EL PAíS › OPINION
› Por Horacio González
Una vasta galería de personajes ofrece la escena, hombres y mujeres que creen que ya ha llegado la hora. Hacen sonar campanadas. Desenvueltos, ya no se guardan nada. Dicen lo que piensan. ¿Debemos agradecerles? El caso de Abel Posse puede haberle sorprendido a Macri. Habla sin reservas ni embozos. Se trata del tipo de personas de las que solemos decir: “Habla con sus convicciones profundas”. La sorpresa consiste en que Macri asumió la vida política sin saber qué cosa es hablar de política y cómo hablar de política. Experto en tuneladoras, cachadas deportivas y frases sueltas sin subordinadas, creyó que el mundo histórico se reducía a saltar charcos o hacer pogo en una noche de prosperidad electoral. Daba vergüenza escucharlo decir que tal cosa es “Pro” y tal otra cosa “no es Pro”. Los políticos argentinos, siempre cuidadosos y escépticos hasta consigo mismos, tratan de desembarazarse rápidamente de las vestimentas que les cuelgan sus publicitarios o del lenguaje que les infligen sus gabinetes de asesores. Macri no. Pero ahora debe poner en remojo la barba. Creía que para siempre esas cosas duran. Y él, que vivía feliz en el mundo Durán Barba.
Posse dijo la verdad que Macri apenas conocía a medias de sí mismo y que el electorado que lo votó, el público fluctuante de la gran metrópolis porteña, conocía también parcialmente. Creía que hacer otra policía no entrañaba problemas políticos que vienen desde las grandes tradiciones urbanas más antiguas. No había escuchado antes la palabra Polis o le habría sonado un chiste griego de sobremesa. La pobre derivación de este enorme vocablo en la idea de policía la tenía resuelta como se resuelve una final deportiva o un penalty afortunado visto desde la tribuna oficial. Así que se enfrascó en recrear las dos alas del gobierno –los dos “aparatos del Estado”, según dirían los filósofos estructuralistas de los años ‘60—, imaginando una policía propia con duras pedagogías y un Ministerio de Educación con propia folletería policial.
Trato de recordar algunas novelas que leí de Posse, por cierto, un autor argentino muy traducido a otras lenguas. No se puede evitar que un aire a los escritos de Hugo Wast se cuele en la rememoración de lo que, al azar, hemos leído de las novelas de este autor. Pluma a la que no le restamos cierta habilidad para tratar a la manera del folletín histórico algunos tramos dramáticos de la vida contemporánea –el nazismo, la decadencia de las clases pudientes, los misteriosos caminos de Che Guevara o de Evita, los errantes jefes cristianos de la conquista de América—, Posse se inflama sobre todo con su consigna más evidente: atacar la modernidad como fruto de una conspiración ilustrada, pero presentando el caso de “las mitologías secretas nazis” como una inevitable contraconspiración, a la que como es obvio, deja sobreentender que no adhiere.
Interesado por la “doctrina secreta de la doctora Blavatsky” –como Lugones, como Ingenieros, como Andy Warhol—, retoma la pendiente esotérica sin el espíritu grandiosamente contradictorio de los mencionados anteriormente. Y pretende, si no está equivocada o es demasiado olvidadiza nuestra lejana lectura, que su propensión a invocar esos temas sea la de buen ciudadano liberal que apenas encuentra temas tormentosos para su vieja máquina de escribir Continental fabricada hace más de un siglo (según lo vimos fotografiado en un matutino).
¡Demasiados tratamientos ideológicos! ¡Demasiado interés en una cristiandad algo sacrificial en las figuras de los aventureros del siglo XX que llegaban a estas Américas! Posse trata los excedidos temas de las guerras que desgarraron el siglo veinte con una estridente cosmovisión que, con lo ambigua que nos parece, significa que es un hombre de ideas, un intelectual locuaz. Irrumpe en un mundo “Pro” que se había caracterizado por el laconismo fervoroso de Macri, con un tinte sobrador a la Errol Flynn pero sin la habilidad que los guionistas del cine le prestaron a éste para los galanteos exquisitos del dandy. Y flanqueado por el pico encubridor de la señora Michetti, que se expresa en un lenguaje florido, con términos psicológico-sociales, de autoayuda, de evangelismo práctico y de coaching ontológico y aprendizaje transformacional –son sus aportes a la renovación política argentina—, técnicas que gozaron de cierta comprensión de una porción del electorado porteño. En estas mezclas que van desde la austeridad expresiva a la gelatinosa retahíla, aterriza el señor Posse con sus imaginerías y con inoportuno artículo en La Nación el mismo día de su nombramiento, como si la ya mencionada Blavatsky –una atractiva condesa rusa que mató a su marido, oficial del zar, con varios golpes de candelabro— dictara desde el más allá las coincidencias astrales en estos agitados días argentinos.
Posse había probado hace tiempo con Lavagna. Ahora lo hace con Macri. Fue diplomático antes y durante la dictadura. Pero antes de obtener de esos hechos elementos fáciles para una condena, hay que percibir sus dichos recientes, como el de creer que en esos tristes años había sido él también desfavorecido porque le demoraron varios meses el nombramiento como tercer cónsul. Caramba, estas administraciones públicas ineficientes que sospechan aun de lo que es seguro.
Esta opinión es una torpe muestra de insensibilidad ante la historia. Pero no la tiene Posse cuando sus novelas de tesis intentan trazar el ámbito de un reaccionarismo mejor fundado que el que ofrecen los descabezadores de turno. Sensible más que nunca, ahora, a las necesidades de dotar con un programa de acción inmediata contra el Gobierno –ahora, que el doctor Grondona pide paciencia en diálogo con Castells, que está más apresurado para provocar el truncamiento de pescuezos—, Posse encuentra su tribuna inesperada. Viene a hablar claro entre voces disimuladas, viene a decir palabras fuertemente ideologizadas ante un electorado que había votado a los que “hacían por encima de las ideologías”.
Los descabezadores se han llamado a degüello. Algunos de sus compadres de tribuna dicen “no, no comparto”. Sí, seamos institucionales, veamos los plazos, las piruetas necesarias, los tramiteos que hagan falta, buenas zancadillas tramadas en el mejor despacho del Senado. Pero allí están ellos, impacientes, los émulos del fast track, necesitando palabras más meditadas aunque haciendo relucir las afiladas cuchillas en sus manos. ¿Cuántos de ellos hubieran escrito el artículo donde Posse pide represión buceando en la etimología misma de la palabra reprimir? No se lo pidamos a Biolcati o a De Angeli, aunque reconozcamos sinceramente que en este preciso punto erudito han fallado el doctor Grondona y la doctora Carrió, gramáticos expertos en el descabezamiento lento. Los descabezadores rápidos, sin embargo, precisaban alguna voz previa para tocar el carrillón abrupto del fin de época. Es cierto que hay sacerdotes, rabinos y pastores al servicios de esa gesta, orates de la decapitación rápida. Pero se precisaba al fin a un hombre de letras, con algunos premios latinoamericanos a cuestas, traducido a insólitos idiomas –un triunfador–, para que entonara la doctrina secreta del corte de cabezas anunciada en los mataderos del Rosedal.
Posse es un alerta para quienes votaron a Macri pensando en otra cosa. Cumple una tarea develadora, nos dice claramente lo que la vaga abstinencia de los dirigentes de gobierno porteño evitaba decir. Lo sabíamos por la conducta de su protopolicía, por los implícitos contundentes que vagaban, con apariencia indecisa, en el parloteo balbuceante del macrismo, con su apéndice dialoguista salido de incontaminadas sacristías. Pero ahora tiene status novelístico, este libreto lo maneja un hombre con ganas de hablar.
El pueblo de Buenos Aires, la ciudad de Mariano Moreno y Castelli, en vísperas del Bicentenario, no va a permitir estos atropellos. Y el propio votante que los puso en funciones con otras expectativas sabrá interpretar el peligro que corre la ciudad y su historia. No somos descabezadores pero, a la vez, pretendemos conservar nuestra cabeza. No se debe estar con la segadera en las manos, que eso lo intenten ellos; hay que traer para las filas de las grandes tradiciones críticas de la ciudad –nuevamente—, los meditados argumentos de la recuperación, en el plazo correspondiente, de las fuerzas que establezcan un nuevo modo democrático, vital y justo sobre la metrópolis que otrora dio gestas de profundo civismo renovador. Y entonces, las figuras de la gran foto de Marcos López que hoy es gigantografía en el Mercado del Plata tendrá a esos personajes mitológicos de la biblia porteña, regocijados junto a la vida popular capaz de recrearse a sí misma, y de donde ellos, como arquetipos etéreos, también han salido.
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