abel Posse asumió la cartera de Educación de la Ciudad de Buenos Aires, reivindicando a los militares golpistas y violadores de los derechos humanos, la “mano dura” y acusando al gobierno nacional de “troskoleninista”. Tampoco es nuevo lo de Posse. Con la diferencia de que el ahora ministro de Educación de la Ciudad se parece a sí mismo y a quienes, como él, siguen haciendo apología de los desmanes de la dictadura militar. Así como Obama dice representar el sentir de los norteamericanos, Posse asegura ser vocero de mayorías al sostener que lo que él expresa “lo siente todo el mundo”. Si bien se puede discrepar con esta afirmación (basta preguntarse cuántos votos obtendría Posse como candidato a cualquier cargo electivo), es evidente que el ahora ministro es un vocero del sector más fascista e intolerante de la sociedad argentina. Su militancia en este campo le valió la reivindicación del múltiple asesino y torturador Luciano Benjamín Menéndez en el mismo momento en que éste recibía su tercera condena a cadena perpetua por delitos de lesa humanidad. Posse orgulloso y Mauricio Macri, elegante como siempre, no dudó en sonreír para la foto al tomarle juramento como titular de Educación porteño.
Mientras tanto, llenándose la boca con supuestos valores democráticos y reivindicando la institucionalidad, el presidente de la Sociedad Rural, Hugo Biolcati, repitió el mismo recorrido que ya transitó otras veces. Primero pidió “descabezar la gobernación” de la provincia de Buenos Aires, una afirmación más cercana al golpismo y al autoritarismo propio de un patrón de estancia que a una persona que pretende ser referente de la oposición y que suele señalar al oficialismo por actitudes que considera antidemocráticas. Por supuesto también Biolcati dice hablar “en nombre de la gente”. Luego él mismo se desdijo a medias con una frase patentada por quienes, convencidos del tenor de lo dicho, siguen el consejo de los asesores de imagen para mitigar los efectos colaterales de la brutalidad de las afirmaciones. “Mis palabras fueron poco felices”, aseguró. Al lado de Biolcati está Eduardo Buzzi, el titular de la Federación Agraria que en otro tiempo fue trinchera de las reivindicaciones de los pequeños y medianos productores. Convenientemente ataviado para no desentonar con el “look” de sus colegas de la Mesa de Enlace, Buzzi sonríe para la foto “del campo” mientras simula no darse cuenta de las verdaderas intenciones de sus socios.
En distintos registros y situaciones, Obama, Posse y Biolcati forman parte de la misma manera de entender el mundo, según la cual la única verdad es la propia y, “por el bien de todos” y por encima de cualquier argumento, hay que imponerla así sea por la fuerza y la violencia, también por sobre las instituciones, cuando éstas no son funcionales a lo que ellos pretenden.
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